“Hemos visto su estrella
y venimos a adorarle”
Dos epifanías: Dios
se manifiesta a todos los pueblos en la persona de los Magos de Oriente y Dios
proclama a Jesús como su Hijo en el Bautismo.
En
la Epifanía, Jerusalén se convierte en un faro para todos los
pueblos (Isaías 60,1-6), y se postran ante el Señor todos los reyes de la
tierra (Sal 71,2. 7-8. 10-11. 12-13). El que ha nacido en Belén no es sólo el
rey de los judíos sino el salvador del mundo, ante el que se postran los magos
de oriente, representantes de todos los pueblos (Mateo 2,1-12). El
"misterio" de Dios se ha dado a conocer a todos (Efesios 3,2-3a.
5-6).
En
la epifanía del Bautismo,
Jesús es luz para todos los que sufren y a todos, sin distinciones (Hechos
10,34-38), da sentido (Is 52,13-53,12), porque el Señor bendice a su pueblo con
la paz (Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10). Se manifiesta con su Palabra (“Éste
es mi Hijo amado; escuchadle”) y con la fuerza del Espíritu, presentado en
forma de paloma (Marcos 1,6b-11).
“..
se fueron por otro camino”
El monte
Sión, el templo y la ley siempre han sido las enseñas de todo judío. Ahora se
va a convertir en el centro de atención de todos los pueblos: “Levanta la vista
en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti... Te llenarás de
alegría cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar...” (1ª lectura). ¿Jesús
es faro esplendente que ilumina mi vida?
Ante estos signos, como símbolo de la
presencia de Dios, todo judío se debe postrar y adorar. Esta actitud va a ser
no sólo judía, sino de todos las naciones: “Se postrarán ante ti, Señor, todos
los pueblos de la tierra” (Salmo responsorial). ¿Adoras este misterio que celebramos
o son otros tus ídolos?
En la fiesta que hoy celebramos, la
Epifanía, todo sabe a universalidad. Los “tesoros” aludidos, hasta ahora
propiedad exclusiva de Israel, empiezan, desde hoy, a ser propiedad compartida
de todo ser humano: “también los gentiles son coherederos... y partícipes de la
promesa en Jesucristo” (2ª lectura). ¿Te
alegra compartir esta herencia?
Los Magos de Oriente son hoy el símbolo
de la universalidad de la salvación. Son buscadores de la verdad, dispuestos a
dejar su comodidad para hacer un largo camino, guiados por la estrella de
Jesús, para llegar a adorarlo. ¿Eres capaz de salir de tu comodidad para buscar
la verdad? Ellos viven la oscuridad, curiosamente en la ciudad santa,
Jerusalén, y se vuelven a alegrar al salir de la ciudad y contemplar la
estrella. ¿Tras las “sombras”, a veces en los lugares aparentemente más
“nobles”, te alegras tanto de ver la luz?Ellos reconocen, se postran y adoran a
Jesús como Rey, como Dios y como Hombre. ¿Es ése tu reconocimiento y adoración?
Eso cambia su vida: “volvieron a su tierra por otro camino”.
“El
regalo de los Reyes Magos”
Delia tenía un dólar y ochenta
centavos para el regalo de Reyes de Jim, su marido. Los Dillingham se
enorgullecían de dos cosas: el reloj de oro de Jim y la cabellera de Delia.
Se echó su oscura y anticuada chaqueta, y se puso su viejo
sombrero. Con brillo en sus ojos, abrió la puerta y salió.
Se paró ante un cartel que decía: "Mme. Sofronie.
Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente.
-¿Quiere comprar mi pelo?
-preguntó Delia.
- Quítese el sombrero,
dijo Madame. Veinte dólares, concluyó.
Delia salió, buscó y, por fin, encontró el regalo de Jim:
era una cadena, digna de su reloj. Porque, aunque el reloj era estupendo, la
correa dejaba mucho que desear. Ya en casa, Delia se decía: "Espero que
Jim piense que sigo siendo bonita".
A las siete de la tarde, Jim entró. Sus ojos miraron
fijamente a Delia, con una expresión extraña. Delia se acercó:
- Jim, vendí mi pelo
porque tenía que comprarte un regalo.
Jim pareció despertar y abrazó a Delia. Sacó un paquete
del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa:
- Ningún corte de pelo
disminuirían mi amor por ti; pero si abres mi regalo verás por qué he quedado
desconcertado.
Delia lo abrió: era el caro y deseado juego de peinetas; pero las trenzas
para adornarlas habían desaparecido.
Delia mostró ahora su regalo: la cadena para el reloj:
-¿Verdad que es
maravillosa, Jim? Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
Jim cruzó sus manos y sonrió:
-Delia, vendí mi reloj
para comprarte las peinetas.
Ésta es la
sencilla historia de dos jóvenes que sacrificaron el uno por el otro los más
ricos tesoros que poseían. Ellos son verdaderos y auténticos Reyes Magos.
“Hemos visto salir su estrella”
Cuando niño, bautizado,
en el seno de mi madre,
vi brillar tu clara estrella.
Cuando, ungido en mi frente,
y sellado con tu palma,
fui armado caballero,
vi brillar tu clara estrella.
Cuando llamaste a tu siervo,
a la vera de la Iglesia,
lo guiaste por el valle,
entre la bruma y la niebla,
vi brillar tu clara estrella.
Siempre brilla, clara estrella,
al horizonte naciente,
o al durmiente en el ocaso:
mis ojos se abren o cierran.
Dame LUZ, dame tu ESTRELLA,
que ilumine mi camino,
que alumbre toda mi senda.
“Por medio
del bautismo renacemos”
En las aguas del Jordán,
como Jesús fui lavado:
voz de Dios, blanca Paloma,
proclaman mi filiación.
Familia gusté en la Iglesia,
que ella siempre quiere ser
copia de la Trinidad.
Hazme vivir como HIJO
y en tu regazo me duerma. Amén.
“¡Nos ha nacido un Niño!”
Sagrada
Familia
La
sabiduría habla del amor a los padres, equiparándolos al anciano, sabio. Es una
actitud que engrandece al que la vive (Eclesiástico 3,3-7. 14-17a).
La
providencia no garantiza una protección milagrosa. Hay que aceptar la
persecución y la incomprensión y vivirla en el seno de la familia (Mateo
2,13-15. 19-23).
El
cristiano debe crear una sociedad fraterna donde el auténtico amor allane los
obstáculos (Colosenses 3,12-21).
Santa María, Madre de Dios: “Feliz Año Nuevo 2018”
Comenzamos
el año con la bendición aronítica, que san Francisco hizo suya: “El Señor te
bendiga y te guarde....” (Números 6,22-27). Eso es lo que pedimos en el salmo
responsorial: “El Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8).
Además, bajo la protección de María, la Madre de Dios y Madre de todos (Gálatas
4,4-7). Su actitud ante lo que dicen los pastores (“María conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón”) es la mejor actitud en la Navidad (Lucas
2,16-21). Y una tarea: hoy, Jornada Mundial de la Paz.
“¡Dios
es Familia!”
El
acontecimiento trascendental de la historia tiene lugar en un ambiente casi
exclusivamente íntimo y familiar. Sólo unos pastores serán testigos de
excepción. No estaban los poderosos, ni los ricos ni los “biempensantes” ni los
prepotentes. La señal, para quienes quieren ver, es la sencillez, la pobreza,
la debilidad de un niño pobre. El nacimiento de Jesús tiene plena actualidad.
¡HOY Dios se nos ofrece como Buena
Noticia, como alegría, salvación. HOY nos confía la misión de repartir
bondad, ilusión, esperanza,
solidaridad... Navidad nos invita a tener el valor de ser pequeños.
Paz en la tierra... ¿De qué paz se
trata? Gloria a Dios... ¿Cómo doy gloria a Dios, teniendo en cuenta que la
gloria de Dios son los seres humanos, sus hijos e hijas, tú y yo, todos?
