Dios eterno, ante quien mil años son un ayer
que pasó, rescata nuestro tiempo de su inutilidad y vaciedad, colmando de tu
plenitud, enviándonos el Espíritu Santo de tu Hijo, para que toda nuestra vida
sea alegría y júbilo.
Vuélvete
Señor hacia nosotros. Pues nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años
pasan a prisa y vuelan.
Porque
Tú estás a nuestro lado no nos acobardamos.
Aunque
nuestro exterior vaya decayendo, Tú vas renovando nuestro interior de día en día.
Nuestras
penalidades momentáneas y ligeras no nos destruyen, sino que gracias a Ti
vivimos una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísimas.
El que creyendo en la promesa de Dios
espera la vuelta del Señor y se esfuerza por vivir en el horizonte de la
esperanza que no defrauda, experimenta la alegría de sentirse amado, envuelto y
custodiado por la Trinidad Santa.
Como
las vírgenes prudentes de la parábola, espera al esposo alimentando el aceite
de la esperanza y de la fe con el alimento sólido de la palabra, el pan de la vida
y del Espíritu Santo, que se nos da en la palabra y en el pan.
Vivir
la espiritualidad de la espera significa estar aguardando contemplativamente,
en la conciencia absoluta de la primacía de Dios sobre nuestra vida y sobre
toda la historia de los hombres.
Por
eso, la actitud espiritual de la vigilancia es un constante remitir al Señor
que viene a nuestra vida, a la historia humana en la luz de la fe que nos ayuda
a caminar como peregrinos hacia un lugar y que nos permite orientar hacia allí
todas nuestras esperanzas.
Una gran tribulación, un problema puede
hacer crecer al hombre en madurez más que cinco años de crecimiento normal.
Con
frecuencia oímos estos comentarios: “cómo ha cambiado fulano” o “cuánto ha
madurado”, “es que le ha tocado sufrir mucho”.
Cuando
todo marcha bien, cuando no hay dificultades ni espinas el hombre tiende a
encerrarse en sí mismo para saborear sus éxitos. Pero enseguida se adormece,
sus logros y sus satisfacciones lo sujetan a la tierra y le resultan como altas
murallas que lo encierra en sí mismo, sin darse cuenta de que esas murallas lo
defienden, pero también lo encarcelan.
Atrapado
en sus propias redes, propietario de sí mismo, ofuscado por el resplandor de su
imagen, ¿quién lo liberará de tanta esclavitud? Solo un temblor de tierra.
A
Dios no le queda otro camino de liberación que enviar a este hombre, a veces,
alguna tribulación para despertarlo, para desalojarlo, para, derribando sus
muros defensivos, sacarlo del “egipto” de sí mismo.
Jesús repitió una y otra vez
que el Reino de Dios es como una piedra preciosa, como un tesoro que se
encuentra, llena el alma de alegría, siembra las mañanas de margaritas y alegra
el aire con cantos de pájaros.
Es en esta temperatura interior de donde brotó aquel mensaje
lleno de alegría para el mundo.
Nos dijo que nadie debe tener miedo, que cualquier vulgar
asesino puede acabar con el cuerpo pero que ni con la punta de una lanza podrá
rozar el alma humana, porque ella está segura en las manos del Padre.
Es posible que la infamia caiga sobre los hijos como un puñado
de barro, pero de qué extrañarse... Esa misma suerte corrieron los profetas y
el propio Jesús, pero pensad que desde fuera nadie puede emborronar el alma.
En el universo podemos ver la belleza
divina, y en el mundo intelectual podemos discernir la verdad eterna. Pero la
bondad de Dios se encuentra solamente en el mundo espiritual, en la experiencia
religiosa personal.
Sí,
porque la religión es fe, en su verdadera esencia, y confianza en la bondad de
Dios. En la filosofía humana Dios podría ser grande y absoluto, e incluso
inteligente y personal de algún modo; pero para mi fe, Dios es bueno...
El
hombre puede temer a un Dios grande y todopoderoso, pero sólo en un Dios bueno
puede confiar…, y sólo a un Dios bueno puede amar. La bondad de Dios es parte
de la personalidad de Dios, y su plena revelación aparece tan sólo en la experiencia
religiosa personal de los hijos de Dios.
La
abundancia de la bondad de Dios conduce al hombre descarriado al
arrepentimiento. Dios es bueno, y es el refugio eterno del alma de los hombres…
El Señor Dios es misericordioso y benévolo. Es paciente y abundante en bondad y
verdad. ¡Probad y ved que el Señor es bueno! Bendito el hombre que en él
confía. Porque sólo Él sana al acongojado y cura las heridas del alma.
Con frecuencia vienen a mí personas
angustiadas en busca de un consejo. Me cuentan su problema y me doy cuenta, cuando
intento ayudarles, de que no puedo porque han sido inhabitados por una
obsesión. Están obsesionados y no quieren escuchar nada, sino dar rienda suelta
a su obsesión.
Decía
el gran profesor Vallejo Nájera, que una obsesión es como alguien que entra en
la habitación sin pedir permiso y cierra la puerta, no puedes expulsar al
intruso ni tampoco puedes salir de la habitación. Eso es una obsesión. Es como
tener que cohabitar con un ser extraño y molesto sin poder expulsarlo.
La
persona que sufre la obsesión se siente dominada y se da cuenta, incluso, de
que la idea que le obsesiona es absurda y no tiene sentido y que se ha
instalado dentro de él sin motivo alguno. Pero al mismo tiempo se siente
impotente para expulsarla y parece que cuanto más se esfuerza por ahuyentarla, con
más fuerza se instala y se fija.
¿Os
acordáis de Jesús cuando expulsaba los demonios? Jesús echaba fuera las
obsesiones de la gente de su tiempo. Él sigue vivo, si te sientes obsesionado o
angustiado, acude a Él y solo Él podrá echar fuera de ti tu obsesión.
La amplitud de miras es una actitud del que
mira las cosas con corazón limpio.
Todo
es limpio para los que miran las cosas con ojos limpios.
En
este mundo de la duda y la desconfianza es difícil mirar con la mirada serena, pero
debe aprender uno a descubrir el lado bueno de las cosas, que todas lo tienen,
y a distinguir lo esencial de lo accesorio.
Es
la mejor actitud para descubrir el valor que todos los seres humanos llevan
consigo, para descubrir la belleza de la vida y apreciar a las personas.
Lo
verdaderamente importante, las cosas realmente necesarias son muy pocas.
¿Recordáis
aquello?: Solo una cosa es necesaria.
Solo
por muy pocas cosas hay que luchar.
Todo
lo demás es tan pasajero.
Aquel al que nosotros llamamos Dios, ese
Ser misterioso e indefinible porque está por encima de toda palabra humana es
el que encierra el secreto, la raíz, la fuerza, la causa y el significado de
todas las cosas.
Es
el que ha escudriñado todo el camino de la sabiduría y se la ha otorgado a su
siervo Salomón.
Por
eso la sabiduría ha aparecido en la Tierra y ha vivido entre los hombres.
Cuando
leemos estas palabras proféticas, escritas cientos de años antes de Cristo, enseguida
nos inclinamos a ver en ellas una predicción de la encarnación de Jesús.
En
efecto, ¿cuál es esta sabiduría que ha aparecido en la Tierra y que ha vivido
entre los hombres? Es Jesús de Nazaret, la sabiduría eterna que ha vivido en
medio de nosotros.
A veces el sufrimiento se presenta de
repente, sin llamar antes a tu puerta. Entonces viene y hace la pregunta:
¿Quién eres tú?
Al
sentirnos interpelados de esta manera, al vernos tocados en lo más profundo de
lo que somos, de lo que hemos deseado ser, al vernos convertidos en otra cosa:
en seres solos, acosados, débiles... podemos desconcertarnos, de momento, como nunca
antes nos había sucedido.
El
dolor inquiere de nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades; y entonces
hemos de responder ¿quién soy yo? En definitiva, ¿a quién pertenezco? ¿Vendrá
alguien en socorro mío? ¿Seré ayudado? ¿Seré confortado? ¿A qué conduce esto?
Pero
el hombre de fe, aunque a veces padezca cierta oscuridad, cierta zozobra, sabe
que más allá de sus sufrimientos hay luz, hay sosiego y que puede hallar la paz
de su corazón aun en medio de las mayores penalidades.
No nos hace daño lo que nos sucede, sino lo
que nos imaginamos que sucede: un insulto, un fracaso, una desilusión, una
crisis... Nos parece que llega el fin del mundo, nos hundimos.
La
princesa se acuesta para morir, el dolor es intenso y a nadie hay que
decírselo; se acabó la ilusión.
Aun
en una dolencia verdadera la imaginación nos exagera el peligro y nos enturbia
el porvenir, nos impide ser feliz.
Vemos
una serpiente donde no había más que buen vino, vemos calamidades irremediables
donde no hay más que un nublado pasajero, y a veces quizá ni eso. Sólo son
reflejos de lámparas plateadas.
A
veces nuestros males no son tales males, sino la idea que nos hacemos de ellos.
Cree firmemente que el bien
que hacemos es una fuente abundante de felicidad.
Aunque a veces nos cueste hacer el bien proporciona una
felicidad inmensa y, además, una felicidad que no se agota.
Hacer el bien de forma gratuita y alegre llena de sentido la
vida y una vida llena de sentido es feliz.
Me gusta citar los proverbios chinos porque conservan una
sabiduría muy antigua y muy certera.
Uno de ellos dice: “El bien que hicimos la víspera, es el que
nos trae la felicidad por la mañana”.
La felicidad, más que en recibir, consiste en dar. En la
medida en que damos y nos damos, aumenta en nosotros la felicidad, que es la
genuina alegría que inunda el corazón de paz y serenidad.
“Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí”. Es un llamamiento a la honestidad con Dios, a no
tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas cuyo contenido
se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: “Este pueblo me miente”. Toda
acción humana arranca del corazón, pero si el corazón está manchado, el hombre
entero y su actuación quedan manchados.
Cuántas
fiestas celebramos, que tienen origen cristiano, y se han convertido para
algunos en una fiesta en que Dios está ausente: la Navidad, la Semana Santa, la
Pascua, los domingos... En cuantas ocasiones también la actuación diaria en la
familia y en el lugar de trabajo está manchada por la envidia, la ambición, la
impaciencia, los malos modos, la egolatría...
Las
obras externas quedan marcadas por la intención con la que se hacen. Jesús
recuerda que hay que empezar por purificar el corazón, pues de él proceden los
malos propósitos. Las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
El santuario de tu corazón Ahora, tú puedes
pensar en Él, en Aquel de quien proviene toda claridad y toda luz.
Tal
vez estés algo abrumado por la vida. Es posible que esa preocupación, ese
temor, oscurezca tu conciencia, tu interior. Pero tú ahora puedes detenerte un
momento y hablar con Él. Si no tienes cerca un santuario, un templo, puedes
hablar ahí mismo en el santuario de tu corazón. Puedes hablar con Aquel de
quien viene toda claridad, toda luz.
Si
hay algo de oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu
santuario interior y haz allí el silencio.
Tu
corazón guarda su secreto. Tu alma tiene su misterio. Ahora tú puedes hablar
con Él, con Aquel de quien viene toda luz, el único que sabe hacer amanecer.
Haz
que por un momento se disipe tu sufrimiento y clama aún en tu oscuridad,
sencillamente y con toda confianza.
Hoy
es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es
amor, solo amor puro y verdadero, lo que está ahí, delante de ti, dentro de ti.
Dios nuestro llena mi mente y mi corazón de
paz.
Míranos
y compadécete de nosotros pues estamos apenados.
El
mal nos atenaza y apenas nos deja fuerzas.
Con
tu mano que cura cualquier enfermedad, suaviza el dolor y el sufrimiento.
Te
lo pedimos por medio de Jesús, el Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
Dios
Todopoderoso, Tú que nos ofreces tu amor como un regalo, Tú que nos conoces y
nos llamas por nuestro nombre, ten compasión por las personas que tanto amamos,
mientras les llega el momento de viajar de la Tierra a los Cielos.
Disipa
nuestros temores, haz que se esfumen, para reconocer con toda esperanza el
misterio de la vida, el misterio de tu amor y de tu trato divino hacia
nosotros.
Me parece que los hombres
hoy día construimos solo con la esperanza puesta en nosotros mismos, por eso te
ruego que me des la convicción profunda de que estaré destruyendo mi futuro
siempre que la esperanza en ti no esté presente.
Señor, una vez más estoy delante de tu gran misterio; ahora
me siento completamente envuelto en tu presencia, que tantas veces se torna en
confianza. Pero mirando la inmensidad de la tierra de los hombres, tengo la
impresión de que muchos ya no esperan en ti, yo mismo hago mis planes, trazo
mis metas, y pongo las piedras de un edificio del cual soy el único arquitecto.
Haz que comprenda profundamente que a pesar del caos de las
cosas que me rodean, a pesar de las noches y los días que atravieso, a pesar
del cansancio, de los miedos y las dudas, mi futuro está en tus manos, y que la
tierra que me muestras en el horizonte de mi mañana, será más bella y mejor.
Cuando oro de un modo sincero y muestro a
Dios todo lo que hay en mí, observo lo que sucede en mi corazón: la tristeza se
muestra de manera visible y también el malestar, los celos, la decepción... Lo
que trato de reprimir emergerá de lo más profundo de mi ser.
La
oración ilumina todos los abismos de mi alma y ante Dios reconozco muy bien
quién soy.
No
miro mi alma, sino que miro a Dios y en Él veo quién soy. Entonces dejo que su
luz penetre en mí y me ilumine.
Comparezco
ante Dios completamente desprotegido y clamo a Él.
A
Ti clamo, Señor: “mira mi alma”.
Comparezco
ante Ti.
Esta
es mi realidad, mi pobre realidad.
Confío
en Ti.
Algunas personas se lamentan de que no
perciben a Dios y de que no sienten su presencia. ¿Te percibes acaso a ti
mismo? Sencillamente, no podrás percibir a Dios mientras no te encuentres a ti
mismo. Para encontrarte con Dios debes presentarle todo lo que hay en ti.
Dios
espera de nosotros que nos encontremos con Él en la oración; y eso solo se
consigue si presentamos en la oración a Dios todo lo que hay en nosotros.
Mi
oración no debe ser devota, sino sincera, tengo que dejar que Él escrute todos
los rincones, incluso los recovecos más oscuros, todas mis pasiones, mi
amargura y mi enfado; pero también mis necesidades, mis deseos...
En
la oración puedo expresar mi miedo y mi desesperación. Cuando me presento ante
Dios con sinceridad me doy cuenta de lo lejos que estoy de Él y percibiré dónde
me he alejado, dónde me he cerrado a Él.
Yo sé que mi Dios es bueno, por eso le doy
gracias, porque percibo que su amor es eterno; y lo repito constantemente en mi
interior: eterno es su amor.
También
sé que aquí todo es transitorio, fugaz, perecedero... que soy un peregrino en
este mundo, un ave de paso, pasajero de viaje hacia otro lugar. Por eso acudo
al Santo Dios que gobierna mis pasos y vigila mi sendero, celebro la gran
misericordia de ese Dios, y lo escucho, y me repito: es eterno su amor. Lo
dicen quienes veneran al Señor en la casa de Dios, del único Dios, en su santo
templo.
En
mi caminar clamo a Él y Él me entiende, me da respiro, me calma. Por eso ahora
no temo nada, porque sé que está conmigo, que es mi auxilio y que finalmente
triunfaré sobre mis males, que llegaré a mi destino y me confortará con
amorosos cuidados de padre y de madre.
Me
doy cuenta de que lo mejor es refugiarse en Dios, mucho mejor que fiarse de los
hombres, y muchísimo mejor que confiar en los poderosos.
Cuando
me rodean peligros y me asaltan las dudas me acuerdo del nombre de mi Dios, y
lo invoco. Él escucha mi voz suplicante y acude enseguida en mi ayuda, no con
ruido, ni con escándalo, sino en pacífico silencio. Me cubre con su energía,
serena mi alma, me acaricia y me dice: no temas, yo estoy aquí.
Tan pronto como guardo silencio y miro en
mi interior, afloran en mí muchos sentimientos que reprimo, decepciones,
Iniciar sesión
heridas, pasiones, miedos...
Muchos
huyen de estos pensamientos y buscan el bullicio del mundo y una actividad desmedida.
Se pierden en pos de mil cosas para no verse a sí mismos.
El
silencio tiene tres partes. En primer lugar, nos hace contemplar la realidad,
ver cómo estoy en la vida y qué se mueve en mi interior. En segundo lugar, me
ayuda a desprenderme de lo que me ocupa constantemente, me ayuda a crear una
distancia y a poder controlarme. En tercer lugar, gracias al silencio puedo
identificarme conmigo mismo y unificarme con el Dios.
El
silencio me conduce hacia la pura presencia, soy un ser pleno en ese momento,
de acuerdo con mi vida, uno conmigo, con la creación, con el ser humano y con
el Dios. Ya no medito más en Dios, sino que estoy en Él, estoy en Dios.
Sé que dentro de mí me llevo a mí mismo,
convivo con el ser que Dios me ha dado desde que tengo conciencia.
Aunque
cambiara de aspecto, aunque envejeciera más, aunque mi cuerpo se tornara diferente...
seguiría llevándome dentro a mí mismo.
Aunque
cambie de casa, de ocupación, de lugar en el mundo... quien se lleva dentro a
sí mismo no va a cambiar.
Por
eso, todos, en un momento u otro de nuestras vidas, soñamos con un sueño que en
el fondo sabemos falso: si me hubiera pasado esto o aquello en la vida; ¡ay! si
hubiera tenido aquella oportunidad, aquel trabajo; si aquella persona amada me
hubiera querido a mí; si yo me fuera a vivir a otra parte; si cambiara de
ambientes, de amigos; si comenzara de nuevo; si en vez de ser así como soy
fuera de otra manera; si pudiera controlarme; si tuviera éxito; si fuera feliz;
si no estuviera enfermo...Todo esto
es una vana fantasía.
Gracias
Señor por ser quien soy. Tú me has creado así y así me amas. Mi hacedor, mi
Padre eterno, acepto lo que reservas para mí desde siempre y para siempre.
Presento mis manos abiertas y acepto todo
lo que Dios quiera enviarme y me abandono en Él, en mi Dios.
Miro
hacia delante y aparecen los temores como las sombras: lo que en el pasado me
sucedió, lo que todavía se manifiesta amenazante,
lo que ya he sufrido... A veces me apeno tanto...
Pero
clamando a Ti, Padre, desde lo más profundo de mi ser, desde mis mayores temores,
me libro de esta existencia incierta.
Esa
oración mora en mí y no deseo desprenderme de ella, forma parte de mí ser, pues
soy tu hijo y a dónde acudiré.
Lejos
de Ti mi alma está seca. Hoy reconozco que me has creado realmente para acudir
a Ti, estoy en camino y nada podrá detenerme. Esa es la verdad, mi única
verdad. No puedo menos que tener mis manos abiertas, alzadas hacia Ti y seguir clamando.
Para
guiarme y sostenerme en este camino cuento con la pequeña llama que arde en mi
corazón: tu aliento, el aliento del Espíritu de mi Dios.
Por
todo lo que hoy te he dicho, Señor, te ruego una vez más que no me abandones.
Como un hijo confiado voy a esperar en el mejor de los padres. Y ahora, más
tranquilo, seguro en Ti, puedo afrontar este día.
No todo podemos saberlo, pero creemos en
Ti, Dios nuestro. Y lo que creemos de tu gloria porque tú lo revelaste lo
afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni
distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna
divinidad adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su
dignidad.
En
todos los misterios del cristianismo, llámense como se quieran, están girando
el misterio del amor trinitario y todo lo que encierran los misterios de ese
amor infinito es la Santísima Trinidad.
En
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo comenzamos todas nuestras
oraciones, comenzamos la santa Misa y la celebramos de todos los sacramentos y
actos de la Iglesia.
Al
persignarnos hacemos una señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho,
encima del corazón. ¿Qué estamos indicando? Que la cruz sobre la frente se
refiere al Padre, que está sobre todo; la cruz en la boca indica al Hijo, la
Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda la
eternidad; y la cruz sobre el corazón simboliza el Espíritu Santo.
Cuando
pasemos a la eternidad podremos contemplar a Dios directamente, gozar de Él y
ser como Él.
Mi esperanza se enciende en Ti que
alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser; en Ti, que siempre
escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
En
el torbellino de mis búsquedas, de mis miedos y de mis fracasos me consuela
saber que Tú compartes cada una de mis horas difíciles.
Recuerdo
que la profundidad de tu audacia creadora fue compañera de los hombres que de
Ti se fiaron, mientras que aquellos que obraban a espaldas tuyas, a espaldas de
tus designios, construyeron la trampa que arruinaría su propio esfuerzo. Por
eso sé, Señor, que no debo apartarme de Ti pase lo que pase por mi mente
confusa, atribulada y, a veces, absurda.
Yo
convierto en canciones la esperanza del camino gracias a la luz de tu Palabra
que ahuyenta todo error. Extranjero algunas veces entre hermanos que te ignoran
o te niegan, hayo en tus palabras mi morada, mi paz y mi mesa más
reconfortante.
Tuyo
soy en lo que tengo y en lo que aguardo, derribadas por tierra todas mis vanas
seguridades. Tuyo, en la urgencia de entregar mi vida al futuro al tiempo que
corre inexorable y me lleva en volandas hacia lo desconocido. Pero mi esperanza
se enciende en Ti que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser.
En Ti que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
Camina plácidamente en medio del ruido y de
la prisa y recuerda cuánta paz puede haber en el silencio.
Tanto
como sea posible, y sin abandonar, llévate bien con todos.
Di
tu verdad tranquila y claramente y escucha a los otros, incluso al simple y al
ignorante, ellos también tienen su historia.
Evita
a los exaltados y a los agresivos, pues ofenden al espíritu, y evita tú esa
exaltación aunque te cueste; haz un esfuerzo, pídeselo a Dios, Él te escuchará.
Si
te comparas con otros puedes envanecerte o amargarte, ya que siempre habrá
quien sea más y quien sea menos que tú.
Disfruta
con los logros de tu vida aunque te parezcan menudos a simple vista, son un
regalo del Dios que todo lo puede; y haz proyectos.
Mantente
interesado en tu trabajo por humilde que sea, es un bien real, entre las
cambiantes formas del tiempo.
Sé
precavido en tus asuntos porque el mundo está lleno de trampas. Pero piensa que
hay mucho de bueno a tu alrededor y en ello puedes ver, puedes apreciar, la
eterna bondad de Dios.
Te
doy gracias Señor, Dios de todo, porque en todos mis asuntos Tú intervienes y haces
maravillas en mi vida, aunque a veces yo no pueda apreciarlas.
Me
sacaste de aquellas cosas que en otro tiempo me hacían esclavo, con mano fuerte y extendiendo tu
brazo, como se tira de uno, como tira de uno aquel que es un buen amigo.
Cuando
no tenía fuerzas me abriste el camino, pasé y fui salvado por Ti, sentí en mi
vida, una vez más, que es constante y eterno tu amor conmigo. Sacaste de muy
dentro poderes escondidos, rompiste mis cadenas y viniste conmigo. Y yo, a tientas, descubro que Tú me das,
Señor, el pan que necesito, el pan que me da la vida. Y aunque me canso, vivo.
No
me dejes ahora que soy tuyo, y hazme experimentar que es constante y eterno tu
amor conmigo.
Invoco al Espíritu de Dios, y le pido:
robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado
aunque queden veladas por apariencias humildes que ocultan la gloria de toda la
realidad celestial mientras seguimos en esta tierra.
Tu
victoria ha llegado porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre
y has hablado su lengua con tus propias palabras guardadas desde la creación del
mundo.
Has
gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza, y has llevado a cabo tu
redención. Tú has hallado la muerte y has resucitado. Has restaurado la vida
para siempre.
Llevarás
a término esta obra magnífica, la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso
cuando Tú quieras, el día y la hora están ocultos, pero son ciertos como la
misma bondad del Dios. Mientras tanto gozo viendo como en sueños y profecías, como
en visiones de futuro, la victoria final que te devolverá la tierra a ti que la
creaste. Todo lo veremos entonces con estos ojos nuestros de carne, y comprenderemos,
y la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y
aceptarán tu humanidad dulce y generosa. Ese día ya es mío, me pertenece igual
que tus promesas.