“María meditaba estas cosas”
La vida auténtica de María nos obliga a
abandonar las sedas y coronas para seguirla por los caminos polvorientos. Nos
obliga a cubrir su túnica con un delantal, a imaginarla amasando pan, cargando
agua desde el pozo, fregando el suelo... Todo lo que han hecho las mujeres
durante siglos.
María tiene que hacer su propio
itinerario para creer en Jesús: creer en quien ha dado a luz, limpiado,
amamantado, protegido, enseñado..., interiorizar todo lo que está viendo y
oyendo, contemplando y descubriendo la presencia de Dios en todos los
acontecimientos de la vida. Con ella y como ella hemos de recorrer nuestro
propio camino de fe, con sus luces y sus sombras, buscar momentos de silencio y
reflexión para meditar y aceptar lo que nos vaya sucediendo.
“Osadía
maternal”
Desde que
la guerra la dejó viuda, Alicia volcó su amor en su único hijo. Suplicaba a
María: “¡Oh Madre Santísima, aparta de nosotros la guerra! ¡Ya perdí a uno, que
no pierda al otro!”
Los ruegos de la madre no parecieron
obtener resultado. Cuando menos lo esperaban, hubieron de empuñar las armas.
Se libraron sangrientas batallas.
Cuando llegó la paz, muy pocas eran las familias sin muertos que llorar. El
hijo de Alicia fue capturado y preso en una inexpugnable fortaleza.
Todos los días la condesa oía misa y
se quedaba rezando a la Virgen María. ¡Pero....., nada! Entonces, la angustiada
madre tomó una resolución: de noche, se dirigió a la catedral, se arrodilló
frente a la imagen de la Virgen y oró así:
– Virgen Santa, te he pedido la liberación de mi
hijo y sigue preso. Pues bien, así como me quitaron a mi hijo, permitirás que
yo tome al tuyo como rehén. Prometo devolvértelo cuando tenga al mío de nuevo
en mis brazos, sano y salvo.
Días después, tras el almuerzo,
Alicia escuchó un vocerío. Sobresaltada, bajó deprisa y encontró una multitud
en torno a un personaje flaco, barbudo y andrajoso.
– ¡Hijo, hijo mío querido!
Madre e hijo se estrecharon en un
largo y tierno abrazo. Recompuesto de la primera emoción, su hijo le dijo:
– Madre, es preciso que cumplas con tu parte del
trato.
Alicia comprendió el mensaje, cogió
al divino cautivo y fue a la catedral, y a los pies de la Virgen Madre, le
dijo:
– ¡Señora, te agradezco que me hayas devuelto a
mi hijo! Fiel a mi promesa, aquí traigo al tuyo.
Esto muestra lo que pueden, ante el trono de Dios,
el
amor y la osadía de una madre.
“Como la Sagrada Familia”
Como JESÚS:
Dispuesto a darlo todo,
aun a riesgo, de no recibir nada.
Silencioso, cuando todos hablan,
y amando cuando todos callan, niegan o
traicionan.
Como MARÍA:
Mirando hacia el cielo, sin olvidar la
necesidad de la tierra.
Cultivando la sencillez y huyendo de
grandezas ficticias.
Amando a Jesús y mirando con amor al
que se acerca.
Como SAN JOSÉ:
Con mis dudas, pero buscando
respuestas;
con mis silencios, pero optando por
Ti, Dios mio;
Con mi pobre cayado, pero apoyado en
Ti.
Dame el amor de Jesús, la confianza de
María y la fe de José
“¡Qué
gran bendición, María!”
Sentir tu mirada en este nuevo año;
notar tus pasos en los nuestros,
vacilantes.
¡Qué gran bendición, María!
Sentirnos tus hijos, abandonados en
tus brazos de Madre.
Hoy, como al Niño Dios, abrázanos en
tu pecho.
¡Qué gran bendición, María!
En Ti, Dios se fundió con nuestra
humanidad, se hizo humano;
en Ti, salió a nuestro encuentro,
tocamos el mismo cielo.
¡Qué gran bendición, María!
Acercarnos a ti es adentrarnos en la
casa donde Dios habita;
iniciar contigo este Nuevo Año, es
aspirar a un mundo de paz;
santo y noble, justo, sin egoísmos y
verdadero.
Javier Leoz
“El ángel Gabriel fue enviado..”
No es el rey David el llamado a hacer una casa
para Dios, que está con su pueblo en todo lugar. Es Dios quien hace una casa
para el rey y para su pueblo (Samuel 7-1-5. 8b-11. 16).
No podemos por menos que reconocer,
agradecer y entonar las maravillas de Dios: “Cantaré eternamente las
misericordias del Señor” (Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29).
El Evangelio es una Buena Noticia para la
humanidad; pero los hombres no habrían podido jamás imaginar su contenido si no
hubiera habido una expresa revelación de Dios (Romanos 16,25-27).
La anunciación a María y, tras la
aceptación de la esclava, la encarnación de Dios, nos induce a pensar que, como
el seno de la Virgen, el seno de la comunidad reunida lo escucha, se muestra
disponible, lo recibe, lo guarda y lo hace presente en medio de nuestra
historia. Jesús, Mesías y Salvador, nos muestra cada día que para Dios no hay
nada imposible. Aun de la vida más estéril puede sacar frutos maravillosos de
conversión, de renovación y de esperanza. (Lucas
1,26-38).
“El
Señor está contigo”
Los
personajes de nuestro mundo preparan sus apariciones con anuncios y campañas
publicitarias. María está en una aldea alejada, en la normalidad más absoluta,
en el silencio, en la intimidad. ¿Me confunde la normalidad de Jesús?
El Mensaje llega en medio de las ocupaciones
diarias. La invitación a la alegría también es para nosotros. ¿De qué alegría
se trata? ¿Soy portador de buenas noticias? ¿Alegro a las personas que saludo?
¿Realmente nos distinguimos los cristianos por ser personas alegres y por
contagiar Alegría?
El Señor está con nosotros. La presencia y
cercanía de Dios siempre es motivo de sosiego y de paz. Dios asume la realidad
humana y se compromete con ella. Hace suyos y da sentido al sufrimiento,
alegrías, salud, enfermedad, luchas, anhelos, muerte y vida. Es el sentido de
la Navidad: Jesús siempre está con nosotros, nunca nos deja solos.
La fe es diálogo. La confianza puesta en María
hace que ella confíe plenamente. El Espíritu se encarnó en María y movió toda
su vida y la de quien quiera continuar su proyecto.
Isabel (“Dios es plenitud”) era mayor, pero se
sintió joven. Era estéril y dio vida. Inútil y avergonzada fue fecunda y
alegre. Dios lo cambia todo, todo lo hace posible. Para realizar su proyecto,
Dios necesita la aceptación, la libertad, el modo de actuar, la disponibilidad,
los silencios, la fortaleza, el saber esperar... de María, de Isabel y de cada
uno de nosotros.
El Evangelio señala el proceso de María: la
turbación, la extrañeza, los interrogantes y, finalmente, la absoluta
disponibilidad. Es el proceso que recorre toda persona creyente al ir
descubriendo el plan de Dios en su vida. En el caso de María y en el nuestro,
la confianza y la disponibilidad son actitudes que permiten que la esperanza se
haga realidad.
“El
sueño de María”
Tuve un sueño, José. No lo puedo comprender, pero creo que se
trataba del cumpleaños de nuestro Hijo. Creo que sí, era acerca de eso.
La gente estaba haciendo los preparativos con seis semanas de
anticipación. Decoraban las casas y compraban ropa nueva. Salían de compras
muchas veces y adquirían muchos regalos. Era muy peculiar, ya que los regalos
no eran para nuestro Hijo. Los envolvían con hermosos papeles, los ataban con
preciosos moños, y los colocaban debajo de un árbol. Sí, un árbol, José, dentro
de sus casas. Esta gente estaba decorando el árbol también. Las ramas llenas de
esferas y adornos que brillaban. Había una figura en lo alto del árbol. Me
parecía ver un ángel. ¡Oh! era verdaderamente hermoso.
Toda la gente estaba feliz y sonriente. Todos estaban emocionados
por los regalos, se los intercambiaban unos y otros. Y ¿sabes, José? No quedaba
ninguno para nuestro Hijo. Creo que ni siquiera lo conocían, pues nunca
mencionaron su nombre. ¿No te parece extraño que la gente se meta en tantos
problemas para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen?