Cada día, especialmente en este tiempo de
Pascua, agradece a Dios el privilegio de tener un día más de vida y vívelo así:
como si fuera el primero, el único y el último.
No
critiques. Si notas que algo anda mal, colabora en la solución con palabras de
amor, con cariño.
No
permitas que los problemas económicos te causen intranquilidad, y recuerda que
al final del camino lo único que podremos llevarnos serán las buenas acciones
realizadas.
Mantén
el buen humor, es primavera. Aunque cualquier situación vaya mal, la alegría es
la mejor medicina para la vida. Sonríe en cualquier circunstancia y procura no
tomarte muy en serio las cosas que no van demasiado bien.
Manifiesta
tu amor a los demás con gestos y palabras dulces, el buen trato convertirá tu
vida en un paraíso sin dolores ni sufrimientos.
Aprovecha
el tiempo para aprender, y haz una base sólida de conocimientos que te
conduzcan a llevar una vida triunfadora.
Evita
las discusiones vanas que solamente conducen al distanciamiento y al rencor
hacia los semejantes.
Valora
tu trabajo haciéndolo con amor, y sobre todas las cosas acuérdate de que el
amor al prójimo es el secreto de la felicidad.
Ahí afuera es primavera y sabes que es
Pascua.
Vengo
de recorrer el mundo y huele a flores en los campos, el aire está limpio y
sereno. Las montañas revestidas de hermosura. Sabes que es Pascua.
En
el cielo inmenso surgen estrellas y resplandece aún el lucero de la mañana
porque no quiere dejar de velar en el día más hermoso. Hay aromas de cera de
abejas en los templos y permanece el recuerdo del incienso bendecido. Sabes que
es Pascua.
Vengo
de contemplar la pureza de las aguas como espejos de plata y de lazar mis ojos
hacia la largura del horizonte, tengo aún prendido en el alma el canto de los
pájaros, y me brota en el ser una inmensa alegría que no se apagará. Sabes que
es Pascua.
He
paseado por los santos campos donde reposaban los cuerpos de tantos seres queridos, y resulta
que ahora son huertos floridos, jardines colmados de maravillas. Ninguno de los
muertos permanece allí. Sabes que es Pascua.
He
ido corriendo a pregonar en las plazas la noticia y he encontrado a todos
relucientes de belleza y juventud con el brillo de la vida en las miradas. Ya
lo sabían, alegres me abrazaron, me cubrieron de besos y me cantaron himnos
exultantes de felicidad. Como locos me decían: ¿sabes que es Pascua? Sí que lo sé,
respondí, ha resucitado el Señor y todos con Él, viva Dios para siempre.
Señor, aquí me tienes. Entro en este tiempo
santo casi de puntillas. Ahí afuera la luna llena ilumina los campos y los tejados
convirtiendo el mundo en un reflejo de plata. Mi corazón se tranquiliza y mi
alma vuela hacia ti, Señor.
Me
gustan estos días, este tiempo de la Semana Santa. Escucho en mi interior la
llamada de la fe, las voces serenas que me hablan de ti, Dios mío. Veo el
bullir de las gentes en la ciudad y me llega el aroma sagrado de tu templo.
Percibo el rumor de los cantos y el agitarse de las palmas y las ramas de
olivos. Es tu tiempo, Dios, el bendito tiempo de mi Dios.
Siento
cómo acudes a mi ciudad interior, a las moradas de mi alma, para recorrerlas
con tus pasos limpios, pacificándome, reconciliándome, ayudándome a comprender.
Me
abro completamente a ti y te dejo entrar. Hazlo Señor, mi Dios, mi Señor,
sondea mi alma y recompón mi espíritu, que es tuyo, todo tuyo.
En
esta santa semana me comprometo a buscarte con mis pies cansados y qué bien sé
que te hallaré.
Alabado seas,
Señor, por este misterio,
por la fragilidad humana que pone al descubierto la
muerte, pues nos introduce en el camino de la
confianza al descubrir
lo único esencial:
tu vida dentro
de nosotros.
Cuento
con mi fragilidad humana a la hora de avanzar en esta peregrinación de la vida.
Sea como sea mi fe, tengan el alcance que tengan mis dudas, el final del camino
solo Tú lo conoces.
Alabado seas, Señor,
por el sepulcro
abierto de Cristo
que nos asegura el hecho de la muerte verdadera de nuestro amado Jesús.
En ese lugar, en el silencio de la
tumba, me igualo a Él, me igualo a la voluntad de Dios. Él aceptó la muerte, yo
también la acepto con
toda serenidad, con
toda confianza, porque
sé que en ese
momento no me
abandonarás, porque sé
que allí no estaré solo.
En el gran silencio y en la suprema quietud del tiempo sin tiempo, sabré aguardar tranquilo a que me llames por mi nombre, a que repitas con voz colmada de amor las sílabas de la palabra que escogió para mí desde el vientre materno y con fe extasiada obedeceré a esa llamada.
En el gran silencio y en la suprema quietud del tiempo sin tiempo, sabré aguardar tranquilo a que me llames por mi nombre, a que repitas con voz colmada de amor las sílabas de la palabra que escogió para mí desde el vientre materno y con fe extasiada obedeceré a esa llamada.
Como en
esta mañana de
primavera, saldré a
la luz de la
vida, sintiendo la novedad de mi ser, la resurrección, respirando el fresco y
aromático hálito de Dios.
La misericordia es el atributo de un Dios
que extiende su compasión hacia aquellos que le necesitan de verdad.
Tanto
el Antiguo Testamento como el
Nuevo Testamento ilustran
que Dios desea mostrar toda su misericordia al pecador.
Cristo revela
la verdad acerca
de Dios, como un Padre de misericordia. Nos permite
verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo, cuando sufre,
cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.
Cristo
muestra a Dios como Padre que es amor, que es rico en misericordia.
¿Te
das cuenta? En la parábola del hijo pródigo no se utiliza ni siquiera una sola
vez el término ‘justicia’, como tampoco en el texto original se usa la palabra
‘misericordia’. Sin embargo, se
hace obvio que el amor
se transforma en
misericordia. El padre se
compadece del hijo que es pequeño e insensato, errado, inconsciente, humano,
débil.
El
hijo pródigo, consumadas las riquezas recibidas de su padre, merece
a su vuelta
ganarse la vida
trabajando como jornalero
en la casa
paterna y, eventualmente, conseguir
poco a poco una
cierta provisión de
bienes materiales, pero
quizá nunca en tanta
cantidad como había
malgastado; tales serían las exigencias de la justicia. Pero
nuestro Dios es algo más que un Dios justo, nuestro Dios es amor. Y Él sabe
sacar bienes de nuestros males.
La misericordia se fundamenta
verdaderamente cuando extrae el bien de todas las formas del mal existentes en
el mundo incluso en el corazón del hombre.
Procurad no olvidar al
Señor. Leemos estas palabras en el Antiguo Testamento, cuando Moisés anima al
Pueblo de Dios a no olvidarse de Él, tener presente lo que Él ha hecho en el
pasado por ellos. Varias veces le dice:
“Procurad no olvidar al Señor”, “tened cuidado de no
olvidaros del Señor nuestro Dios”.
Es muy fácil olvidarse de las cosas que Dios ha hecho en nuestras
vidas. Él actúa de una forma muy profunda y amorosa y ahí le conocemos, ahí nos
rendimos a Él y le agradecemos.
Pero pasan los meses y los años y ya no nos acordamos más de
lo maravilloso de su actuar en nuestras vidas. A veces pasamos por pruebas y
tiempos difíciles, tal vez para humillarnos y saber si vamos a seguir
confiando.
Nos olvidamos de que el Señor nos ama y nos rescató de las tinieblas.
Es justamente ahí cuando debemos recordar lo que el Señor ha hecho por
nosotros.
Hoy recordemos también el día en que le conocimos como nuestro
Salvador. No te olvides del Señor, de lo que Él ha hecho por ti. Él es el
motivo de tu alabanza. Él es tu Dios que ha hecho grandes y maravillosas obras
por ti.
Conozco Señor los temores de este mundo.
Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece un
desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente,
avanzo y busco la salida. Necesito, Señor,
encontrar tu lugar.
¿Dónde
estás, Señor mío? Por qué te ocultas de mí. Conozco y reconozco mis propios
temores. El miedo de este nuevo día me asalta. El miedo de encontrarme cara a
cara con la vida, enfrentarme una vez más conmigo mismo en la luz incierta del
amanecer. Miedo a la oposición, a la incompetencia, al fracaso... Miedo a las
lenguas venenosas que no me comprenden. Miedo a ser yo mismo y miedo a que no
me dejen serlo.
Temo
Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo de ser, como
me obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
Pero,
en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia
repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti,
Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no
te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.
Sobre
todo mi ser se extiende tu mano que cura, Señor. Siento tu perdón y se alegra mi espíritu y mi
cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición
en el fondo de mi ser.
Como se levanta el Sol sobre la Tierra,
así se levanta tu bondad sobre tus fieles; como dista el oriente del ocaso, así
alejas de mí mis pecados.
Percibo tu ternura porque conoces la
masa de la que estoy hecho y siento muy cerca la proximidad de tus manos
hacedoras. Te acuerdas de que soy barro, solo eso, nada más que barro que
espera alcanzar tu don misericordioso.
Tú conoces mis flaquezas porque tú eres
quien me ha hecho. He fallado muchas veces y seguiré fallando, pero no dejo de esperar
que tu misericordia me visite porque Tú me renuevas.
Gracias
Señor por tanta bondad.
Las cenizas que se utilizaron este
miércoles en todas las iglesias se obtienen quemando las palmas usadas el
Domingo de Ramos del año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de
gloria pronto se reduce a nada. Sin duda es un símbolo sabio y coherente. La
imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a
morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo
material que nos rodea aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en
nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad.
No se trata de un mero signo externo, lleva
consigo todo un significado espiritual.
Cuaresma
es un tiempo fecundo para pensar en las cosas pequeñas, en lo sencillo, en
aquello que a veces despreciamos o hacemos como que no vemos, pero que esconde
un enorme valor trascendente. Por ejemplo, las personas que nos acompañan.
A veces la misma rutina se encarga de
hacernos ciegos a sus dolores, a sus pesares y angustias; en definitiva, a su alma…
Nuestros
jóvenes aprenden a competir, a tener éxito, a dominar la ciencia, la técnica y
el patrimonio cultural del que somos herederos. Pero no hay ninguna disciplina
que prepare a los alumnos para las crisis casi inevitables de la existencia: el
fracaso profesional, la ruptura afectiva, la enfermedad, la pobreza, la muerte.
No se puede vivir sin caer en la cuenta de todo esto. Porque pertenece a
nosotros como la misma vida. De ahí la actualidad de estos símbolos
espirituales: sencillamente, nos enseñan a vivir.
Señor, creo haber procedido con rectitud.
Miro mi vida. Veo fallos, errores, incongruencias… Nadie es perfecto acá, en
esta tierra difícil. Tú lo sabes mejor que nadie. Tú me has creado. Es muy
difícil acertar siempre.
Más
he confiado en ti sin desfallecer jamás. Sondea mi alma, Señor; examina mis
entrañas y mi corazón. Aun en la prueba, y a veces la prueba es dura, tengo
siempre presente tu amor y procedo conforme a tu verdad.
Quiero
alejarme completamente del mal. No me siento en la mesa de la conspiración ni
del fraude. Detesto la mentira embaucadora.
Ahora,
Señor mío, mi Dios, quiero limpiar cualquier mancha que pueda haberse adherido
a mi espíritu. Deseo lavar mis manos en señal de inocencia. Y me quedo junto a
tu altar, Señor, para darte gracias por tantas cosas buenas; para pregonar tus
maravillas en el eco interior de mi ser.
¡Cómo
amo el lugar donde Tú habitas! Ese lugar donde reside tu santa gloria.
No
me apartes de ahí. Mantén mis pies en el camino recto para que me lleven a tu
presencia; al umbral de tu preciosa casa, al lugar de tu morada; donde habita
tu justicia y tu amor. Allí, entre las almas queridas de los justos, de los
buenos, bendeciré tu nombre bañado en luz. Y allí aguardaré a que me des la vida
intensa y perdurable; mirándome en ti, mi Dios amado.
Judíos, cristianos y musulmanes creemos en
el Dios misericordioso de Abrahán, Isaac y Jacob. Para los cristianos, sin
embargo, Jesucristo es la revelación definitiva de Dios. Jesús es el mediador por
excelencia, el que nos muestra directamente el Misterio de amor y de salvación
del Padre Eterno.
Porque
Jesús, según la fe cristiana, pertenece esencialmente a ese Misterio: lo
confesamos el Hijo de Dios. Por eso acostumbramos a decir que creemos en el
Dios de Jesús. Cuando se analizan los evangelios, se descubre la experiencia de
Dios que tiene Jesús: singular, única, original, exclusiva en su contexto
religioso judío. Jesús no se puede entender sin Dios.
En
casi todas las religiones antiguas la idea de Dios como Padre de los hombres está
presente con matices diversos, en el sentido biológico de procreación. En el
Antiguo Testamento, a Dios se le llama Padre en ciertas ocasiones. Pero en el
judaísmo antiguo la designación de Dios como Padre no aparece como algo
central.
Jesús
llama a Dios, a su Padre, abba. Esa palabra procedería del balbuceo infantil
como nuestro “papá”, y debiera ser traducida por la expresión “padre querido”.
Con esta palabra se dirigían los niños en la intimidad familiar a su padre, y
también la empleaban los adultos en la relación con personas de especial
veneración: abba se usaba en diversas situaciones de la vida cotidiana con una connotación
afectiva. Jesús, con gran sorpresa para la gente, utilizó este término para
hablar de Dios y para dirigirse a Él. Abba supone confianza y obediencia,
abandono en Dios y reconocimiento de su soberanía, una experiencia única y
original de la inmediatez de Dios. Jesús se siente el Hijo y lo percibe como
Alguien muy cercano, directamente accesible, en una familiaridad espontánea.
Jesús
experimenta a Dios como el poder que genera vida, que sólo quiere el bien y que
se opone a todo lo que hace daño al ser humano. Es el Dios creador que alienta
e impulsa todo lo que existe:
“Mirad
cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?”.
En todas las lenguas conocidas existe una
palabra para designar lo que de forma más o menos acertada llamamos “Dios”. Y
en todos los tiempos, los hombres, ante el asombro provocado por la belleza y
el orden de este mundo y de este universo, espoleados por las realidades de la
vida y de la muerte, por las preguntas del “por qué” y del “para qué”, han
buscado caminos que les descubran ese misterio último.
Sin
embargo, el misterio de Dios no es pura oscuridad. Es luz... que nos deslumbra,
y que nos obliga a pensar y a buscar. Y también a creer, porque Dios no es una
evidencia, sometida al control de los
sentidos. Es Alguien, que sólo puede ser encontrado en la fe, y del que sólo
podemos hablar con metáforas o símbolos, con imágenes, que se ven siempre
desbordadas, porque nunca serán totalmente adecuadas para expresar la Realidad
última: no podemos prescindir de las imágenes sin permanecer mudos, aunque
nunca podremos identificar a Dios con ninguna de nuestras imágenes.
Sobre
Dios no hay que guardar silencio absoluto, pero sobre Él sólo podemos hablar
análogamente, comparativamente. Dios no forma parte de nuestra realidad
mundana. Es el presupuesto incondicionado de todo lo que existe, y nuestro saber
no puede disponer de Él, como si se tratase de un objeto entre otros objetos.
Es el fundamento último del que vivimos, en el que realmente nos comprendemos,
y en el que morimos. En la cuestión de Dios se juega el sentido de nuestra vida
y de nuestra muerte, el sentido de nuestra historia y de toda la realidad.
Y los cristianos confesamos que en Jesús de
Nazaret, el Cristo, hemos descubierto el rostro de ese Misterio.
Lo que sabe un hombre a los 50 años, que no
sabía a los 20, es incomunicable en su mayor parte. El conocimiento que ha adquirido
con la edad no es el de fórmulas o términos, sino el de gentes, lugares,
acciones... Un conocimiento que no se adquiere por medio de palabras; sino por
las victorias y los fracasos, la serenidad y las noches sin dormir; las
experiencias humanas, las emociones puramente terrenales, y, quizás también, con
reverencia por las cosas que no podemos ver y que trascienden la realidad; con
fe.
El
sabio autor del Eclesiastés escribió hace miles de años: “Hay tiempo de nacer y
tiempo de morir, tiempo de amar y tiempo de olvidar, tiempo de trabajar y
tiempo de descansar, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse…”. Cuando
acabamos de leer este preciosísimo pasaje de la Biblia, nos percatamos de que,
por cada suceso bueno, hay, por lo menos, un suceso menos positivo y, sin
embargo, esto también debe ser aceptado. La vida es un paradigma, una mezcla de
gozo y de dolor. Dar rienda suelta a uno reprimiendo al otro provoca el desastre
físico y espiritual. Dominar los altos y los bajos exige balance y equilibrio.
Aunque
parezca una frase simple, cada día estoy más convencido de eso, de que “el
tiempo es un regalo” que, en ocasiones, todos dejamos que se nos escape entre
los dedos. Porque olvidamos lo importante que es para disfrutar de nuestra vida
y para ayudar a que otros disfruten de las suyas. Para León Tolstoi “no hay
nada más que una manera de felicidad: vivir para los demás”. Y el tiempo es la
“herramienta” que se pone a nuestra disposición para construir, para hacer el
bien.
Por
eso, la mayor pérdida de tiempo es el rencor. El pasado sólo es eso: “pasado”.
No sacrifiquemos a él el presente.
Hace apenas unas semanas hemos estrenado un
nuevo año. Un nuevo año es una oportunidad. Ha de ser celebrado porque lo
iniciamos con un corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro donde
tenga cabida la sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza fortuita,
ni producto de un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo tiempo en la
esperanza, de la realización plena del amor de Dios.
Si
el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre,
pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros
días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor,
que, bien sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es
Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario
para cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su
amor y cada día tiene su propio afán.
El
amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas. Dios renueva
constantemente el mundo; lo visible y lo invisible. También tú eres renovado,
aunque no seas capaz de verlo.
El
amor de Dios se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo Amor que
nos ha creado de la nada. Es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada
instante especialmente en la Eucaristía. Por eso, podemos aventurarnos ya desde
este momento a desear y esperar un buen año y... ¡Que se realice como nuestro
Padre Dios lo haya dispuesto!
Si me detengo durante un momento en esta
hora del día y guardo silencio, aflorarán dentro de mi muchos sentimientos.
Tal
vez haya decepciones, heridas, pasiones, miedos... tal vez dudas. Por eso muchos
huyen del silencio y buscan el bullicio del mundo o la actividad desmedida.
Quizás huyendo de sí mismos para no encontrarse consigo.
Para
saber quién soy debo buscar el silencio, aunque sea de vez en cuando. Este
silencio producirá en mi varios estados. Primero me ayudará a encontrar la
realidad que está oculta entre tantos ruidos, ver qué se mueve en mi interior,
qué me pasa, cómo estoy.
¿Tengo
problemas de afecto o soy yo mismo mis problemas? Mi miedo está ahí, es verdad,
pero yo no soy mi miedo.
Ahora
veo que estoy necesitado. Entonces me uno a Dios: Señor, te necesito, ven a mi.
Soy
un ser pleno, tengo a Dios, Él ya tiene resueltos mis problemas, es mi Padre,
¿qué he de temer?
Soy
uno conmigo mismo y con los demás, y con toda la creación. Ya no medito más en
Dios porque estoy en Él.
El sufrimiento es un misterio que se
esconde en la propia esencia de la vida esperando saltar a cada paso del
camino.
Ante
la prueba, ante el dolor, cada uno siente la tentación de sucumbir como si todo
estuviera perdido. Se apagan repentinamente las luces de la razón y del
entendimiento y la vida empieza a adquirir un color oscuro y triste. Pero la
respuesta al sufrimiento es siempre personal, intransferible, cada uno tiene
que encontrarla.
Para
el creyente la oración es un camino que nos conduce a encontrar la luz. Él es
el motivo de toda confianza, el manantial de toda esperanza en el día de la
oscuridad y de la prueba.
Dios
no es indiferente ante el bien y el mal, es un Dios bueno y no un hado oscuro,
indescifrable y misterioso. Por eso, aunque el aparente triunfo de la
dificultad puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente
sabe que Dios lo librará de todo mal, pues Dios ama el bien. Ama infinitamente el
bien.
Hace apenas unos días hemos estrenado un
nuevo año. Un nuevo año es una oportunidad, esto no es un tópico, es verdad.
Ha
de ser celebrado porque lo iniciamos con un corazón agradecido.
Ha
de ser un tiempo de encuentro donde tengan cabida la sorpresa, el milagro, el
estupor.
No
es una esperanza fortuita, ni un producto del juego del azar, sino ir al
encuentro del nuevo tiempo en la esperanza en la realización plena del amor de
Dios.
Si
el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre,
pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros
días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor.
Sabemos
que cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien nos
cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario cada día, pues
cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir su amor y cada día tiene
su propio afán.
El
amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas, Dios renueva
constantemente el mundo, lo visible y lo invisible, y también tú eres renovado
aunque no seas capaz de verlo.
El
amor de Dios se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo amor que
nos ha creado de la nada, es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada
instante, especialmente en la Eucaristía. Por eso podemos aventurarnos ya,
desde este momento, a esperar y a desear un buen año, y que se realice como
nuestro Padre Dios lo haya dispuesto
Puedes
preguntarte qué te pasa, porque es posible que hoy te encuentres abatido,
triste, confundido, o envuelto en ese montón de brumas de los recuerdos.
Tal vez este día que acaba es para ti un
día más en la rutina de las semanas y de los meses, que se parecen los unos a
los otros y en los que tampoco nada especial sucede.
Es posible que no tengas planes precisos,
ni aguardes a nadie ni a nada en especial. Hasta es posible que hayas perdido
la esperanza, la fe, el amor. A pesar de ello, tengo un aviso para ti, mensaje
enviado desde los siglos. Es como una promesa, como aquellas viejas profecías que
alentaban las almas. Es un anuncio que supera todas las expectativas caducas de
este mundo, una promesa para los hombres, pero especialmente para ti y está
enviada desde toda la eternidad. Te ruego que te alegres y lo escuches, aunque
no puedas, aunque sientas que no puedes. Álzate sobre tu triste postración,
fíate de Dios, pues hay un aviso para ti, muchos lo hicieron. Graba este
anuncio en lo más hondo de tu corazón y sal a su encuentro: ¡es Navidad! Viene
a ti para siempre.
Es posible que hoy te encuentres abatido
y sin fuerzas pero el aviso sigue ahí, aunque nada te diga esa palabra. Es
Navidad y debes vivir como si fuera Navidad siempre, pues hay un aviso para ti,
un aviso desde toda la eternidad
¡Qué maravilla! A pesar de todo, el Cielo
se sigue derramando en amor durante estos días porque es Navidad. Dios está
aquí. Hay alegría por los caminos. Abre tu alma, amigo, nada te cuesta. Porque
las promesas se cumplirán. Porque es Navidad.
El
Dios hizo el firmamento y lo llenó de estrellas. Hizo la luz y luego el Sol, y
encendió una lámpara blanca en la noche para que se viera más clara la cara de
Jesús, no fuesen a equivocarse los ángeles y los pastores y los magos. Hizo las
montañas y las coronó de águilas y de nieve. Hizo mares, océanos y grandes desiertos
de arena dorada para los caminantes. Después llamó a una pequeña estrella y la
llevó hasta la otra punta del Universo para que miles y miles de siglos más tarde
parpadeara para servir de guía a unos aventureros y valientes magos de Oriente.
Con
solo su mirada coloreó todas las especies de flores que había creado. Hizo
crecer a los árboles, que al despertarse se agitan en el aire que forman la
brisa y los vendavales. Del viento nacieron las dunas y la música primera del
campo.
Luego
Dios hizo una pausa y pensó dónde poner su nacimiento y decidió que en Belén de
Judá sería el lugar. Imaginó las figuras: el buey, la mula, los pastores... y
le dio una estirpe a su hijo: padres, abuelos, bisabuelos... Cientos de vida
para crear una vida, centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de
su voz, la mano extendida en la postura exacta para el nacimiento de Dios.
Pensó
en su madre. Toda la eternidad soñó con ella y la colocó en el nacimiento,
junto a la cuna, con Jesús, vivo retrato de Dios y de María.