Tuve la extraña sensación de que si nuestro Hijo hubiera estado en
la celebración se hubiese sentido un intruso. Todo estaba tan hermoso, José, y
todo el mundo tan feliz..; pero yo sentí enormes ganas de llorar. ¡Qué tristeza
para Jesús no querer ser deseado en su propia fiesta de cumpleaños!
“Entra por mi ventana,
que te espero”
Envía, oh
Señor, tu Ángel
con
palabras de amor,
que, no
siempre, mi vida
está
colmada de paz.
Cuando
siento tus pisadas en el horizonte,
siento
que te necesito, que te espero,
que no
puedo vivir sin un mensaje del cielo.
Vienes
por nosotros, Señor, y te damos las gracias.
Siendo
Dios, te harás hombre,
para que
entendamos que, en la humanidad,
está el
camino para llegarnos hasta Ti.
¡Dinos,
María, qué responderle a Dios!
¿Qué
tenemos que hacer para no perderle?
¿A dónde
acudir para sentir su presencia?
¿Cuándo
asomarnos a la ventana de nuestro hogar
y
decirle: ¡No pases de largo, Jesús!
Manda,
Señor, tu Ángel con recados de fe,
que no
siempre nuestra vida es campo abierto a tu gracia;
que no
siempre nuestros labios proclaman tu Nombre;
que no
siempre nuestro corazón está apoyado en Ti.
Entra, oh
Señor, por la ventana de nuestros días,
derrama
tu poder y tus dones
sobre la
debilidad y la frialdad de nuestras respuestas.
Entra, oh
Señor, por la ventana de nuestras inquietudes,
y
transfórmalas en deseo de servirte a Ti,
de amarte
y esperarte a Ti,
como lo
hizo María, como lo sintió María,
como lo
recibió María, como te respondió María:
¡Aquí
estamos, Señor¡ ¡Te esperamos con las ventanas abiertas!
Javier Leoz
“Desbordo de gozo”
Hoy es el domingo
“gaudete”, toda la liturgia nos invita al gozo.
Los que sufren -pobres, afligidos,
cautivos- reciben una noticia, un evangelio: redención y liberación. Dios crea
el gozo expansivo que debe transfigurar el mundo (Isaías 61,1-2a. 10-11).
Podemos proclamar con María: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc
1,46-48. 49-50. 53-54).
Juan es testigo de esa “luz”. No era la
luz sino su testigo enamorado. ¿Puede haber vocación más hermosa? Decir a las
gentes que no siempre es de noche ni todo es tinieblas; llevar un rayo de
esperanza a los corazones entristecidos, una sonrisa para una sociedad
violenta; descubrir valores ocultos y carismas no apreciados; apreciar el lado
bueno de las cosas y personas. Testigo del que es todo Luz, sin oscuridad
alguna (Juan 1,6-8. 19-28).
En tres palabras sintetiza Pablo la
actitud del espíritu cristiano tal como corresponde a la voluntad de Dios:
alegría, oración y agradecimiento (1ª Tesalonicenses 5,16-24).
“Yo
no soy...”
Juan no es
la Luz, pero está iluminado por ella, e invita a anunciarla con las palabras y
con la vida. Que se vea en nosotros la luz de Jesús. ¿Qué situaciones
personales, sociales, religiosas, me gustaría iluminar?
En el examen al que lo someten las
autoridades religiosas, Juan responde con sencillez y sobriedad. Él no es la
luz, no es el Mesías, ni Elías. No es la Palabra. Conoce sus carencias y sabe
que sólo Jesús puede llenarlas.
No se define por lo que es ni por lo
que hace, sino por su relación con Jesús. Su identidad es señalar a Jesús,
preparar el camino y desaparecer.
Es fundamental hacernos una pregunta y
respondernos con sinceridad, para descubrir nuestra identidad y nuestra misión
en el mundo: ¿Quién soy? ¿Soy lo que tengo, mi nombre, mi profesión? ¿Soy quien
sirve, consuela, comparte, perdona, acoge..., como Jesús? ¿Qué pienso y digo de
mí mismo?
Juan es la voz del que clama en el
desierto: allanad el camino del Señor. ¿Cómo allano el camino para que llegue
Jesús? ¿Elimino obstáculos con palabras, manos, corazón, como Jesús? ¿Intento
que en mi entorno haya más paz, más alegría? ¿Hago algo para que las personas
sean más felices? ¿Contribuyo a que la sociedad sea más solidaria y más justa?
¿Se nos podría decir “En medio de vosotros hay
uno a quien no conocéis”? Conocemos y seguimos a Jesús si somos Buena Nueva
Liberadora, Alegre Noticia para el mundo.
Todo sucede “al otro lado del Jordán”, “en la otra orilla”.
Tal vez, tengamos que cambiar de orilla, de lugar, de dirección. Dejar los
caminos conocidos, trillados y rutinarios y adentrarnos por los caminos
olvidados, marginales, donde se encuentran las personas necesitadas. Como hacía
Jesús.
“Pajas
para la cuna”
Hace
mucho, un viajero llegó a un pueblo. Su sorpresa fue grande cuando tres niños,
hermanitos, salieron a recibirlo y lo llevaron de la mano hasta el interior de
la casa en que vivían. Sus padres invitaron al viajero a quedarse con ellos y
él aceptó porque era agradable estar ahí. El viajero aprendió muchas cosas:
hornear el pan, trabajar la tierra, ordeñar las vacas...
Pero había una costumbre que no comprendía: cada día, y
algunos días en varias ocasiones, el papá, la mamá y cada hijo se acercaban a
una mesita en un rincón del comedor donde habían colocado las figuras de madera
de José y María, un burrito y una vaca y dejaban una pajita justo entre José y
María.
Con el correr de los días, el montoncito
de pajitas iba aumentando. El viajero miraba con atención y asombro ese gesto
cotidiano que escondía para él un misterio especial. No se atrevía a preguntar,
por temor a romper el encanto que lo envolvía.
Cuando el viajero hubo de partir, la familia le entregó
pan calentito y frutas, lo abrazaron y se despidieron. Ya había dado unos pasos
cuando se animó y dándose la vuelta les dijo:
- Una cosa más quisiera
llevarme de este hermoso lugar.
- Por supuesto -le
contestaron- ¿Qué más podemos darte?
Y el viajero entonces les preguntó por qué iban dejando
esas pajitas a los pies de María y de José. Ellos sonrieron. Y el nene más
chiquito contestó:
- Cada vez que hacemos
algo con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre. Así nos vamos
preparando para que cuando llegue el niño Jesús, María tenga un lugar para
recostarlo. Si amamos poco, va a ser un colchón finito. Pero si amamos mucho,
Jesús va a estar más cómodo y calentito.
“A Ti, Señor, quiero esperar”
Porque
eres causa de mi alegría y júbilo,
cuando te
tengo entre mis manos,
o al
sentirte, al buscarte en mi soledad.
Razón de
mi esperanza,
estando
cerca de Ti,
y,
desconcierto o abandono,
cuando me
empeño en vivir solo para mí.
A TI,
Señor, yo quiero tener y esperar
Frente a
la tristeza, eres siempre aurora de buenas noticias.
Frente a
la desesperanza, ofreces palabras de aliento y ánimo.
Frente a
la desilusión, me invitas a dirigir mis ojos al cielo.
A TI,
Señor, yo quiero tener y esperar
El mundo
necesita una melodía de paz,
música de
alegría eterna, acordes de concordia y perdón,
sonidos
de hermandad y de alegrías verdaderas.
Por eso
mismo, Señor, te quiero:
Eres el
único capaz de impregnar al mundo
con un
poco de tu gracia eterna y divina.
Eres el
secreto que, al desvelarse en Navidad,
viene a
hacerse hombre para podernos salvar.
Eres
antorcha de nuevo día, Luz que ilumina el mañana.
Promesas
que, por fin,
veremos
fielmente cumplidas y humildes en un pesebre.