También
te creó a ti y a mí, y nos puso aquí para descubrir su misterio, su eterno, su
infinito misterio de amor.
La Virgen y san José, con su fe, esperanza
y su gran amor, salen victoriosos en la prueba. No hay rechazo, ni frío, ni
oscuridad ni comodidad que los pueda separar del amor que Cristo les da y que
nace con ellos.
Ellos son los benditos de Dios que lo
reciben. Dios no encuentra lugar mejor que aquel pesebre, porque allí estaba el
amor inmaculado que lo recibe. María estaba allí.
Escogida para una obra maravillosa,
aunque sencilla y natural como el nacimiento de un niño.
Ella
sabe de esperanza, la invocamos como Virgen de la esperanza.
Puesto
que el Hijo de Dios, nacido de María, está con nosotros y nos acompaña, no
hemos de sentirnos solos en nuestro caminar terreno. Él nos amplía también el
horizonte de nuestras aspiraciones inmediatas
para considerarlas a la luz de la sabiduría divina.
Es
importante recordar que ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa de
encontrarse con nosotros. Por eso la esperanza del Adviento consiste
precisamente en prepararnos para ese encuentro gozoso con Quien cambia nuestra
vida para salvar a todo el género humano.
Adviento
es para nosotros esperanza, acogida y escucha del mensaje del Mesías que viene
a transformar el mundo por amor. Ven, ven Señor, no tardes. María, ayúdanos a
vivir con esperanza.
En el acontecer rutinario en el que los
hombres nos hallamos inmersos, acaso sin emoción, sin sobresalto, reservamos
una bella palabra: Adviento, para hablar de acontecimientos altamente deseados
y esperados, pues reportan grandes bienes.
Los
avatares de cada día nos obligan a vivir siempre expectantes, pues queramos o
no transitamos de la mañana a la noche por caminos siempre inacabados, siempre
abiertos a la sorpresa.
Nos
hacemos y rehacemos a golpe de sorpresa y esperanza. Sobre todo de sorpresas
gratas y de esperanzas fundadas. Los hombres y las mujeres siempre estamos
esperando.
Si,
con frecuencia, soportamos días grises y con lágrimas, en el fondo aguardamos
el suceso feliz, el adviento humano, venturoso.
Podríamos
decir que es el tiempo de la esperanza firme y de la preparación robusta para
dar alcance a todas nuestras promesas, a un amor difícil, a una amistad
profunda, a una actitud solidaria, a una mesa compartida.
Adviento
es una hermosa palabra, es una palabra antigua y llena de hondo misterio, una
palabra hermosa que siempre suena en mis oídos, en lo profundo de mi corazón
anhelante, como si no solo ahora, en el final del otoño y en el invierno, fuera
Adviento. Siempre es Adviento.
La
palabra Adviento me habla de tiempo y de actitud de espera, pero una espera con
llegada, una espera con luz. Él viene, Él vendrá.
A todas horas, en todo momento, en los
medios, en las conversaciones habituales, sale el tema de la crisis. Parece que
todo está enrevesado, confuso, complejo, difícil. Decimos ¡cómo está todo!
Es
verdad, hay veces que la vida se pone patas arriba, y entonces comienzan las
dudas, la zozobra, se borra la fe o, incluso, se siente más necesaria que
nunca.
La
esperanza siempre está ahí. Aunque a veces pequeña, como un insignificante
grano de trigo, está ahí. Nos debe dar la fuerza necesaria para comprender, y
después para creer.
No
nos puede faltar la esperanza. Ciertamente hoy parece que es un don raro,
extraño y asombroso en este mundo difícil, pero es un don, un don que no puede
faltar.
Este
es el tiempo de la esperanza, el Adviento. Un tiempo rico de invierno en el que
la naturaleza toda aguarda la plena manifestación del color y la luz.
Viene
el tiempo nuevo, el tiempo del nacimiento de Dios, el único y verdadero Dios,
el Dios con nosotros que trae la aurora de la paz, el consuelo y la dicha.
Pero... ¡cuánto tiempo más ha de pasar
todavía para que vuelvas Tú! ¿Cuántas cosas terribles y escandalosas han de ver
aún nuestros pobres ojos?
Nos
hablaste de un reino; nos dijeron que tuviéramos esperanza, que veríamos
regresar al Rey; y que cuando eso tuviese al fin su lugar, quedaríamos
admirados, sobrecogidos, al contemplar y sentir cómo lo ruin y lo vil de este
mundo era de repente precioso; como si nunca antes hubiese sido ruin o vil...
Nuestra
pobre esperanza incluso llegó a comprender y anhelar que lo cruel fuera
misericordioso; que sería perdonado el universo como si no hubiese conocido el
pecado...
Pero...
¡qué arraigado está el mal en el mundo! ¡Cómo se resiste y con qué fuerza se
niega a soltar su presa!
Cuan
hermoso será oír:
“las
maldades de antaño han terminado.
Los
días antiguos ya se fueron.
Está
surgiendo un nuevo mundo.
Se
acabaron los viejos hábitos.
No
habrá más odio, ni guerra, ni mentira, ni falsedad...
Y
será uno el pueblo, el bello pueblo del Dios Vivo.
Tiemble
pues esta tierra vieja, ante los presurosos pies del mensajero. Y proclamad la
ley, la única ley vigente: la del amor.
¡Ven
ya mi hermoso Rey y que el mundo estalle en frescura de heno y flores! ¡Dispersa
el rocío de La Paz y el descanso!
¡Vuelve
a casa, mi Señor!
El
21 de noviembre honramos la Presentación en el Templo de la santísima Virgen
María.
Los
orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en una piadosa tradición que surge de
un antiquísimo documento, el escrito apócrifo llamado el «Protoevangelio de
Santiago». Según este documento, la Virgen María fue llevada a la edad de tres
años por sus padres San Joaquín y Santa Ana. Allí, junto a otras doncellas y
piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente respecto la fe de sus padres y
sobre los deberes para con Dios.
Como de tantas cosas de la vida de
Jesús, de María y de los santos, hallo una enseñanza en este precioso relato
para mi corazón.
Imagino cómo llegaría ella al Templo de
la mano de sus padres: La mano de Joaquín, llena de fuerza y confianza, sujeta
la manita tierna de la niña; y Ana, su madre, está feliz…
Con su inocencia, jamás perdida, y su
ternura, exquisitamente multiplicada en años venideros, va acercándose la
pequeña al lugar del que tanto le han hablado, y va aprendiendo a reconocer y
adorar al Dios eterno de sus amados padres y antepasados.
Por estas cosas de la imaginación,
descubro a una María niña, débil, alegre…
Va subiendo las escalinatas... Al llegar
al último peldaño distingo, a una prudente distancia, a la anciana profetisa
Ana..., que mira a esta niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo.
Y Ana guarda ese rostro en su corazón…,
pues el rostro de María es inolvidable.
Dios eterno,
ante quien mil años son un ayer que pasó, rescata nuestro tiempo
de su inutilidad y
vaciedad, colmando de tu plenitud, enviándonos
el Espíritu Santo de tu Hijo, para
que toda nuestra vida
sea alegría y júbilo.
Vuélvete Señor
hacia nosotros. Pues nuestra
vida es una fatiga
inútil, nuestros años pasan
a prisa y vuelan.
Porque
Tú estás a nuestro
lado no nos acobardamos. Aunque nuestro exterior
vaya decayendo, Tú vas renovando
nuestro interior de día en día.
Nuestras penalidades momentáneas y
ligeras no nos destruyen, sino que gracias a Ti vivimos una riqueza eterna, en
una alegría y una paz grandísimas.
La muerte es la más seria amenaza al deseo
humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana.
La
muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza. Pone en cuestión el sentido de la
vida y también pone en cuestión a Dios. De uno u otro modo, brotan las
preguntas: ¿Habrá algo después? ¿Estamos condenados a morir? ¿Hay una
esperanza?
¿Qué anuncia el Evangelio? ¿Cómo afronta
Jesús su propia muerte? ¿Se resucita en el momento de la muerte o al final de
la historia? ¿Es cierto, como suele decirse, que no vuelve nadie para contarlo?
Marta,
la hermana de Lázaro, cuando ha sufrido la muerte de su ser querido, dice lo
que le han enseñado, y lo dice sin mucho entusiasmo: «Ya sé que resucitará en
la resurrección el último día».
Jesús
le responde con la novedad del Evangelio: «Yo soy la resurrección. El que cree
en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás ¿crees esto?»
Jesús
habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre, un paso de
este mundo (sometido a la muerte) al mundo nuevo (resucitado a la vida). Se va,
pero vuelve. Le verán los creyentes: «Dentro de poco el mundo ya no me verá,
pero vosotros sí me veréis».
Las
parábolas del grano de trigo que cae en tierra y de la mujer que da a luz
manifiestan cómo Jesús ve la muerte: La muerte produce fruto; es como un parto.
Estando en la situación límite de la cruz,
Jesús le dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Dios
salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún,
la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que
creen en Él: «El que cree, tiene ya la vida eterna».
Cuando llega este tiempo de noviembre, tan
otoñal, en el que los amaneceres son más tardíos, los días más cortos, a muchos
les invade una cierta tristeza… Se acuerdan de los que ya no están con nosotros
porque abandonaron este mundo.
A
este mes de noviembre se le llama también “el mes de los difuntos”.
A
veces, resultan inevitables los recuerdos. El otoño es evocador, nostálgico…
Están
también aquellos que, al pensar en la muerte, pierden la paz; se atemorizan, se
desasosiegan, se angustian…
Algunas
veces las noches insomnes se hacen largas, dando vueltas y vueltas a estas
incertidumbres. Puede ser que incluso el panorama se presente sombrío, oscuro,
al no hallar respuestas.
Esa
es una pregunta propia del ser humano: ¿Qué hay detrás de la muerte? ¿Hay más
allá? ¿Cómo será esa vida que la fe nos promete con tanta vehemencia,
asegurándonos que supera a ésta? ¿Qué es eso de la Resurrección…?
También
a Jesús, en aquel tiempo le hicieron esas preguntas.
El
respondía sereno, con la certeza del que tiene fe, del que ve más allá:
“Los
que mueren son como ángeles, son hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección: Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en el
episodio de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos el nuestro, sino de vivos, porque
para él todos viven”.
Y Dios habla. Habló ya al principio de los
tiempos. Habló a lo largo de la historia. Habló claro y recio por su hijo,
Cristo Jesús. Y por él continúa hablando a todos los hombres hasta el fin de
los tiempos.
Sí,
Dios habla a la humanidad. Pero Dios también nos habla a todos y cada uno de
nosotros en particular.
Y
se vale de muchos medios. Y tenemos que vivir con espíritu vigilante, para
descubrir su voz susurrante... Nuestro mundo de
hoy exige prestar continuamente atención.
Porque
la voz de Dios no se alza sobre el griterío del mundo, sino que resuena
pausada, pacificadora, invitadora, en nuestro corazón… Y el cristiano es aquel
que siempre debe estar atento. Atento para responder a la llamada que nos
compromete. La llamada que no es una imposición forzada, pero sí una invitación
activa a dejarlo todo y seguirle. Una invitación a trabajar por la extensión
del Reino. Una llamada a transformar el mundo, haciéndolo más humano.
Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; él se
inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a
nuestro Dios.
Tú
no quieres sacrificios ni ofrendas, pero, en cambio, me abriste el oído. No
pides un sacrificio expiatorio… Por eso, yo te digo: «Aquí estoy -como está
escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu
ley en las
entrañas.
He
proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor,
tú lo sabes. Aquí me tienes.
Jesucristo de mi fe, hoy te miro cara a
cara, perplejo e ilusionado. Te cruzaste en mi vida desde la eternidad. Me
siento feliz por haberte conocido y hoy brindaré por ese encuentro.
Jesús
amado, gracias por comprenderme, por aceptar que soy un hombre oscilante.
Saberte humano como yo me da mucha tranquilidad. Me asegura que de verdad somos
amigos y te siento cerca.
Ah,
Jesús de mi fe, que cerca te siento en este momento. Compartes esta alegría que
no tiene origen en cosas materiales, sino en tu Pascua permanente, en la
seguridad de que resolverás mi vida, para la eternidad.
Mi
Señor, mi amigo, mi íntimo compañero, el tiempo y el espacio se resumen en este
instante; en la frescura y la belleza de esta madrugada de otoño. Aguardo tu
luz, tu cálida luz que no ciega, ni sobresalta, que anima a seguir adelante, a
buscar al Dios infinito que mora en lo escondido.
Jesús,
mi Jesús, mi noble, tenaz y amable Jesús. Has luchado por mi alma inquieta. Hoy
brindaré por ti. Tú y yo nos conocemos. Gracias por venir a hablar a mi
corazón.
Tómame, mi buen Dios, con tus brazos de
Padre. Devuélveme la alegría de tu salvación. Nada hay más alegre y feliz para mí
que sentir esa confianza que brota del conocimiento de tu amor. Me conoces, sí,
Padre, me conoces mejor que me conozco yo mismo. ¡Y me reconoces!
Tú
me formaste del polvo de la tierra, de las entrañas de la materia, y me
entregaste el soplo de tu espíritu. Guardo ese soplo aquí, muy adentro; y lo
siento en mi alma como una llama viva, como una energía eterna, inextinguible,
poderosa y, a la vez, silenciosa. Esa fuerza soy yo mismo; es lo que me
regenera, me reconstruye y me levanta de las cenizas inertes para lanzarme a la
vida, a volar en busca de tus senderos del cielo.
Padre
mío que estás en los jardines de la gloria eterna, bajo el sol que no se apaga, y la luna plateada que siempre refulge; junto
a las fuentes frescas de la vida perdurable...
Desde
ahí, ¡llámame!
Sí,
Padre mío, escucho tu voz…
Señor, antes que fuera engendrado el orbe
de la tierra, desde siempre y para siempre, tú eres Dios y permites que
nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra de los
vivos, y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato.
Que el amor, Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad, que nuestras acciones proclamen la obra de tus manos para que así podamos un día gozar eternamente de la dulzura de tu presencia.
Dios
y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del que
fuimos formados, tu paciencia nos sostiene
para que conozcamos
tu voluntad. Que
baje, Señor, a nosotros
tu bondad y
haga, durante este
día, prósperas las obras de nuestras manos, para que se manifiesten
al mundo tu verdad y tu gloria.
También
Cristo ha entrado en esta finitud humana, ha pasado por la muerte, venciéndola,
y con su resurrección ha inaugurado la nueva vida que es plenitud sin final.
Dios eterno, ante quien mil años son un
ayer que pasó, rescata nuestro tiempo
de su inutilidad
y vaciedad; cólmalo
de tu plenitud enviándonos el Espíritu de tu Hijo para que toda nuestra
vida sea alegría y júbilo.
Vuélvete,
Señor, hacia nosotros, pues nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años
pasan aprisa y vuelan.
Porque
Tú estás a nuestro lado no nos acobardamos, aun que nuestro exterior vaya
decayendo; Tú vas renovando nuestro interior de día en día.
Nuestras
penalidades momentáneas y ligeras no nos destruyen. Sino que, gracias a ti,
vivimos en una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísimas.
Invoco al Espíritu de Dios: ¡Robustece mi
fe! Y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque
quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad
celestial, mientras seguimos en la tierra.
Tu
victoria ha llegado porque Tú has llegado; Tú has andado los caminos del hombre
y has hablado su lengua, con tus propias palabras guardadas desde la creación
del mundo.
Has
gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza, y has llevado a cabo tu
redención. Tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Para siempre.
Llevarás
a término esta obra magnífica; la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso
cuando tú quieras. El día y la hora están ocultos, pero son ciertos como la
misma bondad del Dios.
Mientras
tanto, gozo viendo como en sueños y profecías, como en visiones de futuro la
victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Todos lo
veremos entonces con estos ojos nuestros de carne, y comprenderemos. Y la
humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu
amor dulce y generoso.
Ese
día es ya mío, me pertenece igual que tus promesas.
Día a día me voy dando cuenta: soy como un
niño que va de acá para allá zarandeado por la vida. El espíritu del mal juega
conmigo y me lleva a su antojo a donde no quiero…
Se
retuercen mis convicciones más hondas y me pierdo… ¿Adónde iré así?
He
de regresar a Ti…. Mas… ¿cómo hacerlo?
Acumulo
riquezas posesivas que me alejan de la pobreza limpia y serena. Me deleito en
la vana gloria de éxitos vacuos.
Desprecio a los otros, a mis hermanos. Me
aferro a mis verdades, a mis mentiras, a mis engaños. Domino a los demás y sacrifico
su amistad en aras de mi soberbia. Mi humildad se disipa maltratada por mi
orgullo. Me embrollo en mis necesidades y mis vicios, me causo males sin
cuento…
Las
redes y cadenas del espíritu del mal me atenazan, me aprisionan, me conducen a
donde no quiero ir. ¿Qué haré? ¿A quién acudiré?
¡Ay,
mi Señor, a Ti! ¿A quién sino? Me pondré enseguida en camino hacia ti. Tú
sabrás limpiar tanta suciedad. Tú me darás un corazón nuevo, un espíritu nuevo,
sano y feliz. ¡Hazlo mi Dios! ¡Haz ya ese milagro! Pues te amo y confío sólo en
Ti.
Desde lo más hondo de mi ser clamo a ti,
Señor, pues me siento como un niño entre fantasmas inquietantes.
Tú
conoces mis penas y mis trabajos, Señor, mis esfuerzos y miedos; mis problemas…
Tú
eres mi Dios presente, el Dios, el Dios infinito. Y por eso, acudo a ti con la
humildad de un corazón atemorizado.
Siento
que estas aguas son más poderosas que yo y amenazan con ahogarme. ¿Puedes hacer
algo por mí? Mira que soy tu hijo. No me abandones.
Quiero
sobrevivir en serena plenitud, en gozosa libertad.
Deseo
vivir sin temor. Esos miedos, esos fantasmas inquietantes son feroces: el
futuro, la enfermedad, los otros, mis enemigos, la oscuridad exterior… Es un
demonio grande de negro rostro.
Mas
me quedo quieto un momento, miro en el íntimo santuario de mi interior y
aparece esa luz. Tú estás ahí. Gracias Dios.
Ahora
no temo. Se marcharon los fantasmas inquietantes, se convirtieron en humo y se
esfumaron. ¡Ah, qué paz! Gracias, Dios.
Tú
lo gobiernas todo, Tú lo sabes todo. Eres el único capaz de devolver la paz a
mi alma. Gracias, Dios, mi Dios.
Desde lo más profundo de mi
alma clamo a ti, Señor.
Tú eres el dueño de mi existencia toda, la cual me regalaste por
infinito amor.
Te acepto como principio y fin de esta vida mía, mi creador, mi
plenitud.
Cuanto soy y cuanto seré, todo, está en tus manos, en tus amorosas
manos.
Presiento cómo eres, te veo en mi interior, a pesar de mi
mal, a pesar de mis pecados.
No me siento lejos de ti, pues aunque yo me aleje, tú no te separarás.
¡Oh, Dios, mi Dios!
Tú eres mi Dios presente, el Dios de mis días, que me sondea y
me conoce. Tú eres mi padre y yo soy tu hijo. Eso lo siento aquí, muy adentro,
y nadie me lo podrá arrebatar.
Eso transforma mi existir y me hace respirar seguro. ¡Ay, mi Dios,
qué tranquilidad siento ahora! Aunque marche por cañadas oscuras, aunque sienta
que puedo perderme, Tú no lo permitirás.
Haz que no me abandone jamás
esta experiencia de tu cercanía, para que mi alegría consista en alabarte
sirviéndote, desde lo más hondo de mi alma…
Lléname de paz
Míranos y compadécete de nosotros pues
estamos apenados.
El mal nos atenaza y apenas nos deja
fuerzas.
Con tu mano que cura cualquier enfermedad,
suaviza el dolor y el sufrimiento.
Te lo pedimos por medio de Jesús, el
Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
Dios Todopoderoso, Tú que nos ofreces tu
amor como un regalo, Tú que nos conoces y nos llamas por nuestro nombre, ten
compasión por las personas que tanto amamos, mientras les llega el momento de
viajar de la Tierra a los Cielos.
Disipa nuestros temores, haz que se
esfumen, para reconocer con toda esperanza el misterio de la vida, el misterio
de tu amor y de tu trato divino hacia nosotros.
Clamo a Ti; Señor, con la oración de
quien reconoce su pecado.
Te ruego que
me ayudes a darme la vuelta por completo, a empezar a hacer las cosas de otra manera, a reconocerme y comprender
mis errores.
Quiero volver
a vivir en los atrios de la serenidad, en el huerto de tu ternura, de tu familiaridad, de la dulzura
que emana de tu amorosa presencia.
Ha llegado el
momento en que ya no me valen las meras palabras.
He de hacerlo,
he de seguir tu camino, avanzar por tus sendas, cumplir tus
mandatos....El momento de ser fiel a ti.
Cansado de
recorrer caminos tortuosos, cansado de compañías infelices, cansado de tanta
superficialidad, vuelvo al fin mis ojos hacia ti, mi Dios.
Clamo a ti, Señor, y te pido la
conversión de mi alma. Aunque sé que soy débil y que volveré caer, acepta este ruego como algo definitivo. Me conozco y
sé que sin tu ayuda poderosa no seré capaz de cumplir mis
propósitos. Ahora, en este instante, acude en mi ayuda y recoge mi queja, que es sincera, Señor.
Sáname.
En el fragor de la vida, a
veces, estás tenso, agitado, y no tienes calma. Sin embargo, en el fondo de ti
mismo, sientes una paz inalterable. Lo mismo sucede en la fe; la fe no es un
sentir, es un saber, es certeza y no una emoción. Muchas veces no sientes nada,
pero puedes afirmar: yo sé que el Señor está conmigo, tengo las certeza que Él
me ama, y eso te da una gran paz.
Hay tres cosas que dan la
madurez al espíritu: la certeza sobre la fe, que no es una emoción; la paz en cuanto
al trato con Dios; y la esperanza
Vivir
en calma es muy importante, pero la paz es distinta a la calma. La calma reside
en la periferia de la persona, fuera. La paz, sin embargo, reside en el alma.
La
calma es fruto de un relajamiento muscular y nervioso de saber enfrentarse con serenidad a los problemas, sin embargo la
paz es fruto directo de Dios.
Puede
no haber calma y sí paz, y también lo contrario. Con frecuencia descubrimos a
personas calmosas, pero que sin embargo no son capaces de vivir en paz con los
demás. Tú mismo puedes percibirlo en tu propia vida. En el fragor de la vida, a
veces estás tenso, agitado, no tienes calma... sin embargo, en el fondo de ti
mismo, sientes una paz inalterable. Puedes estar en la aridez más enervante,
pero si tienes paz, ten la seguridad de que Dios está contigo.
Con frecuencia, acuden a
mi personas que están llenas de temores.
El temor es una manera de no vivir.
El temor muchas veces crea
enemigos, pues engendra fantasmas inexistentes.
El mal de la muerte no es la muerte
en sí, sino
el miedo a la muerte.
El mal
del fracaso no
es el fracaso, es el miedo a fracasar.
El mal
de no ser
amado, no es
no ser amado
en sí, sino
el miedo que
se tiene a no
ser amado. Al final el único
enemigo del corazón
del hombre es
el temor, que se
encuentra en nuestro
interior y que
engendramos en la medida en que nos resistimos mentalmente a
vivir.
Entiendo por soledad, la
situación de aquellos que están privados de ayuda, la compañía que, de algún
modo, necesitan y, que debido a ello se encuentran en un estado de postración,
de sufrimiento, algunos de desesperación.
Está la soledad de los
ancianos, que están solos en sus casas. ¿Cuántos hay en nuestras ciudades? O
muchos que están solos dentro de su familia; aun teniendo personas para hablar,
están solos uno al lado del otro.
Es peor aquellos que están
enfermos o tienen achaques y no tienen ni siquiera a quien quejarse. Está la
soledad de los que no han tenido la posibilidad de encontrar a otras personas
para desenvolver su vida. También nosotros, los que estamos muy acompañados, podemos
sentirnos solos o incomprendidos. Finalmente están las soledades que se crean
en el seno mismo de las familias y de las comunidades debido a la falta de diálogo.
¡Hay tantas lágrimas amargas que nadie conoce!
Se puede hacer una cadena anti-soledad;
es fácil observar a nuestro alrededor y detectar quiénes están solos. No ir
inmediatamente a importunarlos y a tratar de deshacer sus soledades de forma violenta,
sino con mucho cuidado, amorosamente, ponerse al lado y esperar a que él solo
se comunique.
Aprender
a amar,
aprender
a servir
No podemos aprender a amar sin aprender a servir. Nuestro amor se marchita cuando
está hecho solo de palabras, de buenos propósitos, de impulsos mentales; tienen
que entrar en acción también las manos, tenemos que hacernos cargo de las
necesidades concretas de quienes están a nuestro alrededor. No hay que ir tan
lejos para realizar gestos extraordinarios de solidaridad.
Lo que tenemos que hacer es aprender a tejer, a remendar, a reparar
continuamente y con amor todo lo que está roto, deshilachado, todas las
necesidades que hay a nuestro alrededor, empezando, por supuesto, por los que
están más cerca.
Este es para nosotros el primer sentido de la palabra ‘caridad’.
Actualmente, esta casa no es una Iglesia en ruinas, como en tiempos de san
Francisco, sino la sociedad que se tiene que reparar empezando por sus realizaciones
más sencillas como son ante todo la familia, los amigos, la escuela, el lugar
de trabajo o de ocio de cada uno, la ciudad o el pueblo.
En
la dificultad
No hay otro camino
para seguridad de los
humanos
sino dejar en las
divinas
manos
lo que no está en las
nuestras;
el bien y el mal de
cosas
aparentes,
por no incurrir en ciego
desvarío
ponerlo en nuestro
juicio y
albedrío”.
Muchas
veces el mal está fuera de nosotros. No nos hace sufrir lo que nos sucede, sino
lo que nos imaginamos que sucede: un fracaso, un desastre, una desilusión...
Llegó el final del mundo, eso nos parece.
Pesa
mucho la experiencia de sentirnos extranjeros en un reino distante y nuestra
cobarde naturaleza rehúye la tarea de enfrentarse. Pero no es el aparente infortunio
sino la suprema razón de la existencia.
La
máxima tentación es ver en los males el sinsentido de esta pesarosa vida, cuando, realmente, los
problemas son la sal de la vida y en ellos tenemos que encontrar la fuente para
beber y seguir caminando.
Acude a la oración
Uno de nuestros enemigos
es la dispersión, que será cuando las emociones te dominan, la ansiedad te
oprime, la frustración te amarga, cuando los proyectos te inquietan.
Sentimientos,
resentimientos, dudas están vivamente fijados y desintegran tu unidad interior.
Te sientes como un amasijo
incoherente de pedazos de ti mismo que tiran en diferentes direcciones.
Tú, por dividido te
sientes vencido y por desintegrado, derrotado; incapaz de ser señor de ti
mismo, dueño de tu vida, desasosegado e infeliz.
En este estado de cosas
acude a la oración. Entre los miedos, los recuerdos, los anhelos y los
proyectos brotará Dios. En mitad de los ruidos, Él controlará la dispersión y
tú serás señor de ti mismo.
Estás
conmigo
Cuando intentes celebrar un
encuentro con el Señor, después de construir el templo del silencio en fe y en
paz, comienza diciéndole:
Estás conmigo.
Tú me sondeas y me conoces.
Tú me penetras, me envuelves y me amas.
Estás conmigo, estoy contigo.
Estás en mí ser entero.
Tú me comunicas la existencia y la consistencia.
Eres la esencia de mi existencia.
En Ti existo, me muevo y soy.
Estás conmigo.
Las tinieblas no te ocultan.
La distancia no te separa.
Salgo a la calle y caminas conmigo.
Me enfrasco en los trabajos y a mi lado te quedas.
Mientras duermo, quedas velando mis sueños.
Estás conmigo.
El sufrimiento y la gloria
Dios es un misterio infinito. Su
modo de actuar y de amar está también lleno de misterio. Los misterios para
nuestra mente y para nuestra lógica humana resultan ininteligibles, solo el
corazón puede entreabrir la puerta del misterio y vislumbrar una mínima parte
de su sobrecogedora grandeza.
Así como los apóstoles vieron la
gloria de Jesús resucitado, también nosotros podemos verla en cada vida humana,
por frágil que sea. En ella está presente anticipado el reflejo de la gloria de
Dios. Eso nos enseña a seguir adelante aquí en la Tierra, aunque tengamos que
sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que
vale la pena cualquier sufrimiento para alcanzarlo.
Nos ayuda también a entender que el
sufrimiento ofrecido a Dios se convierte en sacrificio y, así, este tiene el
poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para
salvarnos a todos los hombres y entender que el Cielo es algo que hay que ganar
con los detalles de la vida de todos los días, viviendo aquel mandamiento que
Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros”.
Por eso te bendecimos, Dios, porque
Cristo después de haber anunciado a sus discípulos su Pasión y su muerte y de
haberla sufrido, resucitó.
Anakefalaiosis
Debemos
hallar la calma necesaria para afrontar la realidad de vivir. Hemos de encontrar
la paz, detenernos un momento y comprender que la luz llenará de nuevo la
grandeza del mundo. Dios será fiel a su cita.
¡Qué
orden! El mundo funcionará, nosotros también. Estamos insertos en la creación
de Dios, que camino hacia la Anakefalaiosis, como decía san Pablo: la
recapitulación de todas las cosas en Cristo, cuando seamos todos en Él, en la Pascua
definitiva, y veamos a Dios tal cual es. Entonces seremos como Él.
Protección
De día y de noche, en la luz
y en la oscuridad, en este tiempo de la Pascua hay que sentir a Dios cerca. Es
como si Él dijera: “no temas, te comprendo, sé de tus miedos, de tus dudas, de
esa honda preocupación que anida en lo más profundo de tu espíritu”.
Ciertamente, este mundo no
parece ser un sitio seguro ni para el alma ni para el espíritu. Es muy
comprensible el temor: el futuro es incierto.
Pero, hoy mismo hay que sentir
la presencia tranquilizadora de Dios en la vida. Toda nuestra vida está bajo su
protección. Acordémonos de ello en cada hora, en cada minuto, según vivimos en
la plenitud de la actividad, en el constante sobresalto de la existencia es
como si Dios dijera: “yo cuidaré de ti”.
Camino
A veces caminamos sin ver todo con
claridad, pero poniendo la confianza en la Palabra, como peregrinos nos unimos
a la multitud de mujeres, hombres, jóvenes y niños que a través de la Tierra
tratan de ser portadores de Cristo, sus testigos. Si pudieras rezar con muchos
de ellos...
¡Oh, Dios!, que día tras día,
siguiendo a los testigos de Cristo de todos los tiempos, desde los apóstoles y
María, me preparo interiormente a poner mi confianza en el misterio de la fe.
Este atrevernos a rezar constantemente
cada día sostiene nuestra marcha.
Pese a la confianza caminamos a
veces como seres frágiles, que han sido heridos, pero también con Cristo
debemos sentirnos resucitados estos días. Llevamos la marca de nuestras
heridas, pero seguimos adelante.
Elegir a Cristo supone avanzar sobre
un solo camino, no sobre los dos a la vez y el camino de Cristo es la seguridad
de que Dios nos aguarda.
Confianza
El tiempo de Pascua es el
tiempo de la confianza, como una mediación a través de la cual damos pruebas de
un amor que se dirige a lo abierto y que pertenece a los momentos vitales y
básicos de toda la vida humana y confiarse, de alguna manera, significa abandonarse
a la persona en quien se cree.
Para el cristiano, la
historia y los acontecimientos son invitaciones a salir de sí y a vivir para
los demás.
El triunfo de la confianza
es la Pascua. Desde el interior de ese misterio seguimos a Jesús en su paso
pascual porque Él nos lleva a la fuente que buscamos. Así es como la confianza
del corazón se convierte en una clave a través de la cual el peregrino puede
poner audacia a su existencia, confía incluso cuando no se dan las evidencias
porque sabe que encontrará lo que está buscando.
Si todo comenzara con la
confianza en el corazón, ¿quién se preguntaría: qué hago yo en la Tierra?
Dichoso el que avanza, no
por lo que ve, sino por la confianza en la fe.
Sentimientos
El rasgo
más humano de
las personas son
sus sentimientos, que nos
definen, nos moldean
y nos dan vida. Las
ideas, mientras sean abstractas
son del dominio
general, no adquieren
energía hasta que
se convierten en sentimiento.
Jesús
sentía profundamente porque era realmente hombre y
nosotros reconocemos esos
sentimientos suyos con gratitud y alegría porque también
son sentimientos nuestros,
nos podemos reconocer en Él.
Tanto
en la limitación de nuestra pobreza como
en la realidad
de nuestra condición
humana, Jesús pasó
por toda la
gama de los
sentimientos humanos con
intensidad, sinceridad, una
personalidad única y
entregada.
En estos
días previos a la Semana
Santa podemos buscar
ese lado de
Jesús tan lleno
de sentimientos: arrebatadores, dolorosos, expansivos, felices, con la
gran carga de
la humanidad pero
con ese telón
tan especial de la divinidad.
Jesús, hombre justo
En la
cruz Jesús es
el hombre justo. Él muestra cómo
se comporta un
hombre justo y
cómo el alma
está en su mejor disposición. Jesús es quien cuida de nuestra
alma para que
tengamos el ánimo
suficiente para vivir
correctamente.
Platón, en el Diálogo de Gorgias, coloca a su
maestro Sócrates como
ejemplo de la
justicia.
Al justo
no se le
reconoce por el mero hecho de ser
asesinado. Sócrates se compara a sí
mismo con un médico que
es interpelado por un cocinero,
pues da bebidas
amargas a los
niños para cuidar
sus heridas.
Del mismo
modo que Sócrates,
Jesús no sólo
ha redimido a
los hombres con
palabras bonitas: Él
es el médico
que nos explica
las medicinas que
curan nuestras enfermedades.
En efecto,
Él es interpelado
por el cocinero o por los hombres que actuaron para sí mismos y
para su propio
provecho. Con el
anuncio que hace
el centurión de Jesús como “el hombre
justo”, el Evangelio
quiere decir a
todos los hombres: Este es el verdadero justo, que era
esperado desde los tiempos de Platón;
es el médico
de vuestras almas;
si le miráis os haréis justos,
justificados ante Dios; la imagen de Jesús
en la cruz
os hace verdaderamente hombres justos.
Cuando oramos
Estamos en
Cuaresma y se aproxima la Semana Santa. Este
es un tiempo
especial para los
cristianos, es un tiempo para
orar.
La oración
de Jesús en
el monte de
los Olivos es la
preparación y la
fuerza para recorrer el
camino de la Pasión.
El evangelio narra
la escena de
la oración con
el trasfondo de
la necesidad que, tanto antiguamente como hoy, tiene mucho
que ver con la oración.
Cuando
oramos, a veces, experimentamos
oscuridad; tenemos la sensación
de que nuestra oración está vacía, de que no es provechosa, de que
no ocurre nada en ella; parece
que Dios se esconde
tras un grueso
muro, se muestra silencioso;
y, como no
avanzamos hacia Dios,
nos ocurre, a
menudo, como a
los discípulos que
nos adormecemos; nuestra
oración se adormece
y Jesús tiene
que despertarnos diciéndonos: orad para que podáis hacer
frente a la prueba.
Nosotros tenemos
que pasar por las mismas
tribulaciones que Jesús: soledad, miedo, abandono, necesidad y sufrimiento.
La oración
es para nosotros,
igual que para
Jesús, el camino para
superar las tentaciones que nos permite permanecer ante
Dios en las más extremas dificultades.
Orar
En el evangelio aparece
Jesús como el
hombre de oración.
Jesús es el
gran orante. En
los acontecimientos más importantes de su
vida él ora, ora antes de las decisiones. A menudo Jesús se retira
a lugares solitarios
para orar con su Padre.
Lucas, al
describir a Jesús
como el orante,
tiene siempre presente
a los creyentes
cristianos. Para él la
oración es, ante todo, un camino para superar los apuros de la vida.
Del mismo
modo como Jesús
soporta su pasión
orando, así debe
el cristiano permanecer
en la oración
ante Dios para
alcanzar la gloria
después de atravesar
todas las dificultades.
Jesús también
nos muestra lo que
nos puede suceder
a nosotros en
la oración: en el Bautismo,
Jesús ora y el Cielo se abre sobre él; cada vez que rezamos se
abre para nosotros el Cielo.
Tú me conoces
¿Sabéis que en el oráculo de
Delfos, en la antigua Grecia, había un frontispicio que abría la entrada al
templo en el cual se decía aquella famosa frase: “Conócete a ti mismo”?
Ese es uno de los puntos fundamentales
del conocimiento en la antigua Grecia. El cristianismo, desde el mundo judaico,
dio un paso más: ese cristiano no se conoce sin Dios. Hay un hermoso salmo, el
138, que serena mucho el alma y da tranquilidad, pues nos habla de cómo Dios
nos conoce íntimamente y desde ahí puede ayudarnos a conocernos: “Tú me
sondeas, Señor, y me conoces”.
Señor, has puesto sobre mí
tu mano; Tú formaste mis entrañas, Tú me tejiste en el vientre de mi madre; Tú
conoces mi corazón y cada mañana Tú me llamas por mi nombre.
Te doy gracias por tantos prodigios,
soy una sombra prodigiosa, todas tus obras son maravillosas; Tú sabes bien que
no soy más que oración delante de tu faz.
Padre, heme aquí para
hacer tu voluntad, que todas las acciones de este día que pasan sean contadas
como oración, que tu espíritu, Señor, me conceda el don de la oración.
Sondéame, ¡oh, Dios!,
conoce el fondo de mi corazón.
Muéstrate, Señor
“Que Dios nos bendiga, que
le teman hasta los confines del orbe”. Esa es nuestra plegaria, Señor, sencilla
y directa en tu presencia en este tiempo de Cuaresma, en medio de la gente con quien
vivimos. Bendícenos para que los que nos ven vean tu mano en nosotros. Haznos
felices para que al vernos felices se acerquen a nosotros todos los que buscan la
felicidad y, al mismo tiempo, te encuentren a Ti, que eres la causa de nuestra felicidad.
Muestra tu poder, Señor, en
este tiempo especial de penitencia y de oración. Muéstranos tu amor en nuestra
vida para que los que lo veamos podamos verte a Ti y alabarte a Ti.
Mira, Señor, que estos
seres que viven con nosotros adoran cada uno a un dios y algunos, a ninguno.
Cada cual espera de sus creencias
o de sus increencias las bendiciones de la felicidad. Con ese criterio viven o
mal viven.
Señor, no te conocen. Eso mismo ocurría en
tiempos de Israel y por eso mismo lo único que te pido es que nos bendigas para
que la gente de nuestro alrededor piensen bien de Ti.
El ayuno
El ayuno tiene su sentido,
aparece en todas las religiones de la Tierra. Ayunar, en cierto modo, es
desprenderse de las necesidades de este mundo para volver a mirar a Dios.
En el pueblo de Israel
tenía su sentido, porque cuando el pueblo se hace sedentario, después de haber
andado por el desierto, se deja arrastrar al sincretismo religioso. En nuestro
mundo que tiene de todo, abundamos en tantas cosas, tenemos el corazón embotado
y nos cuesta mucho trabajo mirar hacia Dios.
Cuando el hombre no tiene ya
la energía espiritual necesaria para convertirse necesita una juventud nueva, una
capacidad para volver a comenzarlo todo. Por eso, el ayuno.
Hay unas palabras muy bonitas
en el libro del profeta Oseas: “le atraeré y le guiaré al desierto, donde
hablaré a su corazón, allí me responderá de nuevo, me comprenderá, como en los
días de su juventud, como en el día que salió de Egipto”.
Es verdad: al pasar esa
necesidad el hombre mira hacia otro sitio. Uno de los efectos que produce el
ayuno es la desposesión, la de colocar al hombre frente a sus propios deseos,
entonces se da cuenta de qué naturaleza son las nostalgias que surgen en su corazón.
Crecer desde el dolor
Piensa en algunos acontecimientos dolorosos
de tu vida,
quizá puede servirte
para mirar al pasado.
A veces, tendemos a no recordar los
momentos malos: “eso ya
está olvidado”, decimos. Sin embargo, cuántos de esos acontecimientos dolorosos son hoy motivo de agradecimiento porque
te han servido para cambiar y crecer.
Hay aquí
implícita una verdad
elemental de la
vida que la mayoría de
las personas no
llegan jamás a
descubrir: los acontecimientos afortunados hacen la
vida más placentera, pero no son
causa de autoconocimiento, de crecimiento
y de libertad. Este es solo un privilegio reservado
a aquellas cosas,
personas y situaciones
que nos han
ocasionado algún dolor.
Todo acontecimiento doloroso
encierra una semilla
de crecimiento y de liberación.
A la
luz de esta
verdad, vuelve ahora a
mirar sobre tu vida, fíjate en tal o cual acontecimiento
por el que no te sientas
especialmente agradecido, trata
de descubrir todo
lo que te
hizo crecer. A
lo mejor no
has tomado conciencia
de ello hasta
ahora: empieza a
beneficiarte de ello.
Redescubrir
Por qué
nos cansamos de todo lo que nos rodea? ¿Por qué
no somos capaces
de ver que
el mundo es
nuevo cada día
y cada hora?
La luz se renueva constantemente, cambia
de matices, haría su posición... Piensa
ahora en algunas
personas a las
que aprecias y
que te atraen. Intenta ver
a cada una
de ellas como
si fuera la
primera vez, sin
dejarte influir por el
conocimiento o por la experiencia que tienes
junto a ellas
(sea buena o
mala), intenta descubrir
en ellas algo
que, debido a
la familiaridad, se
te ha pasado por
alto, porque la vida común produce rutina,
ceguera y aburrimiento.
No puedes
amar lo que no
eres capaz de ver de un modo nuevo, no
puedes amar lo que no eres capaz de estar constantemente descubriendo.
Debes mirar
a las personas
en su novedad,
recuerda el momento primero y la impresión que te causaron en
su conocimiento. Nada ha variado.
¿Tiene tanta
fuerza la rutina para
deshacer lo bueno que hay en el
mundo? Creo que no.
Después de
estudiar los defectos, verás
que son muchas más las virtudes.
Amar
En todas las partes del
mundo la gente anda buscando el
amor, porque todos
están convencidos de
que solo el
amor puede salvar
el mundo, pero
muy pocos comprenden
en qué consiste
realmente el amor y cómo brota del corazón humano.
Con demasiada frecuencia se
equipara el amor a los
buenos sentimientos para
con los demás,
a la benevolencia,
a la no
violencia, al servicio...
Pero todas estas
cosas en sí
mismas no son
el amor: el
amor brota de un conocimiento consciente.
Solo en
la medida en
que seas capaz
de ver a
alguien tal como
realmente es aquí
y ahora, no
tal como es
en tu memoria o en tu deseo o en
tu imaginación, podrás verdaderamente amarla.
De lo contrario
no será la
persona a la
que ames sino
la idea que
te has formado
de ella, por
eso fracasas; o
bien, será la
persona como objeto
de tu deseo,
pero no tal y como es ella misma.
Por eso,
el primer acto
de amor consiste en ver a esa persona, a esa realidad, tal y como verdaderamente
es. Así la podrás
perdonar, la podrás
comprender y la podrás amar.
Jesús Sánchez Adalid
Dios te ama
Es un año nuevo y todo
puede comenzar en tus profundidades, en las profundidades del ser.
Piensa que
necesitas un corazón
reconciliado. Debes crear
ese espacio, ese tiempo, fuera de ti, en el cual sea posible la
reconciliación verdadera. También
las debilidades, las
penas, los fracasos,
los más hondos
y delicados sentimientos
se pueden ir
quedando atrás, pero tú no, tú vas hacia delante, así eres tú y así,
solo así, Dios te ama. Porque, sencillamente, siempre te amó, aunque a través
del tiempo de los años pasados, de la vida azarosa y difícil, tú y esa propia
vida tuya creasen una barrera entre Él y tú. Mas Él estaba cerca, seguía cerca,
hablándote en susurros, con su voz tan especial, tan silenciosa, con su voz de
amor y de vida.
La fe no puede arrancarte
el corazón, ni rasgar tu ser: eso no sería fe. La fe eres tú mismo intentando,
a través del tiempo, hallar el camino que te conduce a Él.
Jesús ha venido para
ayudarnos a vivir, para que en medio de esta azarosa existencia, de este miedo,
de estas dudas, de esta zozobra encontremos la paz.
Él, tan
amplio, con el
corazón tan ancho,
puede reconciliarte porque
te comprende, porque
precisamente quiere echar
a un lado ese desasosiego que no
viene de Dios y que te repliega y te arruga y te hace temeroso. Volverás con la
confianza del corazón.
Jesús Sánchez AdalidLa felicidad
Aunque es invierno, veo la
inmensidad de la tarde y me parece que el mundo es magnífico en sí mismo, es una
gran obra. Enseguida pienso en
tanta gente que
no es feliz o, al
menos, no se
siente tan feliz como yo. ¿Qué puede
hacerse para alcanzar
la felicidad?
No hay nada que tú, ni yo,
ni cualquier otro
podamos hacer. ¿Por
qué? Por la
sencilla razón de que ahora mismo ya eres feliz y ¿cómo vas a adquirir
lo que ya tienes?
Si es así, ¿por qué no
experimentas la felicidad
que ya posees?
Pues simplemente porque
tu mente no
deja de producir
infelicidad. Arroja esa infelicidad de tu mente y, al instante,
aflorarán al exterior
la felicidad que
siempre te ha pertenecido;
es como un tesoro
oculto en el
más íntimo santuario de tu alma.
Ahora me
dirás, ¿cómo se arroja
fuera la infelicidad? Pues descubre
qué es lo
que la origina
y examina la
causa abiertamente y
sin temor: la infelicidad
desaparecerá automáticamente.
Pero piensa
que, sobre todo, la
causa de tu
infelicidad es el
apego, ese estado emocional que
te vincula a las
personas y a
las cosas, originado por
la creencia de que
sin ellas no podrás ser feliz.
Jesús Sánchez Adalid
Un año entregado a la Providencia de Dios para descubrir su amor
Un nuevo
año es una
oportunidad, esto no es un
tópico, es verdad.
Ha de
ser celebrado porque
lo iniciamos con
un corazón agradecido.
Ha de
ser un tiempo
de encuentro donde
tengan cabida la sorpresa, el milagro, el estupor.
No es
una esperanza fortuita,
ni un producto
del juego del azar, sino ir al encuentro del nuevo
tiempo en la esperanza en la realización plena del amor de Dios.
Si el año que terminó lo hemos
puesto en las manos misericordiosas
del Padre, pongamos
en su Providencia
el año que acabamos
de estrenar, que
todos nuestros días
que están por venir estén confiados a la Divina
Providencia del Señor.
Sabemos que
cada instante de
nuestra vida depende
totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege,
quien nos provee de lo necesario cada día, pues cada día tiene lo necesario
para que podamos descubrir su amor y cada día tiene su propio afán.
El amor
de Dios se
complace en hacer
nuevas todas las cosas,
Dios renueva constantemente el mundo, lo visible y lo invisible, y
también tú eres
renovado aunque no
seas capaz de verlo.
El amor de Dios se
regocija en compartirse en cada instante, es el mismo amor que nos ha creado de
la nada, es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante,
especialmente en la Eucaristía. Por eso podemos aventurarnos ya, desde este
momento, a esperar
y a desear
un buen año,
y que se
realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto
Jesús Sánchez Adalid
Dios de la Creación
Miro los campos y veo el
orden bello de la naturaleza y por la
noche, cuando miro
el cielo, las
órbitas de los
planetas, las fases de la luna y el puesto de cada
estrella. Me fío de esa disposición.
Sé que el
Sol saldrá, como
siempre mañana, y
que, aunque el
cielo inmenso esté
todavía oscuro, me
hablará de esa
regularidad y me
dará derecho a
esperar la luz
del día, como cada mañana.
Ya es
invierno, pleno invierno,
pero sé que
el invierno no
durará. Perfectamente comprendo
que la primavera
está ahí esperando
y todo volverá
a florecer y
estará lleno de
vida y de calor. Esa es la marca de Dios sobre su
creación, su sello de gracia, su poder y su garantía.
De esta
forma sé que
la naturaleza acudirá
también a completar mi ciclo: acabará este cuerpo en su
invierno y Él me llevará a su primavera.