Carne,
como nuestra carne, pero sin pecado,
que
devolverá la sonrisa y el gozo
a un
mundo que, por tener tanto,
ha dejado
lo esencial por el camino.
¡A TI,
Señor, yo quiero tener y esperar!
Sabemos,
oh Señor, que la tristeza, el llanto, la amargura
sólo los podremos curar viviendo en Ti y para Ti.
Javier
Leoz
“Preparemos los caminos”
Entre los
desterrados, mordidos por la desesperanza, irrumpe una buena noticia. El
pregonero grita desde la altura, para que todos oigan que la culpa tiene
perdón, que Dios está ya en camino con su pueblo, que está mostrando su fuerza
salvadora (Isaías 40, 1-5. 9-11).
A ello respondemos: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación” (Sal 84, 9ab-10. 11-21. 13-14).
“Preparadle el camino al Señor” es el mejor
resumen del espíritu de Adviento. si Dios no llega a nosotros es porque se lo
impedimos, porque orientamos nuestra preocupación en otras direcciones. Él
viene, pero nosotros nos vamos a su encuentro. Pongámonos a la cola para
empezar el bautismo de conversión. Necesitamos más que nunca de la figura del
profeta. Sólo él puede arrojar luz en esa maraña de senderos que se entrecruzan
y que no llevan a ninguna parte. (Marcos 1,1-8).
Sólo Dios sabe cuándo y cómo va a acabar
la historia humana. Sin embargo, los cristianos somos responsables de esta
historia y podemos apresurar la venida del Señor (1ª Pedro 3,8-14).
“Preparad el camino al Señor”
El Evangelio comienza anunciando que la Buena
Noticia, la mejor noticia, la mayor alegría para el mundo, es Jesús: es noticia
salvadora, es la garantía de que Dios nos ama en Jesús y de que, con Él,
estamos todos salvados.
El Mensaje necesita mensajeros. Todos somos
precursores de Jesús, para abrir caminos nuevos: Donde hay montes de soberbia,
egoísmo e injusticia, poned humildad, solidaridad y justicia. Donde hay colinas
de vanidad, ambición y envidia, poned bondad, austeridad y compasión. Quitad
los obstáculos que impiden la llegada de Dios a vuestra vida y a la vida de los
demás. ¿Qué queda por “allanar”, “rellenar”, “rebajar”, “enderezar”,
“nivelar”... a nivel personal y para que desaparezcan las escandalosas
desigualdades que existen en el mundo? ¿Soy voz que anuncia la Buena Noticia en
mi ambiente?
Juan prepara el camino de Jesús, pero no lo
hace en la sinagoga ni en el Templo. Como Juan pedía una conversión radical,
para eso el desierto y el río son lugares más apropiados. Conversión es cambio
de rumbo, desandar los caminos equivocados, renovar la fe, ensanchar el
corazón, comunicar y compartir nuestra esperanza y compromiso de construir un
mundo mejor para todos. Su bautismo no es simple rito sino en un cambio real de
vida.
Su forma de vida -vestido y vida hablan de
sencillez y de austeridad- es coherente con el mensaje que se anuncia. Por eso,
atrae y convence.
Juan, además, es un testimonio de humildad:
indica el camino, su mensaje está en función de otra Persona, a la que señala y
hacia quien conduce. Su anuncio y testimonio despiertan el deseo de acoger al
Señor que viene. ¿Participio de la misión de Juan como precursora/precursor?
¿Cómo?
“Jesús vendrá a visitar tu
casa”!
Un ángel dijo a una madre de familia:
- Esta noche Jesús vendrá
a visitar tu casa.
La
señora, entusiasmada, preparó una cena excelente para recibir a Jesús.
Sonó
el timbre: era una mujer.
- Señora, ¿tiene trabajo?
Estoy embarazada y necesito....
- ¿Pero ésta es hora de
molestar? Vuelva otro día, ahora estoy ocupada con la cena para una importante
visita.
Poco
después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta.
- Señora, mi camión se ha
averiado. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me
pueda prestar?
La
señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de
porcelana, se irritó mucho:
- ¿Usted piensa que mi
casa es un taller mecánico? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies
inmundos.
La
anfitriona siguió poniendo la mesa. Alguien afuera batió las palmas. Será que
ahora llega Jesús, pensó ella emocionada, y con el corazón acelerado fue a
abrir la puerta.
- Señora, deme un plato de comida, le
dijo un niño harapiento.
- ¿Cómo te voy a dar
comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy
atareada.
La
cena estaba lista. La familia, emocionada, esperaba la ilustre visita. Sin
embargo, pasaban las horas y nadie aparecía. Cansados de esperar, comieron. A
la mañana siguiente, la señora se encontró , con gran espanto, frente al ángel.
- ¿Un ángel puede mentir?
Preparé todo con esmero, aguardé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué
esta broma?
- Yo no mentí, fue usted
la que no tuvo ojos para ver. Jesús estuvo aquí tres veces, pero usted no fue
capaz de reconocerlo.
“En el desierto del mundo”
Donde la
locura prima sobre la sensatez,
donde la
pobreza no llama la atención
y es
estandarte de un mundo infeliz,
quiero,
Señor, preparar tu camino.
En la
soledad del que busca
y no
encuentra compañía en la desesperanza
de
familias que han perdido el horizonte de la alegría;
en los
egoísmos y soberbias que me impiden verte cara a cara….
Quiero,
Señor, preparar tu camino,
luchando
por rebajar todas esas colinas de autosuficiencia,
para
llenar lo que la sociedad pretende dejar
vacío y
sin contenido.
Quiero,
de verdad, Señor, preparar tu camino;
despejar
nuestras mentes embarulladas por lo efímero
y
colmarlas con tu presencia, con tu Nacimiento;
denunciar
falsedades o verdades a medias
y, con la
trompeta de tu nuevo día,
pregonar
a este mundo que todavía es posible la esperanza;
que Tú,
Señor, estás por llegar,
pero que
los caminos por donde avanzamos
no son
los auténticos para poderte alcanzar.
Tú,
Señor, puedes cambiar el ritmo de la historia,
si somos
capaces de dejar aquello que nos atenaza,
duerme,
amordaza, esclaviza y nos impide caminar.
Contigo,
Señor. Para Ti, Señor. Por Ti, Señor.
Quiero
preparar mis caminos: que sean los tuyos.
Quiero
andar por tus caminos: sal a mi encuentro.
Quiero
dejar los viejos: renuévame con tu gracia.
¡Ven,
Señor! ¡Apresura tu llegada!
¡¡¡Contigo, para siempre, por tus caminos¡¡¡
Javier
Leoz
“Velad”
En la comunidad
posexílica anida el desaliento. Sin Dios, se agranda la figura de la culpa, se
hace incómoda la existencia, se palpa la creaturidad. Pero Dios no está ausente:
los que están dialogando con Dios se encuentran con Él como padre y redentor
(Isaías 63,16b-17; 64,1. 3b-8).
“Señor,
Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal 79,2ac y 3b.
15-16. 18-19).
La esperanza cristiana está reñida con
los cálculos. Los cálculos hay que hacerlos fatigosamente con todos los demás
hombres. El Espíritu Santo no ha garantizado a la Iglesia ninguna ciencia
infusa. Sólo le ha garantizado la fe y la esperanza, por la promesa de Dios
(Marcos 13,33-37).
Ser cristiano es estar en situación de
espera, aguardando la venida de Cristo al final de la historia de cada uno y de
toda la humanidad. Pero no es una espera pasiva, sino llena de vitalidad y de
continuo enriquecimiento en función del individuo y de toda la sociedad (1ª
Corintios 1,3 9).
“No
sea que os encuentre dormidos”
Cuando se
espera a alguien querido con ilusión, es difícil dormir. El corazón está
inquieto, en vela. Dios viene cuando menos lo espero y como menos lo imagino:
como gozo o dolor, como luz o inquietud, cuando trabajo o descanso... Viene
quien anhelamos, en quien confiamos, que nos comprende, nos libera, nos acoge,
nos cura, nos quiere, nos llena de vida, alegría y paz. ¿Espero a Jesús cada
día? Jesús nos invita a esperar con las puertas abiertas, con manos
trabajadoras, ojos limpios y abiertos, oídos atentos y corazón expectante. El
miedo, la angustia, el agobio y la desconfianza no son actitudes evangélicas ni
adecuadas para la espera. Todos somos porteros con el encargo de esperar,
acoger, cuidar, velar. ¿Cómo espero?