Así como me confío al Dios
de la Creación, me fío también del
Dios de la
Salvación, en su
ley, en su voluntad y
en su amor
creo, porque su
ley es perfecta,
su precepto es
fiel, sus mandatos son rectos y su voluntad es pura.
La creación
física es el
espejo de la
creación espiritual. La
misma voluntad divina que rige esas estrellas visibles gobierna el mundo
invisible, así que no temo y confío en Él, especialmente ahora en el tiempo de
Adviento, cuando estoy lleno de esperanza, esta es la oración que rezo a
diario:
Dame fe, Señor.
Dame confianza en tu santa voluntad
que gobierna todo, que todo lo sabe.
Dirígeme, Señor, y corrígeme
suavemente.
Cuídame a lo largo de mi órbita,
como a una estrella en la noche,
como a un punto de luz sereno y
visible en la oscuridad y
así llegaré hasta tu clara presencia.
Jesús Sánchez Adalid
Dios hablará
¿Por qué esta falta de
mensajeros? Nuestros jóvenes están a la espera de nuevos modelos de santidad.
Nuestros corazones anhelan nuevas aventuras de acción evangélica.
Queremos tener un puesto
en el mundo. Los cristianos queremos que se muestre el poder de tu brazo en la
crisis que hoy atraviesa la humanidad. ¿Por qué no hablas, Señor? ¿Por qué no
actúas? ¿Recuerdas el salmo de tu siervo
David?: “Ya no vemos nuestros signos, ni hay profetas, nadie entre nosotros
sabe hasta cuándo”.
Actúa, Señor, a través de
tus escogidos, envía profetas a tu pueblo, envía mensajeros, habla Señor a
través de tus santos, que tu voz nos despierte, que nos sacuda, que nos saque
de la rutina.
Haznos ver las necesidades
espirituales de nuestro tiempo y la manera de remediarlas con nuestra presencia
cotidiana.
Haz oír tu llamada y
convoca a tus emisarios y danos ojos para reconocerlos entre el gentío, en el
bullicio del mundo.
Sí, Señor. En este tiempo
de Adviento, Tú que vienes a salvarnos vas a hablar. Lo sé, porque siempre has
hablado. Cuando quieras Tú hablarás, en tu momento, hablarás.
Jesús Sánchez
Adalid
Adviento, tiempo de la llamada
En el Adviento miramos
hacia el amanecer, hacia oriente, de donde viene la luz verdadera. El símbolo
de la luz que nace en el tiempo del invierno representa la luz de Cristo que
viene a disipar las sombras del mundo.
Te propongo que mañana,
antes de comenzar el nuevo día, hagas un pequeño esfuerzo para serenarte. Es
bueno detenerse durante unos momentos, respirar hondamente y mirar en tu
interior. Mira hacia el lugar de donde viene la luz, lo puedes hacer desde tu
ventana o en la terraza. Necesitas encontrar la calma para afrontar de nuevo la
realidad de vivir, necesitas hallar paz.
Inspira un momento el aire
de la madrugada, va a amanecer, la luz envolverá de nuevo la grandeza del
mundo, siempre fiel a su cita. ¡Qué orden! ¡Qué maravilla! Todo funciona, tu
cuerpo también. Perteneces al mundo, estás inserto en la creación, pero no eres
totalmente del mundo.
Si inspiras de nuevo y te
haces consciente del gran misterio de la vida, sentirás paz. A pesar del
barullo de tus pensamientos, el orden de la creación aporta paz.
Entra en el santuario de
tu interior de tu espíritu, de puntillas, sin forzar nada: ¿Quién eres? ¿Por
qué vives? ¿Cuánto vivirás?
Ante el espectáculo eterno
de la existencia siente un temor reverente; ante el tiempo que fluye, déjate
llevar: ¿Quién te lleva? ¿A dónde vas?
Inspira una vez más y
siente que Dios está ahí, percibe su misteriosa presencia. De Él procede el
todo y la nada; lo lejano y lo próximo; el tiempo y la eternidad; los otros y
tú mismo.
Llámale: “Ven, Señor”.
Llámale otra vez: “Ven,
Señor, a mí”.
Este es el tiempo de la
llamada, el tiempo de la esperanza.
Jesús Sánchez Adalid
Adviento, tiempo de esperanza
El
Adviento nos habla del misterio profundo y oculto del que brota la esperanza.
Ha
sucedido siempre, Señor, que Tú nos has mirado con amor complacido y quieres
recuperarnos, devolvernos a tu presencia y compañía.
Aún
no sabemos por qué nos apartamos de Ti, nos alejamos por caminos perdidos,
aunque sabemos bien lo que quieres, Señor, porque está inscrito en nuestro
corazón. Sabemos lo que quieres para nosotros; yo sé lo que quieres para mí,
mas como a niños se nos olvida.
Oh
Dios, Dios de la fe, nuestra fuente refrescante, nuestro alimento regenerador,
el consuelo del alma vacía y triste, cuando brota esa esperanza en este tiempo
podemos volver a mirarte ilusionados y perplejos sabiendo que nos has hecho libres.
Nos agarras, nos arrastras, nos arrebatas de este mundo y nos llevas a la luz
de la esperanza.
Compréndeme
Señor, soy oscilante, solo eso, un ser que se empeña como un loco en buscar la
felicidad, más un ser débil que se pierde y no sabe regresar a Ti.
En
este tiempo, Señor, en que te llamamos: ven, Padre; ven, Señor; sal a por
nosotros; ven a buscarnos y encuéntranos entre
las sombras, en lo más lejano, en los confines de todo, hállanos, pues
no somos capaces de volver; atráenos de nuevo hacia Ti, llévanos a nuestra
casa, solo allí seremos felices, y en lo profundo de nuestro espíritu,
recuérdanos nuestra historia de amor: lo que hiciste por los hombres en todos
los tiempos, lo bueno que eres y lo que nosotros hacemos cuando te desobedecemos,
para amarte más, para sentirnos más amados, para habitar contigo en la casa del
amor.
Permítenos,
Señor, que en este tiempo del Adviento volvamos a estar esperanzados.
Jesús Sánchez Adalid
Dios, cuida de nosotros
Dios nuestro, llena mi mente y mi
corazón de paz.
Míranos y compadécete de nosotros
pues estamos apenados.
El mal nos atenaza y apenas nos
deja fuerzas.
Con tu mano que cura cualquier
enfermedad, suaviza el dolor y el sufrimiento.
Te lo pedimos por medio de Jesús,
el Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
Dios Todopoderoso, Tú que nos
ofreces tu amor como un regalo, Tú, que nos conoces y nos llamas por nuestro
nombre, ten compasión de las personas que tanto amamos mientras les llega el
momento de viajar de la Tierra a los Cielos, disipa nuestros temores, haz que
se esfumen, para reconocer con toda esperanza el misterio de la vida, el
misterio de tu amor y de tu trato divino hacia nosotros.
Jesús Sánchez Adalid
Así pudo ser
El día 21 de noviembre se celebra
la presentación en el Templo de la Santísima Virgen María. Los orígenes de esta
fiesta hay que buscarlos en una piadosa tradición antigua, que surge también de
un antiquísimo documento: el escrito apócrifo llamado Protoevangelio de
Santiago. Según este documento, la Virgen María fue llevada a la edad de tres
años por sus padres, san Joaquín y santa Ana, al Templo. Allí, junto con otras doncellas
y piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente con respecto a la fe de sus
padres y sobre los deberes para con Dios.
Como de tantas cosas de la vida
de Jesús, de María y de los santos, hallo una enseñanza en mi corazón. Imagino
cómo llegaría ella al templo de la mano de sus padres. La manita de la Virgen y
la mano de Joaquín, esa mano llena de fuerza y confianza, la mano de santa Ana
y la manita tierna de la niña. Ana, su dulce madre, tan feliz.
Con su inocencia jamás perdida y
su ternura, exquisitamente multiplicada en los años venideros, va acercándose
la pequeña al lugar del que tanto le han hablado. Y va aprendiendo a reconocer
y a adorar al Dios eterno de sus amados padres, de sus antepasados, el Dios que
vive desde siempre y para siempre.
Por estas cosas de la imaginación
descubro a una niña, María, débil pero alegre. Va subiendo las escalinatas; al
llegar al último peldaño distingo a una prudente distancia a la Profetisa Ana,
anciana. Mira a esa niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo. Ana
guarda ese rostro en su corazón, pues el rostro de María es inolvidable. Nadie
puede olvidarte Virgen María, una vez que se te ha conocido, no es posible el
olvido. No te apartes de mí María; ayúdame, sostenme y acércame a Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Vida eterna
Avanza
el mes de noviembre y, como siempre, mucha de nuestra gente piensa en los seres
queridos que nos han dejado. Porque la muerte es la más seria amenaza del deseo
humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana. Porque
la muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza, pone en cuestión el sentido de
la vida y también pone en cuestión a Dios.
De
uno u otro modo brotan las preguntas: ¿habrá algo después? ¿Estamos condenados
a morir para siempre, irremediablemente? ¿Hay una esperanza? ¿Qué anuncia el
Evangelio? ¿Cómo afronta Jesús su propia muerte? ¿Se resucita en el momento de
la muerte o al final de la Historia? ¿Será cierto, como suele decirse, que no vuelve
nadie para contarlo?
Marta,
la hermana de Lázaro, cuando ha sufrido la muerte de su ser querido, dice lo
que le han enseñado y lo dice con mucho entusiasmo: “Yo sé que resucitará en la
resurrección del último día”. Y Jesús le pone en la novedad del Evangelio: “Yo
soy la resurrección. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el
vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Jesús
habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre, un paso de
este mundo sometido a la muerte, un paso al mundo nuevo, resucitado a la vida,
se va pero se vuelve, le verán los creyentes: “Dentro de poco el mundo ya no me
verá, pero vosotros me veréis”.
Las
parábolas del grano de trigo que cae en tierra y de la mujer que da a luz
manifiestan cómo Jesús ve la muerte: la muerte produce fruto, es como un parto.
Estando
en la situación límite de la cruz, Jesús le dice al buen ladrón: “Hoy estarás
conmigo en el Paraíso”.
Dios
salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún,
la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya la posesión de los vivos
que creen en Él, porque el que cree tiene vida eterna.
Jesús Sánchez Adalid
Aliento y confianza
Qué penoso es ver y
escuchar a tanta gente entristecida, abrumada por el peso de los problemas
económicos. Antes, los ojos sabían mirar a los cielos y esperar con sabiduría
sus gracias, ahora los ojos están como velados y miran en torno sin ver, porque
encima falta la fe, y si no hay fe las esperanzas están muertas y no se es
capaz de atisbar la luz que hay más allá de lo presente.
Aquella queja misteriosa
del Hijo de Dios parece resonar en las ciudades y en los campos: “Qué lástima
ver a tanta gente perdida, desorientada, como oveja sin pastor”.
Con todo, pueden hallarse
en todas partes muchos hombres y mujeres
anónimos que trabajan, que luchan por los demás y que mantienen encendida,
aunque pequeña y poco visible, la llama de la esperanza.
No sabemos lo que hay por
delante de este tiempo tan difícil. Solo Dios lo sabe. Pero, como tantas veces
a lo largo de la historia, prever y construir el mañana únicamente será posible
desde la fraternidad, desde el amor.
En cambio, la
espiritualidad parece estar adormilada y los corazones perezosos. Deberíamos
ser profetas de esperanza y no voceros de calamidades. La gente necesita que
les abran los ojos, aprender de nuevo a orar con sencillez y confianza, porque
en el fondo todos queremos ver, ver más y mejor.
No obstante, ante esta
desgana espiritual y el desinterés por lo sagrado, la verdadera religión es
aliento divino y confianza en el que todo lo puede.
Jesús Sánchez Adalid
El Dios de la paz
Con demasiada frecuencia nos
inquietamos y nos alteramos pretendiendo resolver todas las cosas de golpe y
por nosotros mismos, mientras que sería mucho más eficaz permanecer tranquilos bajo
la mirada de Dios y dejar que Él actúe en nosotros con su sabiduría, su poder, que
son infinitamente superiores a los nuestros.
Porque Dios es el Dios de la paz.
No habla ni opera más que en medio de la paz, no en la confusión ni en la agitación.
Recordemos la experiencia del
profeta Elías en el Horeb: Dios no estaba ni en el huracán ni en el temblor de
la Tierra ni en el fuego, estaba en el ligero y blando susurro.
Dejemos que Dios actúe en
nosotros con su sabiduría, con su poder.
Bien entendido nuestro discurso
no es una invitación a la pereza o a la inactividad, es la invitación a actuar,
y a actuar mucho en ciertas ocasiones, pero bajo el impulso del Espíritu de
Dios, que es un Espíritu afable, sereno, amoroso; no en medio del Espíritu de
la inquietud y de la agitación, de la excesiva precipitación que con demasiada
frecuencia nos mueve.
Dios nos hace bien y nos lo hace
por sí mismo, casi sin que nos demos cuenta, hemos de ser más pasivos y activos
esperando esta ayuda.
Jesús Sánchez Adalid
Dios, acompáñanos
Dios nuestro de la vida y del amor,
Tú que estás siempre cerca de nosotros y a la vez eres todo un misterio, Dios
de la Creación, quédate con nosotros hoy y hasta la hora de la muerte, protégenos
de los peligros y guíanos hasta el camino de la vida eterna, recibe como
ofrenda nuestra vida, todo lo que somos y todo lo que hacemos, permite que el
Ángel de la Guarda se quede con nosotros durante todo este día y para siempre.
Dios todopoderoso, Tú que me has
otorgado la vida y me has rodeado de amor, pon tu mano curandera sobre mí. Tú
has sido bondadoso con nosotros, dame esperanza en este momento y manda tu
espíritu de aceptación. Bendíceme mientras sufro con Jesús ahora y por siempre.
Jesús, nuestro Redentor, Tú que
viniste a vivir entre nosotros, Tú que sufriste y moriste por nuestros pecados
en la cruz, acepta el sufrimiento y el trabajo de hoy, otórgame paciencia y valor
para sufrir contigo, ayúdame a reconocer tu amor.
Bondadoso Señor de todos los
tiempos, Tú que estás cerca de nosotros aun cuando no lo sentimos, ayúdame a
vivir.
Jesús, nuestro Salvador, mantenme
firme en el sufrimiento. Tú que permites que otros nos decepcionen, Tú que has
dejado que te humillen para que otros puedan vivir una vida eterna, danos
esperanza durante este misterio del sufrimiento.
Jesús Sánchez Adalid
La esperanza para resistir
Esta vida no está exenta de
pruebas y dificultades, eso lo sabemos bien. A veces, la tentación del
desaliento, del abandono y del cansancio se alzan contra nosotros. Lo que ayer
nos entusiasmaba con ardor indescriptible, hoy puede no ser más que una rutina
insípida y apática.
En esos momentos de oscuridad en
que no vemos muy bien el horizonte, es cuando la luz del sol aparece opacada
por las nubes de la duda y la incertidumbre. Es en esos momentos en los que más
debemos aferrarnos a la esperanza.
La esperanza nos hace ser capaces
de resistir y sobrellevar los obstáculos en nuestro peregrinar. Así nos lo
recuerda san Pablo: los padecimientos del tiempo presente no son nada con la
gloria que ha de manifestarse en nosotros.
A pesar de nuestras debilidades e
inconsistencias sabemos que la esperanza no falta porque el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Jesús Sánchez Adalid
El otoño de la vida
Estrenamos el otoño y aun persisten
en el aire los recuerdos del estío. La creación entera en este tiempo aguarda el
milagro de la regeneración. Todo está en tu mano Dios nuestro y sentimos que
estos cuerpos nuestros hechos para la vida también esperan la consumación de
todas las cosas.
En el otoño de la vida confiamos en
que Tú eres capaz de hacerlo todo de nuevo, de hacer resurgir el color verde de
la esperanza, del mismo modo que en los campos, en nuestra alma siempre joven.
Por eso tenemos confianza, porque
esperamos en Ti que eres Salvador, que eres Redentor. Aunque a veces las brumas
de las dudas vienen para acosar nuestra mente débil, humana, que se atemoriza
por el paso inexorable del tiempo, por la vejez que todo lo marchita. Mas nuestro
amado Dios siempre es joven, por eso no temo. Aunque algunos signos me afectan,
en el fondo mi corazón está confiado en medio del dolor o de la pena.
Este otoño me regala una paz para
el alma, la paz que solo puede venir de Ti, Dios mío, mi Señor generoso y
providente. Alzo mis ojos al cielo y contemplo la inmensidad del firmamento. El
sol luce detrás de las nubes, así también los ojos de mi alma son capaces de
atisbar la luz espiritual y eterna que brota de Ti, mi Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Cada día amanece, pero es diferente
Cada día amanece puntualmente,
pero no como obediencia de los elementos a una rutina ciega, quizá un
aburrimiento cósmico de días idénticos los unos a los otros. Cada día amenece
pero es diferente, la luz toma formas diversas a lo largo del día y los colores
se mueven con libertad en el gran espacio del mundo.
Tampoco son idénticos los aromas,
aunque se asemejan a otros del pasado y avivan nuestros recuerdos. No se trata
de una nostalgia absurda y paralizante, sino del maravilloso milagro de existir
en el tiempo, de navegar en el paso de las horas, de las semanas, de las
estaciones, de los años.
Ahora puedes serenarte, a esta
hora del día, y disfrutar de tan encantador misterio. Dios cuida del mundo, en
su providencia están todas las cosas, nada se pierde, nada desaparece
totalmente, excepto el mal que nos impide ser felices.
Dios disipará las sombras y hará
crecer la luz con su mano prodigiosa, porque Él todo lo puede.
Como la naturaleza, como el todo
en el que vivimos y nos movemos y existimos, tú estás en su mano. Más a ti te
ama con un amor infinito, eterno, que no se acaba.
Ahora puedes serenarte y percibir
el gozo de esa seguridad, en una confianza espiritual tan grande.
Jesús Sánchez AdalidTe vi
Porque te vi ayer en la calle, en
los campos, en el pueblo, acompañando a los niños y niñas que iban al colegio
por primera vez, a hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, entre ruidos,
cruzándose entre los vehículos y los semáforos, al hacer su trabajo limpiando
vidrios, extendiendo su mano agotados, tristes, en la ciudad, en las calles,
como en tantos lugares del mundo. En pleno verano en la ciudad, en las playas,
junto al inmenso mar, en la presencia impresionante de las montañas y de los
bosques.
Te bendecimos y te alabamos
Señor, y te pedimos que estés con nosotros ahora. Porque te vimos peregrino con
aquellos que buscan un pedazo de tierra para vivir, un techo para cobijarse, un
trabajo para sentirse dignos.
Te bendecimos y te alabamos, y te
pedimos que no dejes de estar con nosotros. Gracias por haberte hecho presente,
una vez más, y por decir aquello de “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agotados, que yo os aliviaré”. Porque te vimos en medio del odio y la
violencia, en medio de la opresión y la destrucción sin sentido diciendo: “¡No.
Parad, nos os matéis, no me matéis una vez más!”
Te bendecimos y te alabamos y te
pedimos que estés siempre con nosotros.
Gracias porque nuevamente podemos
escuchar tus palabras: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, aunque yo no la doy como
la da el mundo”. No dejes de estar hoy con nosotros.
Jesús Sánchez Adalid
Delante de ti, dentro de ti
Ahora, a esta hora del día,
cuando reina el sol ahí fuera, tú puedes pensar en Él, en Aquél de quién
proviene toda claridad y toda luz.
Tal vez estés algo abrumado por
la vida. Es posible que esa preocupación, ese temor, oscurezca tu conciencia,
tu interior. Pero tú, ahora, puedes detenerte un momento y hablar con Él.
Si no tienes cerca un santuario,
un templo, puedes hablar ahí mismo, en el santuario de tu corazón. Puedes
hablar con Aquél de quién viene toda claridad, toda luz. Si hay algo de
oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu santuario interior
y haz allí el silencio. Tu corazón guarda su secreto, tu alma tiene su
misterio; ahora tú puedes hablar con Él, con Aquél de quién viene toda luz, el
único que sabe hacer amanecer.
Haz que, por un momento, se
disipe tu sufrimiento y clama, aun en tu oscuridad, sencillamente, y con toda
confianza.
Hoy es tiempo para caminar, para
avanzar hacia donde Él te aguarda, piensa que es amor, solo amor, puro y
verdadero, lo que está ahí delante de ti, dentro de ti.
Jesús Sánchez Adalid
De quién soy y a quién pertenezco?
Es verdad que el dolor produce e
inquiere en nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades... Esa pregunta,
sobre todo, de quién soy yo y, en definitiva, a quién pertenezco, a qué conduce
esto.
El sufrimiento parece inútil y
odioso en sí mismo. Sin la fe resulta una maldición. Pero nosotros podemos
clamar a Dios: ¡Ayúdame, amado Dios!, ¡ayúdanos Dios nuestro a comprender y a
aceptar los momentos penosos, duros y difíciles de nuestra existencia!
Sabemos cuán pasajera es esta
vida, y que todo aquí es transitorio, lo bueno, lo malo, lo placentero y lo
doloroso. Pero aspiramos Señor a estar contigo y gozar definitivamente y en paz
de cuanto amamos en esta vida. Esa es nuestra esperanza, ese es nuestro mayor
anhelo.
Jesús Sánchez Adalid
El interior y la actuación
“Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mi”. Es un llamamiento a la honestidad
con Dios, a no tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas
cuyo contenido se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: Este pueblo me
miente.
Toda acción humana arranca del
corazón, pero si el corazón está manchado, el hombre entero y su actuación
quedan manchados.
¡Cuántas fiestas celebramos, que
tienen origen cristiano, y se han convertido para algunos en una fiesta en la
que Dios está ausente! La Navidad, la Semana Santa, la Pascua, los domingos...
¡En cuántas ocasiones también, la
actuación diaria en la familia y en el lugar de trabajo está manchada por la
envidia, la ambición, la impaciencia, los malos modos, la egolatría!
Las obras externas quedan
marcadas por la intención con que se hacen. Jesús recuerda que hay que empezar
por purificar el corazón, pues de él proceden los malos propósitos. Las
maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Jesús
Sánchez Adalid
Oración agradecida
Con toda mi alma, con todo lo que puede
caber en ella y lo que de ella puede manar quiero darte gracias, Dios mío, en este
tiempo de verano
en que los frutos están recogidos y la tierra
nos ha ofrecido el regalo generoso de tu gran bondad: el dorado trigo.
Tú que nos sostienes Padre, Tú que nos ayudas a seguir viviendo, Tú que,
a pesar de nuestras infidelidades y pecados, siempre estás ahí, amoroso,
paciente, amable... recoge hoy mi oración agradecida.
Todo cuanto tengo, cuanto soy, mis frutos, lo que recibí y lo que puedo
dar, todo viene de Ti, mi Señor. Pues tuyos son este cielo y esta tierra, este
calor y toda esta vida procede de Ti y Tú renuevas el mundo y das frescura al
aire por la noche, cuando las aves lanzan sus vuelos y sus cantos ensalzando al
Creador.
También las gentes que van entregadas a sus afanes, que recorren las
ciudades, los pueblos y los campos en busca del sustento parece que cantan y
que ensalzan al dueño de la vida, de la luz, del amor, el dueño de cuanto
existe.
Con toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella
puede manar quiero darte gracias, Dios mío.
Jesús Sánchez Adalid
Oh Dios, mi Dios
Desde tu interior, cada día y en cada momento,
puedes acudir al Dios que todo lo puede. Puedes pedirle: atiéndeme, pues te
necesito. Te acepto como principio y fin de esta vida mía, mi creador, mi
plenitud.
Me siento en tus manos amorosas y nada temo. Cuanto soy y cuanto seré...
todo Tú lo conoces, y respetas mi libertad. Por eso libremente acudo a ti, como
un hijo que pide ayuda a su padre sabiendo que no se la negará. Presiento cómo
eres y te veo en mi interior, a pesar de mi mal, a pesar de mis pecados.
No me siento lejos de ti, pues aunque yo me aleje Tú no te separas, oh
Dios, mi Dios.
Tú eres mi Dios presente, el Dios de mis días que me sondea y me conoce.
Tú eres mi Padre y yo soy tu hijo, eso lo siento muy adentro y nadie me lo
puede arrebatar. Eso transforma mi existir y me hace respirar seguro.
Ay mi Dios que tranquilidad. Aunque marche por cañadas oscuras, aunque
sienta que pueda perderme, Tú no lo permitirás porque no me abandona jamás esta
experiencia de tu cercanía para que mi alegría consista en alabarte sirviéndote
desde lo más hondo de mi alma.
Jesús Sánchez Adalid
Vivir
Aunque a veces se siente esa especie de
desconcierto, ese temor que suscita las dudas ante los hechos inexplicables de
la vida, ante los fracasos, las frustraciones, la enfermedad, he de mostrarme
agradecido: vivir es un regalo.
Debo
extasiarme ante el misterioso encantamiento de existir, por las sorpresas de
los caminos de este mundo y por la deliciosa maravilla de tener cerca a quienes
podemos amar, quienes nos aman. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
que nos ha dado el aliento que ha suscitado, dentro de nosotros, el alma
eterna, el latido vital del corazón y la insondable capacidad de la mente
humana. Para conservar en nuestra esencia la imagen y la semejanza de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Abre tu alma
Aunque vivimos
en unos tiempos
que no son
muy diferentes a
otros tiempos, este hombre de
hoy tiene sus
propias esperanzas y sus propios anhelos.
Es verdad
que las discusiones
teológicas en torno
a las preguntas sobre Dios
tienen, en este tiempo, poco sentido. Sin
embargo, no son
pocas las personas
que se preguntan cómo pueden experimentar a Dios.
Las gentes no se conforman con creer en Dios; quieren sentirlo, quieren
participar de su amor.
Puede ser que las palabras sobre Dios resulten vacías, en realidad toda
palabra sobre Dios será excesiva, ya que Él es y permanece inmutable, inefable.
Sin
embargo, se pueden crear espacios para abrir el alma, donde encontrase con
Dios. Allí muy dentro de ti, escondido,
permanece ese gran
misterio y ante
él reconoces quién eres. No miras ya a tu alma, sino que
miras a Dios y en Él ves quién eres tú.
Jesús Sánchez Adalid¿Dónde estás tú?
Dios nos habla de muchas maneras. Él no
sólo quiere hacernos entender dónde estamos, cuál es nuestro problema y nuestra
necesidad, sino que también nos revela su amor y su poder. Nos busca para
ayudarnos, para salvarnos.
Tal vez hoy estemos escuchando la misma pregunta que oyó Adán, ¿dónde
estás tú? Si estamos alejados de Dios, si caímos en el abismo del mal, si
sentimos que hemos transgredido sus mandamientos y sus enseñanzas, no nos
desesperemos.
Siempre se puede regresar a Dios, recuperar su presencia en nuestras
vidas y ganar esa confianza en Él que tanto ha de tranquilizarnos.
Donde quiera que estemos el Señor nos alcanza con su amor. Él, en forma
muy especial, nos habla con el Espíritu Santo para decirnos, dónde quiera que
estemos, que el Espíritu quiere guiarnos a los pies de Jesucristo. Allí el
Señor se acerca a nosotros para mostrarnos que hay perdón y que hay esperanza.
Aceptemos su invitación y por la fe llegaremos a Dios.
Jesús Sánchez Adalid
SÉ FELIZ
Cada día
vive como si fuera el primero, y el último y el único
No critiques. Si notas que algo anda
mal, colabora en la solución con palabras de amor, con cariño.
No permitas que los problemas
económicos te causen intranquilidad y recuerda que al final del camino lo único
que podremos llevarnos serán las buenas acciones realizadas.
Mantén el buen humor ante cualquier
circunstancia, ya que la alegría es la mejor medicina para la vida.
Sonríe. Procura no tomarte demasiado en
serio las cosas, manifiesta tu amor hacia los demás con gestos y palabras dulces.
Aprovecha el tiempo para aprender y haz
una buena base sólida de conocimiento que te conduzca a llevar una vida triunfadora.
Evita las discusiones vanas que
solamente conducen al distanciamiento y al rencor hacia los semejantes.
Valora tu trabajo, pero sobre todas las
cosas, acuérdate de que el amor al prójimo es el secreto de la felicidad.
Jesús Sánchez Adalid
Mi redentor vive
Nosotros
no seguimos a un muerto, por importante que haya sido su vida. Seguimos a uno
que está vivo. Creo en un Dios que vive para siempre y eso llena de
tranquilidad mi alma.
Ante
las dudas, ante la inevitable presencia del dolor, ante el frío aviso de la
muerte, siempre me repito: yo sé que mi redentor vive y que al final de los
tiempos me rescatará del polvo.
Lo
veré yo mismo y no otro, mis propios ojos lo contemplarán, y en esta carne mía
veré a Dios, mi salvador.
Jesús
Sánchez Adalid
Tu victoria
Invoco al espíritu de Dios y le pido:
robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado,
aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda la
realidad celestial mientras seguimos en esta tierra.
Tu
victoria ha llegado porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre
y has hablado nuestra lengua con tus propias palabras guardadas desde antes de
la creación del mundo. Has gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza y
has llevado a cabo tu redención. Tú has hallado la muerte y has resucitado, y
has restaurado la vida para siempre.
Llevarás
a término esta obra magnífica, la obra de tu amor y de la gran misericordia del
Padre. Eso será cuando Tú quieras. El día y la hora están ocultos pero son
ciertos como la misma bondad del Dios.
Jesús
Sánchez Adalid
Aquellos primeros cristianos vivieron
el anuncio de la resurrección de Jesucristo como el contenido central de la
Buena Noticia.
Desde
entonces comenzó a difundirse hasta los confines de la tierra: Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo ha resucitado y está
vivo, con una vida nueva en un cuerpo glorioso que pertenece a una dimensión
espiritual trascendente, y ha querido hacernos partícipes de su resurrección,
de modo que también nosotros vivamos y seamos eternamente felices.
Este
anuncio constituye una invitación a poner la mirada en las realidades eternas,
no a quedarnos en lo meramente terreno, que es transitorio.
La
fe del cristiano no es una ideología, ni una escuela filosófica, ni siquiera
puede reducirse a una doctrina para mejorar el mundo. La resurrección de
Cristo, y con él la de todos los hombres y mujeres es la esencia del
cristianismo.
Hay
vida tras la vida, cada hombre con sus pensamientos, con su identidad, como ser
único e irrepetible merece ser inmortal ante la presencia de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Pascua es un nombre que invoca a la
alegría plenamente justificada.
Porque
la Pascua coincide con la estación en la que tras el letargo invernal, la
naturaleza vive de forma repentina y casi inesperada, la explosión de la luz,
el color, de las formas, perfumes, vida y belleza. Todo lo que denominamos con
esa palabra: primavera, Pascua florida.
Une
en perfecta armonía las fiestas cristianas y litúrgicas, y la experiencia
natural y vital que subyace en ella.
Es
toda una invitación para nosotros, para hacer aflorar en la conciencia la
necesidad de la vida, la renovación que llevamos dentro.
Para
aquellos que celebramos la Pascua, nuestra fe nos da toda la confianza en el
que pudo vencer el mal y ese gozo es eterno.
Hoy
le damos gracias a Dios por las muchas bendiciones y oramos para que venga su
paz a los asuntos de toda la humanidad.
Jesús
Sánchez Adalid
Jesús está contigo
La mirada conmovida de Cristo se
detiene también hoy sobre los hombres y sobre los pueblos; sobre ti, que
esperas tanto de Él.
Jesús está contigo, ante las insidias
que se oponen a la paz de tu corazón.
Se compadece de las multitudes como
entonces, la defiende de los lobos, aun a costa de su vida.
Con su mirada, Jesús abraza a las
multitudes y a cada uno; te abraza a ti y te entrega al Padre.
Amparándote en sus promesas, en las
promesas de Dios y de la fe. En medio de este mundo que no cree, donde todo
está racionalizado, donde el hombre va por delante de Dios. Es posible que te
hayas olvidado de aquellas creencias que tanto te ayudaron, que te enseñaban a
ser quién eres entre tanta incertidumbre. Es posible que, entre tanta sequedad,
en este desierto, busques la frescura de tu sagrada verdad, amparándote en sus
promesas y de la fe a Jesús.
Jesús
Sánchez Adalid
El amor de Dios
En la larga y milenaria andadura de la
humanidad, los hombres y las mujeres de cada tiempo se han preguntado por el sentido
de sus vidas. Seguramente tú también llegaste a querer saber qué se pedía de
ti.
Hemos buscado y hemos caminado como peregrinos a lo largo de nuestra existencia y ¿qué hemos hallado? Solo sacrificio, fatigas, dolor, soledad. Pero también amor. Siempre hubo amor. Tal vez era poco perceptible pues no era escandaloso. Tampoco era efusivo ni acelerado, mas era penetrante, sutil y silencioso.
Hemos buscado y hemos caminado como peregrinos a lo largo de nuestra existencia y ¿qué hemos hallado? Solo sacrificio, fatigas, dolor, soledad. Pero también amor. Siempre hubo amor. Tal vez era poco perceptible pues no era escandaloso. Tampoco era efusivo ni acelerado, mas era penetrante, sutil y silencioso.
Es
verdad, siempre hubo amor y estaba en ti. Ese gran amor misterioso y eterno que
venía de Dios, solo de Él. Hoy lo hemos encontrado y hallamos las respuestas a
tantas preguntas.
Él
vive para siempre por puro amor. Seguramente tú también llegaste a saber lo que
se pedía de ti. Vive para Él.
Jesús
Sánchez Adalid
Acompáñame, Señor
Conozco Señor los temores de este
mundo. Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece
un desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente,
avanzo y busco la salida. Necesito, Señor, encontrar tu lugar.
¿Dónde
estás, Señor mío? ¿Por qué te ocultas de mí?
Temo
Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo ser, como me
obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
Pero,
en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia
repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti,
Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no
te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.
Jesús
Sánchez Adalid
El amor de Dios
Estamos en Cuaresma. Este es un tiempo
ideal para retornar sobre tus pasos y para tratar de hallar esa luz, esa llama
que, aunque ahora es pequeña, casi insignificante, sigue encendida en el fondo
de tu alma.
Iluminado por ella, al amparo de su
resplandor, podrás descubrir que todo, absolutamente todo, es pasajero y que
hay cosas eternas más allá que te aguardan frondosas y puras al final del camino.
Hoy es tiempo para caminar, para
avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es amor, solo amor puro y
verdadero, lo que está allí delante de Él.
Jesús Sánchez Adalid
El abrazo de Jesús
El hombre vive entre tentaciones, así
es la vida. Mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de
manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene.
Efectivamente, hoy el Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio del
deseo de alegría, de paz y de amor.
Como
otros seres humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas
abandonado. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la
enfermedad y del temor al futuro que sin duda afectan sin distinción a
ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad.
En efecto,
hay un límite
impuesto al mal
por el bien divino, y ese límite
es la misericordia de Dios.
Jesús
Sánchez Adalid
Acompáñame, Señor
Conozco Señor los temores de este
mundo. Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece
un desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente,
avanzo y busco la salida. Necesito, Señor, encontrar tu lugar.
¿Dónde
estás, Señor mío? ¿Por qué te ocultas de mí?
Temo
Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo ser, como me
obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
Pero,
en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia
repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti,
Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no
te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.
Jesús
Sánchez Adalid
El amor de Dios
Estamos en Cuaresma. Este es un tiempo
ideal para retornar sobre tus pasos y para tratar de hallar esa luz, esa llama
que, aunque ahora es pequeña, casi insignificante, sigue encendida en el fondo
de tu alma.
Iluminado por ella, al amparo de su
resplandor, podrás descubrir que todo, absolutamente todo, es pasajero y que
hay cosas eternas más allá que te aguardan frondosas y puras al final del camino.
Hoy es tiempo para caminar, para
avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es amor, solo amor puro y
verdadero, lo que está allí delante de Él.
Jesús Sánchez Adalid
El abrazo de Jesús
El hombre vive entre tentaciones, así
es la vida. Mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de
manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene.
Efectivamente, hoy el Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio del
deseo de alegría, de paz y de amor.
Como
otros seres humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas
abandonado. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la
enfermedad y del temor al futuro que sin duda afectan sin distinción a
ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad.
En efecto,
hay un límite
impuesto al mal
por el bien divino, y ese límite
es la misericordia de Dios.
Jesús
Sánchez Adalid
Nos ponemos en camino
La Cuaresma es un tiempo privilegiado
de la peregrinación interior. Un camino
silencioso hacia Aquél
que es la
fuente de la misericordia.
Es una peregrinación en la que Él mismo
nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, de nuestros miedos, de
nuestra falta de fe.
Pero puedes estar seguro de que Él
avanza con nosotros, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la
Pascua. Incluso al pasar por el «valle oscuro» por esos lugares de la vida tan
desolados y tan
tristes. Eso también
es penitencia. También
nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, y a encontrarle a Él.
Jesús Sánchez Adalid
¿Tienes un rato…?
Escuchado durante la
imposición de ceniza en la Eucaristía de Miércoles.
La traducción ha
sido rezada durante la homilía.
Escucha esta maravilla:
El "Miserere", también llamado
"Miserere mei, Deus"; una composición creada por Gregorio Allegri en
el siglo XVII, durante el pontificado del papa Urbano VIII. La letra es el
salmo 51 del Antiguo Testamento.
Se compuso para ser cantado en la capilla
Sixtina durante los maitines del Miércoles de Ceniza.
El
original se canta en latín.
Pero me
he permitido traducirlo a mi modo:
Conforme a tu gran amor y dulzura;
Conforme a la grandeza de tu misericordia,
Ten piedad de mí.
Borra mis rebeliones.
Lávame más y más,
Límpiame de mis maldades.
Porque yo reconozco mi rebeldía.
¡De verdad!
Mi torpeza la tengo siempre presente.
Cuando... frente a tu mirada penetrante...
Lo reconozco: ¿Qué soy?
¡Nada! Un tozudo pedazo de barro.
Aunque sé que tú amas la verdad íntima
Y me has hecho encontrar sabiduría en tu hondo
misterio.
Lávame con tu agua y quedaré limpio;
Y seré más blanco que la nieve.
Envía hacia mí el gozo puro y la pura alegría,
Y estos pobres huesos abatidos danzarán de pura dicha.
Aparta tu mirada de mi torpeza,
Borra todas mis maldades.
Y pon en mí, oh Eterno, un corazón limpio,
Y un alma nueva ¡joven!
No me eches a un lado,
No pases de largo
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
Envuélveme en el gozo de tu salvación.
Entonces enseñaré
Tus caminos a los transgresores,
Para que vuelvan contigo.
Líbrame del horror vacuo,
¡Oh Maravilla oculta y salvadora!
Y cantaré y bailaré en presencia de tu justicia.
¡Como un loco! Abre mis labios,
Y mi boca gritará tu alabanza.
Porque no quieres sacrificios ni penas;
No quieres dolor absurdo.
Amas el espíritu roto de amor;
El corazón lleno de humildad no lo desprecias.
Envía tu bondad a los que amo.
Edifica sus cuerpos y sus mentes.
Entonces te agradarán nuestras pequeñas cosas,
El encanto de la ofrenda sincera,
Nuestras vidas sencillas...
Pues simple ceniza somos,
Ceniza que vuela a lo alto,
Ceniza dulce y encantada...
Hago el silencio en mi interior y
reconozco que me cuesta mucho hallarte dentro de mí. Por eso necesito alejarme
de mí mismo.
Dejar atrás esta fallida vida mía,
sembrada de errores, de vanidades, de recelos y de dudas.
Cómo necesito creer en Ti, Dios mío.
Qué necesidad tengo de tenerte conmigo.
La vida se pasa y sigo aquí solo con
mis cosas, con mis problemas. A veces me parece, incluso, que no hay nada más.
Pero entonces me digo ¿Por qué estas dichosas dudas? Si Tú estás aquí.
Es cierto, oigo tu voz tan cercana. Me
hablas ahora, en este preciso momento, y me hablas de mí mismo, y yo te
escucho.
Hoy, Señor, me elevo para escucharte.
Dios de la verdad, de la luz, de la paz.
Jesús Sánchez Adalid
Descanso en ti, Señor
A esta hora en que parece la vida se
pone más calmada y que el mundo deja de brillar, pero mantiene esa serenidad de
la luz del atardecer en la que vuelvo a echar mi alma a volar.
Me
elevo sobre los tejados, sobre la ciudad, sobre la carretera, sobre los campos
silenciosos, sobre las montañas, sobre el mar. Veo la grandeza y la belleza del
mundo. La inmensidad de la creación. Tu creación, Dios mío. En el viento fresco
siento tu presencia, mi Dios. Me veo más humilde e insignificante como un grano
de arena. Disminuyo en mí mismo y me empequeñezco hasta casi desaparecer ¿Quién
soy yo para que te fijes en mí? ¿Para qué te acuerdes de mí?
Me acoges en tu mano cálida y creadora y
me reintegras a ti, a tu tono maravilloso a tu infinitud amorosa. Yo me
regocijo, me sereno y me expando en ti.
Jesús Sánchez Adalid
Aquí estamos, Señor
Señor, antes que fuera engendrado el
orbe de la tierra, desde siempre y para siempre, tú eres Dios y soportas que
nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra de los vivos
y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato: que el amor,
Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad, que nuestras acciones proclamen
la obra de tus manos para que así podamos un día gozar eternamente de la
dulzura de tu presencia.
Dios
y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del que
fuimos formados, tu paciencia nos sostiene para que conozcamos tu voluntad.
Que
baje, Señor, a nosotros tu bondad y haga, durante este día, prósperas las obras
de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu verdad y tu gloria.
Jesús Sánchez Adalid
El protagonista en la oración
Venimos de Dios, somos de Dios y
retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él,
nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
Si tratáis a Cristo oiréis también
vosotros, en lo más íntimo del alma, los requerimientos del Señor, sus
insinuaciones continuas. Hay que orar en medio de esta vida confusa y difícil.
Hay que buscar la voz del buen Dios.
En la oración, pues, el verdadero
protagonista es Él. El protagonista es Cristo, que constantemente me libera de
la esclavitud, de la corrupción y me conduce hacia la libertad.
Protagonista es el Espíritu Santo, que
viene siempre en ayuda de nuestra debilidad.
Jesús Sánchez Adalid
En la oración
Dios nos oye y nos responde siempre,
pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más
profundo que el nuestro.
Cuando parece que Él no satisface
nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra
petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en
razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta
vida.
El desafío es «abrir nuestro corazón»
alabando Su Nombre, buscando Su Reino, aceptando Su Voluntad.
Jesús Sánchez Adalid
Jesús vino por ti
La fe no puede arrancarte el corazón ni
rasgar tu ser, eso no sería fe. La fe eres tú mismo intentando encontrar el
camino que te conduce hacia Él.
Jesús ha venido para ayudarnos a vivir,
para que en medio de esta azarosa existencia, de este miedo, de esta zozobra,
hallemos la paz.
Él,
tan amplio, con el corazón
tan ancho puede reconciliarte. Viene a reconciliarte.
Viene a echar a un lado ese desasosiego que no viene de Dios, que te repliega y
que te arruga.
Volverás con la confianza del
corazón... volverás a Él.
Jesús
Sánchez Adalid
Dios te ama
Todo comienza en tus profundidades.
Necesitas un corazón reconciliado. Debes crear ese espacio, dentro y fuera de
ti, en el cual sea posible la reconciliación verdadera.
Tus debilidades, tus penas, tus
fracasos... tus más hondos y delicados sentimientos se hacen presentes. Ese
eres tú. Así eres tú. Y así, solo así, Él te ama. Siempre te amó.
Aunque a través de tu vida azarosa y
difícil, esa propia vida tuya con la que creaste una barrera entre él y tú.
Mas él estaba cerca, seguía cerca,
hablándote en susurros, con su voz tan especial y tan silenciosa. Su voz de
amor y de vida.
Jesús Sánchez Adalid
Para encontrar la luz
El sufrimiento es un misterio que se esconde en la propia esencia de la vida, esperando saltar a cada paso del camino.
Ante la prueba, ante el dolor cada uno
siente la tentación de sucumbir como si todo estuviera perdido, se apagan
repentinamente las luces de la razón y del entendimiento y la vida empieza a
adquirir un color oscuro y triste.
Pero la respuesta al sufrimiento es
siempre personal e intransferible, cada uno tiene que encontrarla.
Para el creyente, la oración es un
camino que nos conduce a encontrar la luz.
Él es el motivo de toda confianza, el
manantial de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba. Dios no
es indiferente ante el bien y el mal. Es un Dios bueno y no un lado oscuro
indescifrable y misterioso.
Por eso, aunque el aparente triunfo de
la dificultad puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente
sabe que Dios le librará de todo mal, pues Dios ama el bien, ama infinitamente el
bien.
Jesús
Sánchez Adalid
Ninguno de los textos antiguos nos dan
datos sobre el nacimiento de Jesús, excepto el hecho de que se produjo en los
alrededores de Belén y que fue depositado en un pesebre que se utilizaba para los
animales. Este detalle se repite hasta tres veces en el relato del evangelista
Lucas, y constituye probablemente una modesta, pero muy significativa, clave de
lectura para todo el episodio.
Este niño que ha nacido es, en cierto
modo, un niño como los demás. Sería inútil buscar en Él un signo divino, pero
la extraordinaria precariedad de su primera situación, inaceptable incluso para
los pobres pastores que tenían al menos el orgullo de poseer una tienda propia,
llama la atención de todos los que pasan por allí, o se sienten llamados hacia
ese lugar por una voz interior o que viene de lo alto.
Para el que se acerca con los ojos de
la fe constituye además, incluso en los días de mayor bienestar, un signo
inolvidable de lo que tiene valor y de lo que cuenta realmente a los ojos de
Dios: la humildad, la sencillez, la pobreza de los hombres.
Jesús
Sánchez Adalid
La
promesa
Es
posible que hoy, como otras veces en tu vida, te encuentres algo vacío, sin
fuerzas, triste. Confundido o envuelto en las brumas de tus recuerdos.
Tal
vez amanece para ti un día más en la rutina de la semana y de los meses, que se
parecen mucho los unos a los otros. Es posible que no tengas planes precisos ni
aguardes nada especial. Es posible hasta que hayas perdido la esperanza, la fe o
el amor. Es posible que ni siquiera te diga nada la palabra: Navidad.
Pero
escucha, hay un aviso para ti, expresamente para ti. Un mensaje enviado desde
los siglos para ti. Es una promesa. Una vieja profecía que alienta las almas: Vendrá el Señor y nos salvará.
Alégrate
por eso, te lo ruego, y álzate sobre tu triste postración. Fíate de Dios. El gran
Dios te ama a ti, y viene a salvarte.
Jesús
Sánchez Adalid
La fe en el Adviento
En este hermoso tiempo que se avecina,
en el que los hombres cantan y se alegran aún sin saber por qué, podemos
invocar el precioso don de la fe, un don raro y verdaderamente asombroso en un
mundo tan complejo, pero una gran ayuda y una inestimable gracia para poder
vivir.
Y sentir como antaño, que Jesús de
Nazaret es el Mesías esperado de Israel y adorarlo como a tal, por eso y por
nada más, debe ser este tiempo tan jubiloso, porque no hay hombre que haya
perdido toda su esperanza. Porque Dios viene, precisamente, a rescatar a los
que viven en tristeza, en angustia y en sombras de muerte.
En este hermoso tiempo, de Adviento y
Navidad, podemos invocar el precioso don de la fe.
Jesús Sánchez Adalid
Adviento es una hermosa palabra. Es una
palabra antigua y plena de hondo misterio. Una palabra que siempre resuena hermosa
en mis oídos, en lo profundo de mi corazón anhelante, que me habla del tiempo y
de la actitud de espera de los hombres, con llegada.
En el acontecer rutinario en el que los
hombres nos hallamos inmersos, acaso sin emoción, sin sobresalto, reservamos esa
bella palabra, adviento, para hablar de acontecimientos altamente deseados y
esperados desde antiguo, pues reportan grandes bienes.
Serás hoy feliz si sabes vivir en
constante adviento, si comprendes lo qué es adviento. Feliz el hombre cuyos
advientos humanos colman sus esperanzas, pero más feliz todavía aquel cuyos
advientos son religiosos pues hablan de la venida, del advenimiento del Dios,
que es el más bello y sublime, el más alto que cabe en la escala de las
esperanzas.