Velar es escuchar el latido de la
vida, de las personas que están a nuestro lado, de los acontecimientos de cada
día. Para recibir a Jesús, hay que vivir
cada día, cada momento, en plenitud. Lo nuestro es vivir con esperanza y
despertando esperanza. Ello nos compromete a vivir el presente liberándonos y
liberando. ¿Mi velar es así?
El mensaje es una clara invitación a
despertar. La tentación es estar adormilados. Es necesario estar despiertos.
Hay que rechazar el conformismo, la costumbre y la rutina. ¿Qué es lo que me
adormece? ¿De qué me tengo que despertar? Quien escucha a Jesús es fácil que
sienta una llamada a despertar, una fuerza capaz de humanizar, liberar, dar
sentido y alegría a su vida y a la de los demás. Es una llamada a despertar
nuestro espíritu, nuestro sentido de justicia y de solidaridad. Es una llamada
a despertar el entusiasmo de la esperanza, la sencillez de quien confía, la
profunda serenidad de quien cree. ¿Espero con esperanza o he perdido la
ilusión?
“¡Viene `Tata´”!
La
mamá anunció a sus hijos, Marco y Lidia, que iba a venir la abuela.
Los
niños gritaron de alegría y asaetearon a su madre con preguntas: ¿cómo está?
¿cómo viene? ¿cuándo llegará?
La
“Tata” era una persona muy querida para los niños. De pequeños, dado que los
padres trabajaban, se había quedado muchas veces con ellos: les daba de comer,
los vestía, los dormía con unos cuentos que sólo ella sabía contar. Marco aún
recordaba su perfume natural: olía a azúcar caramelizada.
La
madre les dijo que llegaría por la noche, pero que no sabía la hora.
Después
de la cena, los niños remolonearon para no irse a la cama, en espera de la
ansiada llegada. La madre, viendo que ya era tarde, les dijo que se fuesen a
acostar, que ya verían a la abuela a la mañana siguiente. Los niños, aun
manifestando su desagrado, se fueron a su cuarto.
Lidia
se puso el pijama, jugó con sus muñecas pero terminó cayendo rendida, envuelta
en los más dulces sueños. Marco, por la emoción, no podía dormir: empezó a leer
un cuento tras otro. Los cuentos le recordaban a la abuela. Terminó el libro de
cuentos, apagó la luz y se quedó imaginando aquellos días de niño, rodeado de
los brazos de su abuela.
En
estos pensamientos estaba, cuando oyó el ruido de la puerta y se levantó
corriendo. Allí estaba su “Tata”, tan guapa como siempre. Se echó en sus
brazos, le dio muchos besos y se dejó acariciar una y otra vez por la dulce
anciana. Ésta, como siempre, le empezó a contar uno de sus cuentos, como sólo
ella los sabía contar. Oyendo su voz, oliendo su perfume, sintiendo acariciado
su cabello y sus mejillas, le parecía estar en el más tierno y dulce paraíso.
“¿Vigilar yo? ¿Para qué, Señor?”
¿Y aún me
resisto a vigilar mi vida?
¡Ayúdame
a subir las escaleras que separan la tierra del torreón más alto
Para que,
cuando Tú llegues,
me
encuentres firme:
con los
ojos clavados en el cielo,
con mi
corazón encendido por la fe,
con mis
pies pisando en la dirección adecuada,
con mis
manos ayudando a sembrar esperanzas,
con mi
rostro iluminado por tu divina gracia.
¿Vigilar
yo? ¿Para qué, Señor?
Te
confieso que, frecuentemente,
caigo en
la somnolencia espiritual;
que
dioses de cartón o de dulces deseos
me
atrapan y me invitan a desertar de mi vigilancia.
Me
insisten que ya no eres necesario,
que, sin
Ti, puedo llevar una vida feliz y cómoda.
Por ello
mismo, Señor,
porque ni
soy feliz ni estoy cómodamente situado,
ayúdame a
ser y estar vigilante…esperando;
a
permanecer erguido, inquieto y en vela,
aguardando
ese fantástico día
en el que
la paz ya no será un imposible;
en el que
el amor ya no será sólo poesía escrita;
en el que
el hombre ya no será un adversario.
Quiero
estar, hoy más que nunca,
vigilante
de tus promesas y de tu venida,
que me
mantengan despierto y contento
el resto
de mis días…., hasta el momento de tu llegada.
¡VEN,
SEÑOR, JESÚS! ¡TE ESTOY ESPERANDO!
Javier Leoz
“Venid, benditos de mi Padre”
Terminamos el año litúrgico con la
Solemnidad de Cristo Rey.
El profeta ofrece la imagen del pastor
para referirse a Dios. Él reúne a los dispersos y los conduce hacia las fuentes
de la vida (Ezequiel 34,11-12. 15-17).
Por eso, el salmista reconoce: “El Señor
es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1-2a. 2b-3. 5-6).
En la parábola del juicio final, los
«ateos creyentes» no eran conscientes del bien que hacían al pobre, al
oprimido, al preso. Los otros, que no disciernen explícitamente a Dios en el
que sufre, son creyentes... «ateos». El juicio de Dios está presidido por la
entrega a los hermanos (Mateo 25,31-46).
Mientras tanto, nunca se debe cantar
victoria, sino seguir siempre animosamente en la lucha, con la esperanza de la
resurrección como remate de todo el proceso de liberación (1ª Corintios
15,20-26a. 28).
Vivamos como nos pide Jesús y recibiremos
gozosos su invitación: “Venid, benditos de mi Padre.
“Porque
tuve hambre y …”
La parábola dice qué es lo importante
para Dios: vivir como propias las necesidades de los demás, identificar su
felicidad con la nuestra, sus problemas con nuestras lágrimas. Siempre acierta
quien atiende y ayuda a quien lo necesite.
Todo lo que se hace a los hijos se hace a los padres. Dios
es Padre/Madre. A MÍ ME LO HICISTEIS es respuesta a nuestras preguntas y pauta
de actuación de nuestra vida. Dios se identifica con quienes tienen necesidad
de cualquier tipo. El amor al prójimo es la prueba más segura del amor a Dios.
No se nos piden cosas difíciles, sino lo elemental: el
agua, el pan, la solidaridad... hacia nuestros hermanos.
El examen no es sobre si hemos rezado, si hemos “oído”
muchas misas, si hemos pertenecido a alguna religión.... Lo único que cuenta es
si hemos sabido imitar la actitud de Jesús de entrega, ayuda, liberación y
servicio. No es necesario ser conscientes de que Jesús está detrás de ello.
¿Nos sentimos tentados y atraídos a reducir a Dios al
terreno de nuestra justicia? Lo que nunca haría un padre y una madre con sus
hijas e hijos, lo que nunca haríamos con nuestros hermanos, amigos, ni con
ningún ser humano, ¿pensamos que lo
puede hacer el Padre/Madre? ¿Esa actitud sería compatible con el corazón del
Padre, la compasión de Jesús, la omnipotencia de Dios/Amor, su incondicional
e infinita misericordia? ¿Es ése el Dios
de Jesús?
La gloria de Jesús, Cristo-Rey, es ejercer su poder
lavando los pies a todos, devolver bien por mal, practicar la compasión y la
misericordia, ofrecer alegría, esperanza y paz, consolar, escuchar, perdonar,
liberar, acoger, dar de comer.....
“Tuve
sed y me disteis de beber”
Ryan
Hreljac tenía 6 años cuando la profesora de primero, la Sra. Prest, cambió su
vida. Les habló de la gente de África, que tienen grandes dificultades para
obtener agua, sin la cual, pueden enfermar y morir.