Jesús Sánchez Adalid
Señor, yo confío en Ti
Dios eterno, ante quien mil años son un
ayer que pasó, rescata nuestro tiempo de su inutilidad y vaciedad; cólmalo de tu
plenitud enviándonos el Espíritu Santo de tu Hijo para que toda nuestra vida
sea alegría y júbilo.
Vuélvete, Señor, hacia nosotros, pues
nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años pasan aprisa y vuelan.
Porque Tú estás a nuestro lado no nos
acobardamos, aunque nuestro exterior vaya decayendo; Tú vas renovando nuestro interior
de día en día, porque nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen,
gracias a ti, una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísima.
Jesús Sánchez Adalid
Santa Cecilia
El 22 de noviembre celebramos a santa
Cecilia, que durante siglos ha sido una de las mártires de la primitiva iglesia
más venerada por los cristianos. Sabemos que pertenecía a una familia patricia
de Roma, que fue educada en el cristianismo y que creía y confiaba en el único
Dios verdadero.
Cecilia fue martirizada por no
sacrificar a los dioses paganos. Fue sepultada junto a la cripta pontificia en
la catacumba de san Calixto.
Santa Cecilia es muy conocida en la
actualidad por ser la patrona de los músicos.
Sus actas cuentan que el día de su
matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su
corazón.
Al final de la Edad Media empezó a
representarse a la santa tocando el órgano y cantando.
¿Qué sería de nuestra liturgia sin la
música? La música tan esencial, la música que eleva nuestros corazones. Decía
san Agustín: “quien canta, ora dos veces”.
Qué bien sabemos eso los que celebramos
a diario la fe de nuestro Señor, sobre todo, los que nos reunimos para cantar
salmos y adorar a Dios con la música.
Pedimos la protección de santa Cecilia,
que ayude a nuestra Iglesia a elevarse siempre con sus cantos y a encontrar al
Creador con la música.
Jesús Sánchez Adalid
Tu bondad, Señor
Señor, antes de que fuera engendrado el
orbe de la Tierra, desde siempre y por siempre, Tú eres Dios y permites que
nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra en que
vivimos y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato.
Que el amor, Señor, nos haga siempre
dóciles a tu voluntad.
Que nuestras acciones proclamen la obra
de tus manos, para que así podamos algún día gozar de la dulzura de tu
presencia.
Dios y Señor del tiempo y de la
eternidad, antes de que retornemos
al polvo del que fuimos formados, tu
paciencia nos sostiene para que conozcamos tu voluntad.
Que baje, Señor, a nosotros tu bondad y
haga durante este día prósperas las obras de nuestras manos, para que se
manifiesten al mundo tu verdad y tu gloria.
Jesús
Sánchez Adalid
La muerte y la resurrección
La muerte es la más seria amenaza al
deseo humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana.
La muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza, pone en cuestión el sentido de
la vida y también pone en cuestión a Dios.
De uno u otro modo brotan las
preguntas: ¿habrá algo después? ¿Estamos condenados a morir? ¿Hay una esperanza?
¿Qué anuncia el Evangelio? ¿Cómo afronta Jesús su propia muerte? ¿Se resucita
en el momento de la muerte o al final de la Historia? ¿Es cierto, como suele decirse,
que no vuelve nadie para contarlo?
Marta, la hermana de Lázaro, cuando ha
sufrido la muerte de su ser querido, dice lo que le han enseñado y lo dice sin mucho
entusiasmo: “Yo sé que resucitará en la resurrección del último día, Señor”. Y
Jesús le responde con la novedad del Evangelio: “Yo soy la resurrección. El que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no
morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Jesús habla de su propia muerte como de
un paso de este mundo al Padre, un paso de este mundo sometido a la muerte, un
paso al mundo nuevo resucitando a la vida, se va pero se vuelve, le verán los
creyentes: “dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me
veréis”.
Dios salva la vida a cuantos creen en
Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún, la vida eterna a la que resucitan
los muertos es ya la posesión de los vivos que creen en Él. El que cree tiene
ya la vida eterna.
Jesús Sánchez Adalid
Mes de los difuntos
Cuando
llega este tiempo
en el que los
atardeceres son más
tempranos y los
días más cortos,
a muchos les invade
cierta tristeza, se acuerdan de
los que ya no están con nosotros porque abandonaron este mundo.
Al mes de noviembre se le llama también
“el mes de los difuntos”. A veces, resultan
inevitables los recuerdos. El
otoño es evocador, nostálgico...
Hay,
también, quien al
pensar en la muerte pierden la paz, se atemoriza, se
desasosiega y se angustia.
Algunas veces, las noches
insomnes se hacen largas dando vueltas y vueltas a estas incertidumbres. Puede
ser que incluso el panorama se presente sombrío, oscuro, al no hallar
respuesta.
Esta
es una pregunta
propia del ser
humano: ¿qué hay detrás de
la muerte? ¿Qué
hay más allá?
¿Cómo será esa
vida que la fe
nos promete con
tanta vehemencia asegurándonos que supera a esta? ¿Qué es eso
de la resurrección?
También
a Jesús, en
aquel tiempo, le
hicieron esas preguntas. Él respondía sereno, con la
certeza del que tiene fe, del que ve más allá.
Los que mueren son como ángeles, son
hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección. Eso de
que los muertos
resucitan ya lo
había indicado también
Moisés en el
episodio de la
zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahám, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob.
No es un Dios de muertos, el nuestro,
sino de vivos, porque para Él, todos viven.
Jesús
Sánchez Adalid
Paciencia
La vida es
un gran ejercicio de paciencia, un esfuerzo hecho de constancia, de la suma de
muchas obras buenas.
La
paciencia es muy importante, beneficiosa y necesaria en la vida diaria del
cristiano, es uno de los frutos del Espíritu Santo.
La carrera
cristiana es larga y necesitamos paciencia. “Por tanto, nosotros también
teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo
peso del pecado que nos asedia y corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante”. Son palabras de la Carta a los Hebreos.
Para hallar
el significado pleno de nuestra existencia, no debemos procurar el significado
que esperamos, sino pacientemente el significado que nos va siendo revelado por
Dios; el significado que nos llega desde la nube trascendente de su misterio y
del nuestro: no conocemos a Dios y no nos conocemos a nosotros mismos.
Entonces,
¿cómo imaginarnos que podemos trazar nuestro curso hacia el descubrimiento de
nuestra vida? Este significado no es un sol que sale todas las mañanas, aunque
hemos llegado a pensarlo así, y las mañanas que no sale lo sustituimos con
alguna luz artificial nuestra para no admitir que esa mañana fue absurda. En el
fondo esto es impaciencia.
Roguemos pues al Espíritu Santo que nos dé la paciencia suficiente para entender el conjunto del significado de nuestra vida.
Roguemos pues al Espíritu Santo que nos dé la paciencia suficiente para entender el conjunto del significado de nuestra vida.
Jesús
Sánchez Adalid
Las cosas grandes están
hechas de bagatelas
Cuentan que
el gran artista Miguel
Ángel tardó mucho tiempo en
dar los
últimos toques a una
de sus obras
más famosas: aquellas bellísimas pinturas de la Capilla Sixtina.
Dicen que el Papa que le había
encargado la obra
lo visitaba casi
todos los días y
le preguntaba siempre:
¿qué has hecho hoy? A lo cual el maestro contestaba:
hoy he perfeccionado ese
detalle en la mano, he mejorado la sombra en aquella arruga,
he arreglado la luz
en aquella parte del vestido...
“Pero
eso son bagatelas”, replicaba el Papa.
“Ciertamente
-contestó Miguel Ángel- pero la perfección se hace de bagatelas y la perfección
no es una bagatela”.
La
vida del cristiano está hecha de muchos pequeños detalles, las pequeñas cosas
de cada día. No hay cosa tan pequeña que no merezca nuestra atención. Puede parecer
una bagatela, pero no olvidemos que de esas pequeñas bagatelas está hecha
nuestra vida y la vida no es una bagatela.
Jesús
Sánchez Adalid
Clamar a Dios
Es verdad que el dolor produce en nosotros
e inquiere muchas preguntas, angustias, oscuridades...
Esa pregunta sobre todo de quién soy yo
y, en definitiva, a quién pertenezco, a qué conduce esto.
El sufrimiento parece inútil y odioso en
sí mismo. Sin la fe, resulta una maldición.
Pero nosotros podemos clamar a Dios:
“Ayúdame amado Dios.
Ayúdanos Dios nuestro a comprender y
aceptar los momentos penosos, duros y difíciles de nuestra existencia.
Sabemos cuán pasajera es esta vida y
que todo aquí es transitorio: lo bueno, lo malo, lo placentero y lo doloroso.
Mas aspiramos, Señor, a estar contigo y
gozar definitivamente y en paz de cuanto amamos en nuestra vida.
Esa es nuestra esperanza.
Ese es nuestro mayor anhelo”.
Jesús
Sánchez Adalid
El sufrimiento
A veces el sufrimiento se presenta de
repente, sin llamar antes a tu puerta.
Entonces viene y hace la pregunta: ¿quién eres tú?
Al sentirnos interpelados de esta manera, al vernos tocados en lo más profundo de lo que somos, de lo que hemos deseado ser, al vernos convertidos en otra cosa, en seres solos, acosados, débiles... podemos desconcertarnos de momento como nunca antes nos había sucedido.
El dolor inquiere de nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades... Y entonces hemos de responder: ¿quién soy yo? En definitiva, ¿a quién pertenezco? ¿Vendrá alguien en socorro mío? ¿Seré ayudado? ¿Seré confortado? ¿A qué conduce esto?
Pero el hombre de fe, aunque a veces padezca cierta oscuridad, cierta zozobra, sabe que más allá de sus sufrimientos hay luz, hay sosiego y que puede hallar la paz de su corazón, aun en medio de las mayores penalidades.
Entonces viene y hace la pregunta: ¿quién eres tú?
Al sentirnos interpelados de esta manera, al vernos tocados en lo más profundo de lo que somos, de lo que hemos deseado ser, al vernos convertidos en otra cosa, en seres solos, acosados, débiles... podemos desconcertarnos de momento como nunca antes nos había sucedido.
El dolor inquiere de nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades... Y entonces hemos de responder: ¿quién soy yo? En definitiva, ¿a quién pertenezco? ¿Vendrá alguien en socorro mío? ¿Seré ayudado? ¿Seré confortado? ¿A qué conduce esto?
Pero el hombre de fe, aunque a veces padezca cierta oscuridad, cierta zozobra, sabe que más allá de sus sufrimientos hay luz, hay sosiego y que puede hallar la paz de su corazón, aun en medio de las mayores penalidades.
Jesús Sánchez Adalid
Corazón impuro
“Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí”. Es un llamamiento a la honestidad con Dios,
a no tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas cuyo
contenido se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: “Este pueblo me miente”.
Toda acción humana arranca del corazón,
pero si el corazón está manchado, el hombre entero y su actuación quedan manchados.
¿Cuántas fiestas celebramos, que tienen
su origen cristiano, se han convertido para algunos en una fiesta en la que
Dios está ausente: la Navidad, la Semana Santa, la Pascua, los domingos...?
¿En cuántas ocasiones también la
actuación diaria en la familia y en el lugar de trabajo está manchada por la
envidia, la ambición, la impaciencia, los malos modos, la egolatría...?
Las obras externas quedan marcadas por
la intención con que se hacen.
Jesús recuerda que hay que comenzar por
purificar el corazón, pues de él proceden los malos propósitos.
Las maldades salen de dentro y hacen al
hombre impuro.
Jesús Sánchez Adalid
Con nosotros
Porque te vi ayer en la calle
y en los campos; en el pueblo acompañando a los niños y niñas que iban al
colegio por primera vez; a hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, entre ruidos,
cruzándose entre los vehículos y los semáforos; al hacer su trabajo, limpiando
vidrios, extendiendo su mano, agotados, tristes, en la ciudad, en las calles,
como en tantos lugares del mundo; en pleno verano, en la ciudad, en las playas,
junto al inmenso mar, en la presencia impresionante de las montañas y de los
bosques.
Te bendecimos y te alabamos
Señor y te pedimos que estés con nosotros ahora, porque te vimos peregrino con
aquellos que buscan un pedazo de tierra para vivir, un techo para cobijarse, un
trabajo para sentirse digno.
Te bendecimos y te alabamos y
te pedimos que no dejes de estar con nosotros. Gracias por haberte hecho
presente una vez más y por decir aquello de “venid a mí todos los que estáis cansados
y agobiados, que yo os aliviaré”.
Porque te vimos en medio del
odio y de la violencia, en medio de la opresión y de la destrucción sin sentido
diciendo “¡No, parad! No os matéis. No me matéis una vez más”.
Te
bendecimos y te alabamos y te pedimos que estés siempre con nosotros. Gracias
porque nuevamente podemos escuchar tus palabras: “mi paz os dejo, mi paz os
doy, aunque yo no la doy como la da el mundo”. No dejes de estar hoy con nosotros.
Jesús Sánchez Adalid
La
amistad
Collins afirmó: “En la prosperidad nuestros amigos nos conocen,
en la adversidad nosotros conocemos a nuestros amigos”.
Es verdad. Los problemas,
la adversidad, es la piedra de toque de la genuina amistad.
No conocemos realmente
a nuestros amigos si no hemos sufrido con ellos.
Lo expresa con singular
belleza este proverbio chino: “Se conoce una buena fuente en la sequía y un
buen amigo en la adversidad”.
Los verdaderos amigos
son aquellos que comparten nuestra desgracia sin ser llamados, los que tenemos
a nuestro lado en los momentos difíciles y cuya alegría, en los momentos de éxito,
es de tal modo sincera que no se detecta ni la mayor sombra de envidia en su
alma.
Jesús
Sánchez Adalid
Habla con él
Ahora, a esta hora
del día, tú puedes pensar en Él, en Aquel de quien proviene toda claridad y toda
luz.
Tal vez estés algo abrumado
por la vida. Es posible que esa preocupación, ese temor, oscurezca tu
conciencia, tu interior, pero tú ahora puedes detenerte un momento y hablar con
Él.
Si no tienes cerca un
santuario, un templo, puedes hablar ahí mismo, en el santuario de tu corazón,
puedes hablar con Aquel de quien
viene toda claridad,
toda luz.
Si hay algo de
oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu santuario interior
y haz ahí el silencio.
Tu corazón guarda su
secreto. Tu alma tiene su misterio. Ahora tú puedes hablar con Él, con Aquel de
quien viene toda luz, el único que sabe hacer amanecer.
Haz que por un
momento se disipe tu sufrimiento y clama, aún en tu oscuridad, sencillamente y
con toda confianza.
Hoy es tiempo para
caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda, piensa que es amor, solo amor,
puro y verdadero, lo que está ahí, delante de ti, dentro de ti.
Jesús Sánchez Adalid
Oración agradecida
Con
toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar
quiero darte gracias, Dios mío, en este tiempo de verano en que los frutos
están recogidos y la tierra nos ha ofrecido el regalo generoso de tu gran
bondad: el dorado trigo.
Tú
que nos sostienes Padre, Tú que nos ayudas a seguir viviendo, Tú que, a pesar
de nuestras infidelidades y pecados, siempre estás ahí, amoroso, paciente,
amable... recoge hoy mi oración agradecida.
Todo
cuanto tengo, cuanto soy, mis frutos, lo que recibí y lo que puedo dar, todo
viene de Ti, mi Señor. Pues Tuyos son este cielo y esta tierra, este calor y
toda esta vida procede de Ti y Tú renuevas el mundo y das frescura al aire por
la noche, cuando las aves lanzan sus vuelos y sus cantos ensalzando al Creador.
También
las gentes que van entregadas a sus afanes, que recorren las ciudades, los
pueblos y los campos en busca del sustento parece que cantan y que ensalzan al
dueño de la vida, de la luz, del amor, el dueño de cuanto existe.
Con
toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar
quiero darte gracias, Dios mío.
Jesús
Sánchez Adalid
Eterno es su amor
Yo
sé que mi Dios es bueno, por eso le doy gracias porque percibo que su amor es
eterno y lo repito constantemente en mi interior: eterno es su amor.
También
sé que todo aquí es transitorio, fugaz, perecedero, que soy un peregrino en
este mundo, un ave de paso, pasajero de viaje hacia otro lugar.
Por
eso acudo al santo Dios, que gobierna mis pasos y vigila mi sendero, celebro la
gran misericordia de ese Dios y lo escucho
y
me repito: es eterno su amor. Lo dicen quienes veneran al Señor en la casa de
Dios, del único Dios, en su santo templo.
En
mi caminar clamo a Él y Él me entiende, me da respiro, me calma. Por eso ahora
no temo a nada porque sé que está conmigo, que es mi auxilio y que finalmente
triunfaré sobre mis males, que llegaré a mi destino y me confortará con
amorosos cuidados de padre y de madre.
Me
doy cuenta de que lo mejor es refugiarse en Dios, mucho mejor que fiarse de los
hombres y muchísimo mejor que confiar en los poderosos.
Cuando
me rodean peligros y me asaltan las dudas me acuerdo del nombre de mi Dios y le
invoco. Él escucha mi voz suplicante y acude enseguida en mi ayuda. No con
ruido, ni con escándalo sino en pacífico silencio. Me cubre con su energía, serena
mi alma, me acaricia y me dice: “No temas, yo estoy aquí”.
Jesús
Sánchez Adalid
Guardar silencio
Tan
pronto como guardo silencio y miro en mí interior afloran en mí muchos
sentimientos que reprimo: decepciones, heridas, pasiones, miedos...
Muchos
huyen de estos pensamientos y buscan el bullicio del mundo y una actividad desmedida.
Se pierden en pos de mil cosas para no verse a sí mismos.
El
silencio tiene tres partes: en primer lugar, nos hace contemplar la realidad,
ver cómo estoy en la vida y qué se mueve en mi interior;
en segundo lugar, me ayuda
a desprenderme de lo que me ocupa constantemente, me ayuda a crear una
distancia y a poder controlarme; en tercer lugar, gracias al silencio puedo
identificarme con mí mismo y unificarme con el Dios.
El
silencio me conduce hacia la pura presencia. Soy un ser pleno en ese momento de
acuerdo con mi vida; uno conmigo, con la creación, con el ser humano y con el
Dios.
Ya
no medito más en Dios sino que estoy en Él, estoy en Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Tú me has creado así
Sé
que dentro de mí me llevo a mí mismo, convivo con el ser que Dios me ha dado
desde que tengo conciencia.
Aunque
cambiara de aspecto, aunque envejeciera más, aunque mi cuerpo se tornara
diferente... seguiría llevándome dentro a mí mismo. Aunque cambie de casa, de
ciudad, de ocupación, de lugar en el mundo... quien se lleva dentro a sí mismo
no va a cambiar.
Por
eso, todos, en un momento u otro de nuestras vidas, soñamos con un sueño que en
el fondo sabemos falso.
Si
me hubiera pasado esto o aquello en la vida... Ay, si hubiera tenido aquella
oportunidad, aquel trabajo... Si aquella persona amada me hubiera querido a
mí... Si yo me fuera a vivir a otra parte... Si cambiara de ambiente, de
amigos... Si comenzara de nuevo... Si en vez de ser así, como soy, fuera de
otra manera... Si pudiera controlarme... Si tuviera éxito... Si fuera feliz...
Si no estuviera enfermo...
Todo
esto es una vana fantasía.
Gracias
Señor por ser quien soy. Tú me has creado así y así me amas.
Mi
hacedor, mi Padre eterno, acepto lo que reservas para mí desde siempre y para
siempre.
Jesús Sánchez Adalid
Confío en Ti
Presento
mis manos abiertas y acepto todo lo que Dios quiera enviarme y me abandono en El, en mi Dios.
Miro hacia
adelante y aparecen los temores como las sombras: lo que en el pasado me
sucedió, lo que todavía se manifiesta amenazante, lo que ya he sufrido... A
veces, me apeno tanto...
Pero
clamando a Ti, Padre, desde lo más profundo de mi ser, desde mis mayores
temores, me libro de esta existencia incierta.
Esa oración
mora en mí y no deseo desprenderme de ella, forma parte de mi ser, pues soy tu
hijo y ¿a dónde acudiré? Lejos de Ti mi alma está seca. Hoy reconozco que me
has creado realmente para acudir a Ti. Estoy en camino y nada podrá detenerme.
Esa es la
verdad, mi única verdad. No puedo menos que tener mis manos abiertas alzadas hacia
Ti y seguir clamando.
Para
guiarme y sostenerme en este camino cuento con la pequeña llama que arde en mi
corazón: tu aliento, el aliento del Espíritu de mi Dios.
Por todo lo
que hoy te he dicho, Señor, te ruego una vez más que no me abandones. Como un
hijo confiado voy a esperar en el mejor de los padres. Y ahora, más, tranquilo,
seguro en Ti, puedo afrontar este día.
Jesús Sánchez Adalid
La
Trinidad
No todo
podemos saberlo, pero creemos en Ti, Dios nuestro, y lo que creemos de tu
gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de, tu Hijo y también del
Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.
De modo que
al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad adoramos tres
personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
En todos
los misterios del Cristianismo, llámense como se quieran, está girando el
misterio del amor trinitario y todo lo que encierra los misterios de ese amor
infinito es la Santísima Trinidad.
"En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" comenzamos todas
nuestras oraciones, comenzamos la santa Misa y la celebramos de todos los
sacramentos y actos de la Iglesia.
Al
persignarnos hacemos una señal de la Cruz pequeña sobre la frente, la boca y el
pecho, encima del corazón. ¿Qué estamos indicando? Que la cruz sobre la frente
se refiere al Padre, que está sobre todo. La cruz en la boca indica el Hijo, la
Palabra eterna del Padre brotada desde el seno del Padre celestial desde toda
la eternidad, y la cruz sobre el corazón simboliza el Espíritu Santo.
Cuando
pasemos a la eternidad podremos contemplar a Dios directamente, gozar de El y
ser como El.
Jesús
Sánchez Adalid
Tuyo soy
Mi esperanza se enciende en Ti que alimentas el
sentido último y deslumbrante de cada ser, en Ti que siempre escuchas, que
siempre inclinas tu oído hacia mí.
En el torbellino de mis búsquedas, de mis miedos
y de mis fracasos me consuela saber que Tú compartes cada una de mis horas
difíciles.
Recuerdo que
la profundidad de tu audacia creadora fue compañera de los hombres que de Ti se
fiaron, mientras que aquellos que obraban a espaldas tuyas, a espaldas de tus
designios, construyeron la trampa que arruinaría su propio esfuerzo.
Por eso, sé
Señor que no debo apartarme de Ti, pase lo que pase por mi mente confusa,
atribulada y, a veces, absurda.
Yo convierto
en canciones la esperanza del camino gracias a la luz de tu palabra que
ahuyenta todo error.
Extranjero
algunas veces entre hermanos que te ignoran o te niegan, hallo en tus palabras
mi morada, mi paz y mi mesa más reconfortante.
Tuyo soy en lo
que tengo y en lo que aguardo, derribadas por tierra todas mis vanas seguridades,
tuyo en la urgencia de entregar mi vida al futuro al tiempo que corre
inexorable y me lleva en volandas hacia lo desconocido, pero mi esperanza se
enciende en Ti, que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser, en
Ti que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
Jesús Sánchez
Adalid
Apuntes para el día a día
Camina plácidamente en
medio del ruido y de la prisa y recuerda cuánta paz puede haber en el silencio.
Tanto como sea posible y
sin abandonar, llévate bien con todos.
Di tu verdad tranquila y
claramente y escucha a los otros, incluso al simple y al ignorante, ellos
también tienen su historia.
Evita a los exaltados ya
los agresivos, pues ofende al espíritu y evita tú esa exaltación aunque te
cueste, haz un esfuerzo, pídeselo a Dios, El te escuchará.
Si te comparas con otros
puedes envanecerte o amargarte, ya que siempre habrá quien sea más o quien sea
menos que tú.
Disfruta con los logros de
tu vida, aunque te parezcan menudos a simple vista, son un regalo del Dios que
todo lo puede y haz proyectos.
Mantente interesado en tu
trabajo por humilde que sea, es un bien real entre las cambiantes formas del
tiempo.
Sé precavido en tus
asuntos porque el mundo está lleno de trampas, pero piensa que hay mucho de
bueno a tu alrededor y en ello puedes ver, puedes apreciar, la eterna bondad de
Dios.
Jesús Sánchez
Adalid
Tu eterno amor
Te doy gracias Señor porque eres bueno
y porque constante es tu amor, que no se acaba nunca.