Conmovido, Ryan convenció a sus padres
para que le pagaran por hacer trabajos domésticos extra y finalmente obtuvo 75
dólares que él pensó que necesitarían para hacer un pozo. Pero en WaterCan,
organización no lucrativa que provee de agua limpia a países pobres, le dijeron
que costaba 2.000 perforar un pozo.
Ryan no se dio por vencido. Realizó más
tareas y meses más tarde, obtuvo los 2.000, que envió a WaterCan y, por fin, se
perforó un pozo al lado de la escuela primaria Angolo, al norte de Uganda, con
los fondos recaudados por Ryan.
Después de aquel primer pozo, fundó la
RyansWell.ca, que, con el apoyo de otras organizaciones, reunió fondos por
cerca de 800.000 dólares para proveer de agua pura a la gente de África.
En los pasados 18 meses, Ryan ha
viajado a través de Canadá, Australia, Sudáfrica, Estados Unidos, China, Japón
e Italia para motivar e inspirar a otros a expandir su “dandelion (Diente de
León) de esperanza”. En 2004, Ryan fue el orador principal junto con David
Suzuki, (el galardonado científico medioambientalista) en el Canwell 2004, la
convención (realizada cada 2 años) y en la conferencia sobre los mantos
subterráneos acuíferos en Vancouver, Canadá.
Lo que hicierais a uno de éstos, mis
humildes hermanos, a mí me lo hicisteis, dice Jesús.
“Quiero parecerme a ti, mi Rey”
Que mis caminos, de palabra y de obra,
empiecen y acaben en Ti.
Sabiendo que, contigo, todo concluirá bien:
en victoria y en triunfo seguro,
desde el servicio, antes que el egoísmo.
Quiero parecerme a ti, mi
Rey,
extendiendo la inmensidad de tu Reino
en cada una de las almas allá donde alguien te busque,
o en el rincón donde, la necesidad, apremie;
allá donde el dolor del hombre
indague y reclame respuestas supremas;
allá donde, la orfandad de la humanidad,
añore una mano que la proteja, la sostenga, y la dignifique.
Y, cuando la cruz asome en el horizonte,
pueda asirme a ese tronco salvador con la obediencia de la fe,
derramando, desde ese trono de madera,
mi vida y mi valor, mi esfuerzo y mi generosidad;
vertiendo como Tú, oh Señor,
palabras de aliento y de consuelo,
ánimo, valor y esperanza.
Quiero parecerme a ti, mi Rey,
y, al contemplar tu poder y tu reinado,
saber que no hay nada en el mundo
comparable con lo que Tú me ofreces:
tu Verdad, tu Camino y tu Vida.
Dueño, Rey y Señor de la historia,
ayúdame a ser entusiasta, heraldo y vasallo de tu Reino.
Que ningún otro tesoro, reluciente al ojo humano,
me aparte de Ti…, ¡oh Rey soberano!
Amén.
Javier Leoz
Los sabios diseñaron
la imagen de la mujer perfecta, de la persona perfecta: es laboriosa y siente
compasión por los necesitados. La casa que tiene esta persona alberga un tesoro
(Proverbios 31,10-13. 19-20. 39-31).
Ésa es la persona que quiere Dios y
presenta Jesús en la parábola de los talentos: hasta el encuentro con el Señor,
los cristianos debemos «negociar» con los talentos, rehacer el mundo a la
espera del Día del Señor (Mateo 25,14-30).
Hay que romper con la falsa mística
cristiana, que se funda en la seguridad. La verdadera mística es la de la
sorpresa: Dios es un ladrón de nuestras seguridades burguesas y, por lo tanto,
exige de nosotros una actitud de vigilancia y apertura a lo nuevo y
sorprendente (1ª Tesalonicenses 5,1-6).
Conociendo lo que quiere Dios, digamos
sin temor, con confianza,: “Dichoso el que teme al Señor” (Sal 127,1-2. 3.
4-5).
Que también nosotros podamos oír las
palabras de reconocimiento del Señor: “Muy bien, siervo bueno y fiel”.
“Al
que tiene se le dará
y
le sobrará”
La parábola
de los talentos es un homenaje a la responsabilidad, al trabajo, a la
valentía... en la vida de cada día. ¿Por qué me han dado mis talentos? ¿Para
qué me los han dado? ¿Para quién?
Todos tenemos una misión y unos
talentos para realizarla. No se trata de conseguir méritos. Lo que cuenta es
que pongamos lo que somos al servicio de los demás. No actuamos por miedo ni
por castigos o recompensas, sino con la ilusión de que trabajamos en el
proyecto del Padre. Una respuesta generosa lleva a la felicidad y la plenitud.
Lo peor del último es que no conoce a
su señor. Actúa con miedo, cobardía y desconfianza. La confianza de su señor,
en lugar de regalo, es una carga. La fe no se encierra, es vida que requiere
crecimiento. Jesús denuncia el conservadurismo, la pereza y la pasividad. No
censura por haber hecho algo malo, sino por haberse limitado a conservar lo
recibido sin hacerlo fructificar. La rutina, la apatía, el miedo, el cruzarse
de brazos, dejar todo como está, ir tirando... no son actitudes evangélicas.
Quien se limita a cumplir, a no hacer el mal, se pierde la inmensa alegría que
supone hacer el bien.
Algunos autores han interpretado esta
parábola como “amenaza”, como si Jesús no fuese Salvador sino Vengador, más
amigo del castigo que del amor. Esta imagen no tiene nada que ver con Jesús.
Tenemos la alegría de saber que ante quien somos responsables es ante nuestro
Padre/Madre, que nos comprende, acoge, acompaña, nos quiere más que nadie.
Jesús recomienda que estemos activos en
nuestra espera y que una vida basada en el coraje y en el otro, constituye la
alegría del Señor y la nuestra.
“Dos
niños prodigiosos”
Hubo una vez dos niños de una
inteligencia y capacidad increíbles.
Los dos, sin embargo, crecían de forma distinta. El
primero utilizó toda su habilidad e inteligencia para desarrollar una carrera
meteórica y mostrar a todos su superioridad: participaba y vencía en todo tipo
de concursos, frecuentaba todas las personas y lugares importantes. Desde muy
joven nadie dudaba de que algún día sería la persona más sabia e importante del
país.
El segundo sentía una gran responsabilidad por los dones
que el Señor le había dado. Se sentía obligado a ayudar a los demás y apenas
podía dedicar tiempo a sus sueños de grandeza, tan ocupado como estaba buscando
soluciones y estudiando nuevas formas de arreglarlo todo. Por eso era una
persona querida y famosa, pero sólo en su pequeña comarca.
Quiso el destino que una gran tragedia azotara aquel país.
El primero aplicó sus brillantes ideas y consiguió paliar un poco la situación.
En cambio, el segundo, acostumbrado a resolver problemas, consiguió que en su
región apenas se notara aquella tragedia. En todas partes adoptaron sus
soluciones, y su fama de hombre bueno y sabio se extendió por todas partes,
llegando a ser elegido para gobernar el país.
El primero de aquellos grandes hombres de increíble
inteligencia comprendió entonces que la mejor fama y sabiduría es la que nace
de las propias cosas que hacemos en la vida, de su impacto en los demás y de la
exigencia por superarnos cada día. Cuentan que nunca más participó en concurso
alguno ni volvió a hacer demostraciones vacías, y que desde entonces siempre
iba acompañado por sus libros, dispuesto a echar una mano a todos.
“¡Tengo tanto miedo, Señor!,”
de invertir tiempo, ideas y sudor,
esfuerzo e ilusión, y encontrar sólo
el vacío o la incomprensión.
¿Por qué me has dado tanto, Jesús?
Con menos talentos se vive mejor,
con más comodidad y menos riesgos.
¡Tengo tanto miedo, Señor!,
de no estar a la altura que Tú me marcas, de no dar la talla:
en la familia o en el trabajo, en la enfermedad o en la salud,
en la palabra o en las obras.
¡Tengo tanto miedo, Señor!,
de gastar aquello que pienso que es mío y no tuyo;
de quemarme o cansarme de sembrar sin recoger nada.
¡Tengo tanto miedo, Señor!,
de que regreses y tu fortuna la encuentres mal empleada
por mi falta de valentía o audacia, por mi cobardía o desinterés,
por mi timidez o mi falta de seguridad.
¡Cuánto miedo tengo ,Señor!,
de no invertir mi vida como Tú en la cruz,
con silencio y dolor, con perdón, humildad y sacrificio,
con fe, esperanza y misericordia.
¡Cuánto miedo tengo ,Señor!,
de mirarme a mí mismo
y, viendo lo mucho que me has dado,
creer que no merece la pena arriesgarlo todo:
por Dios y por el hombre, por la Iglesia y por el mundo,
por mis hermanos y por mí mismo.
¡Cuánto miedo tengo ,Señor!,
que vengas…y me pilles con el pie cambiado,
sin haber utilizado mis talentos a fondo.
Javier
Leoz
«Dadnos un poco de vuestro aceite»
Los sabios de la
Biblia personificaron la sabiduría, para hablar de la cercanía de Dios. Con
ella como mediadora, Dios es accesible, está cerca, sale al paso en todos los
caminos. Alcanza la sabiduría el que la persigue con afán y con amor (Sabiduría
6,13-17)
Por eso, el salmista ora con pasión: “Mi
alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío” (Sal 62,2. 3-4. 5-6. 7-8)
La
insistente exhortación a velar, simbolizada en el aceite que alimenta la
lámpara, va contra una falsa mística que despoja al cristiano de toda
responsabilidad, esperando únicamente del cielo o de dirigentes la receta
detallada del comportamiento moral (San Mateo 25,1-13).
La esperanza de la resurrección no es
solamente un bien individual. Esta visión optimista estimula para la continua
construcción de un mundo mejor. “Y así estaremos siempre con el Señor” (1ª
Tesalonicenses 4,12-17).
«Y
entraron al banquete»
Según Dios,
no estamos destinados a la muerte, sino a la vida plena y definitiva. Estamos
“amenazados de vida”.
La boda se celebraba en casa del novio.
Éste recogía a la novia para llevarla al futuro hogar, acompañado de unas
muchachas que, al ser de noche, llevaban lámparas de aceite.
Jesús quiere que sus seguidores acojan
el Reino con la alegría de una boda. ¿Nos abrimos a Dios que prepara una fiesta
para recibirnos, que quiere nuestra felicidad?
Sensata es la persona que escucha la
Palabra de Jesús y la pone en práctica. La fe, la esperanza, la práctica del
amor, son el “aceite” que no puede
faltar en quienes siguen a Jesús. Un “aceite” que se consume y que hay que
renovar.
No se trata sólo esperar, también es
necesario buscar, desear, salir al encuentro. El retraso de la vuelta de Jesús
no puede llevarnos al adormecimiento, al descuido, al cansancio, a la apatía, a
la rutina, a la improvisación... Al contrario, la certeza de su venida debe
impulsarnos a un compromiso activo.
Durante la espera se duermen todas. La
diferencia entre ellas es la falta de previsión que puede apagar la esperanza y
adormecer la fe, la conciencia, la ilusión... Mi espera, mi vigilancia, no se
pueden prestar ni delegar. Nadie puede amar por mi. ¿Qué aceite necesito en
este momento de mi vida para que no se apague la lámpara de mi fe?
Ante la venida de Jesús no hemos de
sentir angustia, ni temor ni inquietud. No necesitamos saber el día ni la hora.
Dios no actúa según nuestro reloj. Siempre llega, siempre está. “La muerte es
el último amén de la vida presente y el primer aleluya de la vida definitiva“
(Pedro Arrupe).
«La vidriera»
También por allí había pasado la
guerra. Las casas color de tierra, el cementerio vecino, la iglesia parroquial,
todo mostraba el zarpazo salvaje de la furia fratricida.
Una mañana, acompañando a su madre, traspuso el niño el
recinto sagrado. Aquello era una pura desolación: altares calcinados, imágenes
mutiladas, sagrario desportillado, paredes renegridas, montones de escombros
por doquier.
Algo, sin embargo, se había salvado: una vidriera. Una
vidriera que, herida por el sol, abría el abanico mágico de sus mil colores. El
niño preguntó:
- Mamá, y aquel hombre que
está arriba vestido de colores, ¿quién es?
- Un santo, respondió la
madre.
Pasaron los años. En una tertulia de amigos, alguien hizo
esta pregunta:
- ¿Qué es un santo?
El niño de otros tiempos, hombre ya maduro, revolviendo en
el arcón de sus recuerdos, definió:
- Un santo es un hombre
que está muy alto y siempre irradia luz.
Bellísima definición del cristiano. “Brille vuestra luz
ante los hombres, de tal manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre del Cielo”.
El hombre de hoy cree más a los testigos que a los
maestros, a no ser que los testigos sean maestros. Mejor, busca maestros que
sean testigos... Y deja brillar la luz.
López Arróniz
«Porque tengo sueño, Señor»
despiértame con la luz de tu verdad.
Porque la mentira me narcotiza
y la falsedad confunde los caminos.
Porque el mundo que me rodea
me contagia de desencanto
con el desazón del pesimismo.
Porque frecuentemente, mi Señor,
caigo abatido en el traicionero sueño de la desesperanza.
Porque tengo sueño, Señor,
levántame y que, en la lámpara de mi alma,
nunca falte la alegría de salir a tu encuentro,
la satisfacción de ser de los tuyos,
la seguridad de que, esperándote, estoy en lo cierto.
Levántame y avívame, oh Señor,
porque si tardas demasiado, temo ir detrás de otros dioses,
que, sin exigirme tanto, un día y otro llaman a mi puerta.
Porque tengo sueño, Señor,
no dejes que me abata el desencanto ni la desilusión;
no permitas que las prisas del quererlo todo
me aleje de gustar y esperar el Paraíso definitivo.
No dejes que la noche apague las llamas de tantos hijos tuyos,
que soñaron, y nunca se cansaron, de verte frente a frente;
de tus hijos vivos y muertos, que por Ti sufrieron y lloraron,
y de los que transmitieron la lámpara de la fe de mano en mano.
Porque tengo sueño, Señor,
que no me duerma en el letargo de la indiferencia,
que no me acueste en la comodidad del “ya no merece la pena”.
Y, si vienes, Señor, y me encuentras o me sorprendes
con mi lámpara a punto de extinguirse…
perdóname, Señor;
sabes que hice lo que pude por amarte,
servirte….y esperarte.
Javier Leoz
“Quien
se enaltece será humillado”
El
sacerdote es mediador de bendición, símbolo de la alianza, por su cercanía a lo
santo. Cuando no trasparenta a Dios, se convierte en estorbo. No hay por él
bendición, ni luz, ni comunión con el infinito. La misión que le dignifica
exige servicio (Malaquías 1,14b-2, 2b. 8-10).
Jesús ataca fuertemente a los jerarcas,
pero no a la jerarquía. En la Iglesia debe haber siempre una jerarquía, y la
mejor manera de potenciarla no es la adulación hacia los jerarcas, sino la
crítica fraterna, por dura que pueda parecer. En la comunidad cristiana todos
somos hermanos con un solo Padre y un solo Señor. Por medio de Cristo damos
gracias al Padre en la reunión eucarística. (Mateo 23,1-12).
San Pablo, sin negarse a la posibilidad
de que la comunidad financie la evangelización y "libere" al
evangelizador, prefiere que este último se mantenga con sus propios medios y
ofrezca el Evangelio absolutamente gratis (1ª Tesalonicenses 2,7b-9.13).
El salmista se sitúa sin pretensiones,
sino con humildad ante el Señor, deseando sólo la paz: “Guarda mi alma en la
paz, junto a ti, Señor (Sal 130, 1. 2. 3)
“El
primero sea el servidor”
Jesús
denuncia las actitudes de incoherencia de quienes, soberbios, creen estar en
posesión de la verdad y de tener la última palabra. Exigen a los demás lo que
ellos no cumplen –incoherentes-. Vanidosos, dicen y no hacen, no reconocen sus
fallos. No son las palabras lo que cuentan, sino los hechos. Sólo se anuncia
con verdad lo que se vive con coherencia y alegría.