Te doy gracias Señor, Dios de todo,
porque en todos mis asuntos Tú intervienes y haces maravillas en mi vida,
aunque a veces yo no puedo apreciarlas.
Me sacaste de aquellas cosas que en
otro tiempo me hacían esclavo, con mano fuerte y extendiendo tu brazo. Como se
tira de uno. Como tira de uno aquel que es un buen amigo.
Cuando no
tenía fuerzas me abriste el camino, pasé y fui salvado por ti. Sentí en mi
vida, una vez más, que es constante y eterno tu amor conmigo.
Sacaste de
muy dentro poderes escondidos, rompiste mis cadenas y viniste conmigo y yo, a
tientas, descubro que Tú me das, Señor, el pan que necesito, el pan que me da
la vida y aunque me canso, vivo.
No me dejes
ahora que soy tuyo y hazme experimentar que es constante y eterno tu amor
conmigo.
Jesús
Sánchez Adalid
Tu
victoria
Invoco al espíritu de
Dios y le pido: robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria
ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la
gloria de toda la realidad celestial mientras seguimos en esta Tierra.
Tu victoria ha llegado
porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre y has hablado su
lengua con tus propias palabras guardadas desde la creación del mundo. Has
gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza y has llevado a cabo tu redención.
Tú has hallado la muerte y has resucitado, y has restaurado la vida para
siempre.
Lleva a término esta
obra magnífica, la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso cuando Tú
quieras. El día y la hora están ocultos pero son ciertos como la misma bondad
del Dios.
Mientras tanto, gozo
viendo cómo en sueños y profecías cómo en visiones de futuro, la victoria final
te devolverá la Tierra entera a Ti que la creaste.
Todo lo veremos
entonces con estos ojos nuestros de carne y comprenderemos, y la humanidad se
unirá y todos los hombres reconocerán tu majestad, y aceptarán tu amor dulce y
generoso. Ese día ya es mío, me pertenece igual que tus promesas.
Jesús
Sánchez Adalid
Sé feliz
Cada día, y
especialmente en este tiempo de Pascua, agradece a Dios el privilegio de tener
un día más de vida y vívelo así como si fuera el primero, el único y el último.
No critiques. Si
notas que algo anda mal, colabora en la solución con palabras de amor, con
cariño.
No permitas que los
problemas económicos te causen intranquilidad y recuerda que al final del
camino lo único que podremos llevarnos serán las buenas acciones realizadas.
Mantén el buen humor.
Es primavera. Aunque cualquier situación vaya mal, la alegría es la mejor
medicina para la vida. Sonríe en cualquier circunstancia y procura no tomarte
demasiado en serio las cosas que no van demasiado bien.
Manifiesta tu amor
hacia los demás con gestos y palabras dulces. El buen trato convertirá tu vida
en un paraíso sin dolores ni sufrimientos.
Aprovecha el tiempo
para aprender y haz una buena base sólida de conocimiento que te conduzca a
llevar una vida triunfadora.
Evita las discusiones
vanas que solamente conducen al distanciamiento y al rencor hacia los
semejantes.
Valora tu trabajo
haciéndolo con amor, ya que ennoblece a los que lo realizan con entusiasmo.
Y, sobre todas las
cosas, acuérdate de que el amor al prójimo es el secreto de la
felicidad.
Jesús Sánchez Adalid
El gozo de la resurrección
¡Cristo ha
resucitado!
Siéntete hijo de
Dios.
Percibe ese espíritu
de servicio que distinguía a Jesús con su manera de dignificar y perdonar a los
demás, con la sencillez que lo llevaba a levantar a los más pequeños, a los
débiles y a los caídos, con la transparencia de sus palabras, con la fidelidad
de su amor, con el recogimiento y la cercanía al Padre de todos en la oración.
Cuando lo hacemos así
nos sobrecoge una experiencia nueva.
Hasta nuestras
renuncias y privaciones, hasta nuestra soledad y nuestra pobreza, hasta
nuestras enfermedades y fallecimientos llega la luz y el fuego del amor de
Dios, el gozo de la paz y la resurrección de Jesucristo.
Jesús Sánchez Adalid
La luz de la vida
Alabado seas, Señor,
por este misterio, por la fragilidad humana que pone al descubierto la muerte,
pues nos introduce en el camino de la confianza al descubrir lo único esencial:
tu vida dentro de nosotros.
Cuento con mi fragilidad
humana a la hora de avanzar en esta peregrinación de la vida. Sea como sea mi fe,
tengan el alcance que tengan mis dudas, el final del camino solo Tú lo conoces.
Alabado seas, Señor,
por el sepulcro abierto de Cristo que nos asegura el hecho de la muerte
verdadera de nuestro amado Jesús.
En ese lugar, en el
silencio de la tumba, me igualo a Él, me igualo a la voluntad de Dios. Él
aceptó la muerte, yo también la acepto con toda serenidad, con toda confianza,
porque sé que en ese momento no me abandonarás, porque sé que allí no estaré
solo.
En el gran silencio y
en la suprema quietud del tiempo sin tiempo, sabré aguardar tranquilo a que me
llames por mi nombre, a que repitas con voz colmada de amor las sílabas de la
palabra que escogió para mí desde el vientre materno y con fe extasiada
obedeceré a esa llamada.
Como en esta mañana
de primavera, saldré a la luz de la vida, sintiendo la novedad de mi ser, la
resurrección, respirando el fresco y aromático hálito de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Tiempo santo
Señor, aquí me
tienes. He entrado en este tiempo santo casi de puntillas. Ahí fuera la luna
llena ilumina los campos y los tejados convirtiendo el mundo en un reflejo de
plata. Mi corazón se tranquiliza y mi alma vuela hacia Ti, Señor.
Me gustan estos días,
este tiempo de la Semana Santa. Escucho en mi interior la llamada de la fe, las
voces serenas que me hablan de Ti, Dios mío.
Veo el bullir de la
gente en la ciudad y me llega el aroma sagrado de tu templo. Aun percibo el
rumor de los cantos y el agitarse de las palmas y las ramas de olivo.
Es tu tiempo, Dios.
El bendito tiempo de mi Dios. Siento cómo acudes a mi ciudad interior, a las
moradas de mi alma para recorrerlas con tus pasos limpios, pacificándome,
reconciliándome, ayudándome a comprender.
Me abro completamente
a Ti y te dejo entrar. Hazlo Señor, mi Dios.
Mi Señor, sondea mi
alma y recompón mi espíritu, que es tuyo, todo tuyo.
En el inicio de esta
santa semana, me comprometo a buscarte con mis pies cansados y bien sé que te
hallaré.
Jesús Sánchez Adalid
No te olvides del Señor
No te olvides del Señor “Procurad no olvidar
al Señor”. Leemos estas palabras en el Antiguo Testamento cuando Moisés anima
al pueblo de Dios a no olvidarse de Él. Tener presente lo que Él ha hecho en el
pasado por ellos. Varias veces le dice: “Procurad no olvidar al Señor. Tened
cuidado de no olvidaros del Señor, nuestro Dios”.
Es muy fácil
olvidarse de las cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Él actúa de una
forma muy profunda y amorosa y ahí le conocemos, ahí nos rendimos a Él y le
agradecemos.
Pero pasan los meses
y los años y ya no nos acordamos más de lo maravilloso de su actuar en nuestras
vidas.
A veces pasamos por
pruebas y tiempos difíciles, tal vez para humillarnos y saber si vamos a seguir
confiando.
Nos olvidamos de que
el Señor nos ama y nos rescató de las tinieblas. Es justamente ahí cuando
debemos recordar lo que el Señor ha hecho por nosotros.
Hoy recordemos
también el día en que le conocimos como nuestro Salvador.
No te olvides del
Señor, de lo que Él ha hecho por ti. Él es el motivo de tu alabanza. Él es tu
Dios que ha hecho grandes y maravillosas obras por ti.
Jesús Sánchez Adalid
Dios es misericordia
La misericordia es el
atributo de un Dios que extiende su compasión hacia aquellos que le necesitan
de verdad.
Tanto el Antiguo
Testamento como el Nuevo Testamento ilustran que Dios desea mostrar toda su
misericordia al pecador.
Cristo revela la
verdad acerca de Dios, como un Padre de misericordia.
Nos permite verlo
especialmente cercano al hombre, sobre todo, cuando sufre, cuando está amenazado
en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.
Cristo muestra a Dios
como Padre que es amor, que es rico en misericordia.
¿Te das cuenta? En la
parábola del hijo pródigo no se utiliza ni siquiera una sola vez el término
‘justicia’, como tampoco en el texto original se usa la palabra ‘misericordia’.
Sin embargo, se hace obvio que el amor se transforma en misericordia. El padre
se compadece del hijo que es pequeño e insensato, errado, inconsciente, humano,
débil.
El hijo pródigo,
consumadas las riquezas recibidas de su padre, merece a su vuelta ganarse la
vida trabajando como jornalero en la casa paterna y, eventualmente, conseguir
poco a poco una cierta provisión de bienes materiales, pero quizá nunca en
tanta cantidad como había malgastado; tales serían las exigencias de la
justicia. Pero nuestro Dios es algo más que un Dios justo, nuestro Dios es
amor. Y Él sabe sacar bienes de nuestros males.
La misericordia se
fundamenta verdaderamente cuando extrae el bien de todas las formas del mal
existentes en el mundo, incluso en el corazón del hombre.
Jesús Sánchez Adalid
El cuidado y amor de Dios
En esta soledad mía
he descubierto Señor, mi Señor, que Tú has deseado el amor de mi corazón, tal cual
es el amor de un hombre.
Todo un Dios se ha
fijado en tanta pobreza, en la vida de un hombre que está quebrado y atemorizado,
pero que es amable para Ti atrae la mirada de tu gran misericordia.
Esta soledad mía me
va enseñando también que no debo ser un ángel para que Tú me ames, para que te
aproximes a mí, sino que te conmueve más la humildad del que está caído, del
que se acerca sigilosamente a Ti para tocar solo el borde de tu manto.
Mas para Ti, Señor,
nadie es insignificante, a pesar de los errores, aunque se aleje por caminos
perdidos, absurdos, insensatos... No, mi Señor, Tú a nadie desprecias, si está
contrito y teme y espera.
Tú no quieres que yo
me vuelva grande ante tu mirada, que me crezca creyéndome, por mis buenas
obras, el ser más elevado. Te conmueves, como siempre, en la pequeñez, en la humanidad
que tanto amas, ese barro cálido que puedes moldear con tus manos amorosas.
Ahora que vivo bajo
tu misericordioso cuidado, te doy gracias y me reconozco criatura amada,
deseada, rehecha una y mil veces, pero no desechada. Es necesario que yo sea
humano, pequeño y frágil para comprender un misterio tan grande: el de tus
cuidados y tu amor sin medida.
Jesús Sánchez Adalid
El abrazo de Jesús
Como otros seres
humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas abandonado.
Sin embargo, en la
desolación de la miseria, en la soledad, en la enfermedad, en el temor al
futuro, en tus desilusiones, en tus males, en tus faltas... que afectan sin
distinción a ancianos, adultos, a niños... Dios no permite que predomine la
oscuridad.
En efecto, hay un
límite impuesto al mal por el bien divino y ese es la misericordia.
Por eso, en este
tiempo, el tiempo de Cuaresma, debes mirar directamente hacia la misericordia
de Dios y debes ponerte en sus manos.
La mirada conmovida
de Cristo se detiene también hoy sobre los hombres y sobre los pueblos; sobre
ti, que esperas tanto de Él.
Jesús está contigo,
ante las insidias que se oponen a la paz de tu corazón.
Se compadece de las
multitudes como entonces, la defiende de los lobos, aun a costa de su vida.
Con su mirada, Jesús
abraza a las multitudes y a cada uno; te abraza a ti y te entrega al Padre.
Jesús Sánchez Adalid
Cuaresma: peregrinación interior
La Cuaresma es un
tiempo privilegiado para hacer la peregrinación interior que a veces pide la
vida.
Un tiempo silencioso
hacia Aquel que es la fuente de toda misericordia.
Es un camino en el
que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, de nuestros
miedos, de nuestra falta de fe, de nuestra inconsistencia...
Pero puedes estar
seguro de que Él avanza con nosotros, sosteniéndonos en el camino hacia la
alegría inmensa de la Pascua. Incluso al pasar por el valle oscuro, por esos
lugares de la vida tan desolados, tan tristes, donde nos alejamos de nosotros
mismos en el dolor, la soledad, el pecado, el desdén de los otros, el
desprecio...
Mientras el tentador
nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nosotros mismos,
Dios nos guarda y nos sostiene.
Efectivamente, hoy el
Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio de tu deseo de alegría,
de paz y de amor.
Jesús Sánchez Adalid
El tiempo de Dios
Quienes claman a Dios
son escuchados.
Quienes día y noche
alzan sus voces a Él no se sientan desamparados.
La respuesta está
escrita en la misma petición. Jesús lo asegura: son escuchados prontamente y
sin tardar.
El profeta Isaías lo
recuerda en el nombre del que todo lo puede: un día es ante Dios como mil años
y mil años son como un día.
¿Por qué entonces nos
parece, a veces, que Dios se queda tan lejos?
Tal vez porque Él
responde en un instante que es equivalente a la eternidad, nosotros clamamos
día y noche en la duración del tiempo.
Él responde en un
instante de Dios.
Aquí vivimos el
tiempo de los hombres, mas todo tiempo es de Dios.
Por eso Dios quiere
que oremos sin desfallecer nunca.
Ahí está la prueba y
el combate de la oración.
Jesús Sánchez Adalid
Fiesta de la luz
Este Jesucristo
nuestro, hecho hombre y nacido de mujer, misterio de misterio, claridad de
claridades, plenitud del amor humano, ahora en este tiempo del Sol recién
nacido, se cruza en nuestras vidas concretas y nos llama para estar con Él.
Esta es la gran
fiesta de la luz. Miramos la inmensidad del mundo y sentimos la plenitud de la
redención de Dios, la culminación de su obra, la recapitulación de todo según
su santa voluntad.
Así los temores se
disipan como las sombras de la noche porque sentimos que el destino está en
manos de Dios, porque sabemos que todo, sea lo que sea, todo acabará bien.
Los males tienen
contado el tiempo. Las penas se escapan ya hacia el despeñadero y caen al vacío
de la nada. Los malos recuerdos se quedan muy atrás. Solo reluce el bien, el
bien supremo que espera la primavera de la divina bondad.
Este es el designio
misericordioso de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
El futuro
¿Qué sucederá en el
futuro? No me refiero a mañana, ni a pasado mañana, ni siquiera me pregunto por
los años venideros. Quiero decir: ¿Qué sucederá al final? En el fin de los
tiempos, ¿qué pasará? ¿A dónde iré? Y aquellos a quienes tanto amo, ¿dónde irán
ellos, vendrán conmigo?
Entonces me brota un
presentimiento muy bello: todo lo recuperaré, más transformado, pleno,
luminoso. Dios lo hará. Sí, Él sabrá hacerlo, porque Él puede hacerlo. Cuando
todo llegue a su final el Dios restaurará todas las cosas en Jesús. Será una
recapitulación. Lo que constituye la fe en que todo, absolutamente todo, será
uno con Dios, y que se denomina apocatástasis o restauración de todas las
cosas, tal como anunció san Pedro poco después de Pentecostés. San Pablo lo
llama recapitulación, “anakefalaiosis”
en griego; expresado por el sabio san Irineo como un momento final y
esplendoroso donde todo cobrará sentido.
El itinerario de cada
persona es el itinerario de todo el cosmos. Regresamos al punto del que habíamos
partido. Al final del recorrido volvemos a encontrarnos en el Dios llenos de
experiencia de amor y de conocimiento. Es como decir con una confianza feliz:
todas las cosas, sean las que sean, acabarán bien.
Jesús Sánchez Adalid
Buscar el silencio
Si me detengo
durante un momento en esta hora del día en que cae la tarde y guardo silencio,
aflorarán dentro de mí muchos sentimientos.
Tal vez haya
decepciones, heridas, pasiones, miedos, tal vez dudas.
Por eso es que
muchos huyen del silencio y buscan el bullicio del mundo o la actividad
desmedida, tal vez huyendo de sí mismo, para no encontrarse consigo.
Pero para saber
quién soy debo buscar el silencio, aunque sea de vez en cuando. Este silencio
producirá en mí varios estados.
Primero, me
ayudará a encontrar la realidad que está oculta entre tantos ruidos, ver qué se
mueve en mi interior, qué me pasa, cómo estoy, ¿tengo problemas de afecto o soy
yo mismo mis problemas?
Mi miedo está
ahí, es verdad, pero yo no soy mi miedo.
Ahora veo que
estoy necesitado, entonces me uno a Dios.
Señor, te
necesito, ven a mí.
Soy un ser
pleno, tengo a Dios. Él ya tiene resuelto mis problemas. Es mi Padre, qué he de
temer. Soy uno conmigo mismo y con los demás y con toda la creación.
Ya no medito
más en Dios porque estoy en Él.
Jesús Sánchez Adalid
El sufrimiento
El sufrimiento es un misterio que se esconde en la propia esencia de la vida, esperando saltar a cada paso del camino.
Ante la prueba, ante el dolor cada uno siente la
tentación de sucumbir como si todo estuviera perdido, se apagan repentina- mente
las luces de la razón y del entendimiento y la vida empieza adquirir un color
oscuro y triste.
Pero la respuesta al sufrimiento es siempre personal e
intransferible, cada uno tiene que encontrarla.
Para el creyente, la oración es un camino que nos
conduce a encontrar la luz.
Él es el motivo de toda confianza, el manantial de
toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba.
Dios no es indiferente ante el bien y el mal. Es un
Dios bueno y no un lado oscuro indescifrable y misterioso.
Por eso, aunque el aparente triunfo de la dificultad
puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente sabe que Dios
le librará de todo mal, pues Dios ama el bien, ama infinitamente el bien.
Porque es Navidad
¡Qué maravilla! A pesar de todo, el
Cielo se sigue derramando en amor durante estos días porque es Navidad. Dios
está aquí. Hay alegría por los caminos. Abre tu alma, amigo, nada te cuesta.
Porque las promesas se cumplirán. Porque es Navidad.
El Dios hizo el firmamento y lo llenó
de estrellas. Hizo la luz y luego el Sol, y encendió una lámpara blanca en la
noche para que se viera más clara la cara de Jesús, no fuesen a equivocarse los
ángeles y los pastores y los magos. Hizo las montañas y las coronó de águilas y
de nieve. Hizo mares, océanos y grandes desiertos de arena dorada para los
caminantes. Después llamó a una pequeña estrella y la llevó hasta la otra punta
del Universo para que miles y miles de siglos más tarde parpadeara para servir
de guía a unos aventureros y valientes magos de Oriente.
Con solo su mirada coloreó todas las
especies de flores que había creado. Hizo crecer a los árboles, que al despertarse
se aguan en el aire que forman la brisa y los vendavales. Del viento nacieron las dunas y la música
primera del campo.
Luego
Dios hizo una pausa y pensó dónde poner su nacimiento y decidió que en Belén
de Judá sería el lugar. Imaginó las figuras: el buey, la mula, los pastores...
y le dio una estirpe a su hijo: padres, abuelos, bisabuelos... Cientos de vida
para crear una vida, centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de
su voz, la mano extendida en la postura exacta para el nacimiento de Dios.
Pensó en su madre. Toda la eternidad
soñó con ella y la colocó en el nacimiento, junto a la cuna, con Jesús, vivo
retrato de Dios y de María.
También te creó a ti ya mí, y nos puso
aquí para descubrir su misterio, su eterno, su infinito misterio de amor.
Jesús Sánchez Adalid Hay un aviso para ti
Puedes preguntarte qué te pasa, porque
es posible que hoy te encuentres abatido, triste, confundido, o envuelto en ese
montón de brumas de los recuerdos.
Tal
vez este día que acaba es para ti un día más en la rutina de... las semanas y
de los meses, que se parecen los unos a los otros y en los que tampoco nada
especial sucede.
Es
posible que no tengas planes precisos, ni aguardes a nadie ni a nada en
especial. Hasta es posible que hayas perdido la esperanza, la fe, el amor. A pesar
de ello, tengo un aviso para ti, mensaje enviado desde los siglos. Es como una
promesa, como aquellas viejas profecías que alentaban las almas. Es un anuncio
que supera todas las expectativas caducas de este mundo, una promesa para los
hombres, pero especialmente para ti y está enviada desde toda la eternidad. Te
ruego que te alegres y lo escuches, aunque no puedas, aunque sientas que no
puedes. Álzate sobre tu triste postración, fíate de Dios, pues hay un aviso
para ti, muchos lo hicieron. Graba este anuncio en lo más hondo de tu corazón y
sal a su encuentro: ¡es Navidad! Viene a ti para siempre.
Es
posible que hoy te encuentres abatido y sin fuerzas pero el aviso sigue ahí,
aunque nada te diga esa palabra. Es Navidad y debes vivir como si fuera Navidad
siempre, pues hay un aviso para ti, un aviso desde toda la eternidad
Jesús Sánchez Adalid
Esperanza
La
Virgen y san José, con su fe, esperanza y su gran amor, salen victoriosos en la
prueba. No hay rechazo, ni frío, ni oscuridad, ni incomodidad que les pueda separar
del amor que Cristo les da y que nace con ellos.
Ellos
son los benditos. de Dios que le reciben. Dios no encuentra lugar mejor que
aquel pesebre porque allí estaba el amor inmaculado que lo recibe. María estaba
allí, escogida para una obra maravillosa, aunque sencilla y natural como el
nacimiento de un niño.
Ella
sabe de esperanza. La invocamos como Virgen de la Esperanza. Puesto que el Hijo
de Dios, nacido de María, está con nosotros y nos acompañado hemos de sentirnos
solos en nuestro caminar terreno. Él nos amplía también el horizonte de
nuestras aspiraciones inmediatas para considerarlas ala luz de la sabiduría
divina.
Es
importante recordar que ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa de
encontrarse con nosotros. Por eso, la esperanza del Adviento consiste
precisamente para prepararnos para ese encuentro gozoso con quien cambia
nuestra vida para salvar a todo el género humano.
Adviento. Adviento es para nosotros
esperanza, acogida y escucha del mensaje del Mesías, que viene a transformar el
mundo por el amor.
Ven, ven Señor, no tardes.
María, ayúdanos a vivir con esperanza.
Jesús
Sánchez Adalid
Tiempo de espera
El Adviento es un tiempo lleno de
significado. Ahora es Adviento y Adviento es como decir tiempo de espera. Este
tiempo de la esperanza, un tiempo rico de invierno en el que la naturaleza toda
aguarda la plena manifestación del Color y de la luz.
Viene el tiempo nuevo. El tiempo del
nacimiento del Dios. El único y verdadero Dios. El Dios con nosotros que
trae la aurora de la paz, el consuelo y la dicha. Viene Él. Ten esperanza. Ya
no temas, pues tu corazón pequeño y frágil, asustado y rebosante de buena
voluntad está hecho todo para Él y su calor te hará vivir y te regenerará.
Viene Él y tú debes tener esperanza. En
su profundo y misterioso designio, Dios ya tiene la solución de nuestros
problemas. Vivimos en el tiempo. Todo es cuestión de tiempo y nuestro Dios es
el rey del tiempo y la eternidad.
Jesús Sánchez Adalid
Adviento es una hermosa palabra.
Es
una palabra antigua y plena de hondo misterio, una palabra que siempre resuena
hermosa en mis oídos y en lo profundo de mi corazón, en mi corazón anhelante que
me habla del tiempo y de actitud de espera, una espera con llegada.
Esa
es la marca de Dios sobre su creación, un sello de gracia, su orden y su
garantía.
De esta forma sé que la naturaleza acudirá
también a completar mi ciclo.
Acabará este cuerpo en su invierno y Él
me llevará a la primavera. .
Así
como me fío de la creación, me fío también del Dios de la salvación.
Esta
es su ley y su voluntad. .
Por
eso, en Adviento vivo lleno de esperanza.
Esta
es la oración que rezo a diario:
“Dame fe.
Dame
confianza en tu santa voluntad que gobierna todo, que todo lo sabe.
Dirígeme Señor y corrígeme suavemente.
Cuídame
a lo largo de mi órbita, como a una estrella en la noche, como a un punto de
luz sereno y visible en la oscuridad y así llévame hasta tu clara presencia”.
Jesús Sánchez Adalid
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