Jesús critica la doble moral de quienes
se autocomplacen en su propia moral, externa y vacía, mientras esclavizan,
agobian y culpabilizan, con normas y
leyes, a las personas. Jesús libera de
todo yugo y ofrece alivio. ¿Hacemos lo mismo?
Jesús denuncia la hipocresía -ocupar
los “primeros” puestos, compartir mesa,
sillón y honores con los “grandes”-, la vana ostentación, los aires de grandeza
y de superioridad y el afán de privilegios y títulos de honor.
En contraposición, Jesús señala cómo
debe ser el verdadero discípulo: no hay “padres” e hijos, todos somos hermanos;
no hay más intermediarios que Jesús, el único Maestro.
Jesús
no sólo enseñó, sino que hizo vida sus palabras. Pudo explicar la parábola del
buen samaritano, porque él era buen samaritano. Pudo explicarnos las
bienaventuranzas, porque él las vivía y las disfrutaba el primero. Jesús es
nuestro ejemplo viéndole con los niños, con los enfermos, con sus amigas y
amigos, con los pobres. Viéndole lavar los pies. La persona más importante es
quien sirve a los demás. ¿Quién es grande e importante? La persona que escucha
la Palabra y la hace vida. Ése es el único privilegio.
“Lección de humildad”
A fines del siglo XIX, en Francia,
viajaba en el tren un señor de cierta edad que en su asiento aprovechaba para
rezar el Santo Rosario, sosteniéndolo entre las manos. Al lado, un joven leía
concentradamente un libro voluminoso, pero sin dejar de fijar la vista, cada
poco, en el Rosario que llevaba este señor. Hasta que, tal vez no pudiéndose
aguantare más, el joven le dirigió la palabra, comenzándole a hablar acerca de las
maravillas de los avances científicos de la época, los grandes descubrimientos
de la ciencia, que ya permitían explicar la creación y los misterios de la
vida, sin necesidad de creencias religiosas o míticas; de cómo en lugar de
estar perdiendo el tiempo rezando y creyendo en supercherías, podría
instruirse, por ejemplo, a través de libros como los que él iba leyendo, que
explicaban todas estas cosas.
El señor manifestó interés en lo que le decía, pero no
quería dejar sin terminar su Rosario.
Entonces acordaron que el joven le prestaría uno de sus
libros, dejándole su dirección para que se lo devolviera.
Un tiempo después, el joven recibió un paquete, que además
del libro que había prestado, traía una nota de agradecimiento que decía: “Le
agradezco enormemente el haberme prestado este libro que me ha servido mucho, y
lo he encontrado muy interesante. Sin embargo, por nada del mundo dejaría de
rezar mi Rosario todos los días.
“Como Tú vives, Señor”
Que no haga lo que el mundo espera,
sino lo que Tú deseas:
para ser tu sal y tu luz
Que viva con el fervor de tus discípulos,
con la sencillez de María.
Que no viva de espaldas a tu Verdad:
que mi “sí” sea un compromiso sincero por un mundo mejor
que mi “si” sea luego imagen real de lo que pienso y realizo.
Que, lejos de desafinar en mi existencia cristiana,
sepa armonizar mi idea con mi práctica;
mis ilusiones, con mis realidades;
mis anhelos, con mis luchas diarias;
mi amistad contigo, con la fraternidad del día a día.
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES:
Sin dividir mi estar contigo del servicio a los demás;
la oración con el trabajo que me aguarda en la tierra.
Sin olvidar que, aún mirándote con mis ojos,
o escuchándote con mis oídos,
me faltará por recorrer el camino del recio compromiso,
de la vida que se ofrece sin medida,
de los gestos de perdón o de confianza.
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES:
Desviviéndote, en tu intimidad con el Padre,
y deshaciéndote por la salvación de la humanidad.
Dejándote guiar por la mano del Padre
y dirigiendo con la tuya el camino del que te desea y busca.
Proclamando la bondad de Dios en un mundo egoísta,
y mostrando, con tus heridas y tu cruz,
que tu vida no es solo palabra…, no sólo proyectos…;
que tu vida es hacer aquello que vives: ¡DIOS!
Javier Leoz
“Él mandamiento principal”
En el grito de todos
los que claman por ser personas está Dios. Los pobres y oprimidos son una
acusación clavada en las puertas del mundo. El que no ayuda al hombre a ser
persona está sin salvación (Éxodo 22,21-27).
Por
otra parte, el “salvado” es normal que clame: Yo te amo, Señor, tú eres mi
fortaleza (Sal 17,2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab)
Pero el amor a Dios y amor al prójimo no
son sino un solo amor. Sólo existe un mandamiento cristiano que resume todos:
el mandamiento del amor. Por eso, amar a Dios sin amar al prójimo no es amar. Y
amar al prójimo a costa del amor a Dios para los cristianos no tiene sentido.
Si se ama realmente a Dios, automáticamente se está amando al prójimo, y
viceversa. En la Eucaristía lo celebramos (Mateo 22,34-40).
La evangelización no es ninguna forma de
imposición: a la Palabra de Dios se la acoge a pesar de las dificultades que
ello trae consigo. Esta acogida de la Palabra va también acompañada del gozo
del Espíritu: la fe es esencialmente optimista (1º Tesalonicenses 1,5c-10).
“Lo
importante es amar”
Los
fariseos vuelven para encontrar un motivo para acusar a Jesús y condenarlo. La
respuesta de Jesús supone una ráfaga de brisa fresca y de liberación.
Ante la complejidad de las situaciones,
todos nos hemos preguntado qué es lo importante. Los judíos tenían centenares
de preceptos: 365 "negativos" y 248 "positivos". Siempre es
necesario saber qué es secundario y qué es fundamental.
Jesús siempre da una respuesta clara y
directa. Lo primero y principal es el amor, no la ley. Cuando falla el amor...
Cuanto menos amor hay, más seguridad dan las normas. El amor ha de ser con todo
el corazón. Con toda el alma, con la vida entera y con toda la mente. Su
mandamiento es un regalo, una
bienaventuranza.
Jesús equipara el amor exclusivo a Dios
con el amor al prójimo. Ésa es su novedad. A nivel teórico no es difícil. El
“problema” se presenta en la práctica. Las palabras de Jesús contienen una
valoración positiva del amor a uno mismo. ¿Cómo cuido mis proyectos personales,
mis ilusiones, mi salud, mi enfermedad, mi felicidad?
Jesús da más importancia a la persona
que al culto y las leyes. La gloria de Dios es que el ser humano viva, “que el
pobre viva” (Óscar Romero). Nadie puede creer que ama a Dios, si no confirma
ese amor en el amor a los hermanos. No se puede separar la religión de la
justicia y la lucha por los pobres. La Palabra de Jesús es una invitación a sacudir
nuestra pasividad, a volver al mandamiento principal y único.
“Quien no ama a su hermano a quien ve,
no puede amar a Dios a quien no ve” I Jn 4,20.
“¿Dónde
está Dios?”
El ermitaño, en oración
oyó claramente la voz de Dios.
Le invitaba a acudir a un
encuentro especial con Él. La cita era
para el atardecer del día siguiente, en la cima de una montaña lejana.
Temprano se puso de
camino; necesitaba toda la jornada para llegar al monte y escalarlo. Ante todo,
quería llegar puntual a la importante entrevista.
Atravesando un valle, se
encontró a varios campesinos ocupados en intentar controlar y apagar un
incendio declarado en el bosque cercano, que amenazaba las cosechas y hasta las
propias casas de los habitantes.
Reclamaron su ayuda porque
todos los brazos eran pocos. Sintió la angustia de la situación y el no poder
detenerse a ayudarles. No debía llegar tarde a la cita y, menos aún, faltar a
ella. Así que con una oración para que el Señor les socorriera, apresuró el
paso, ya que había que dar un rodeo a causa del fuego.
Tras ardua ascensión,
llegó a la cima de la montaña, jadeante por la fatiga y la emoción. El sol
comenzaba su ocaso; llegaba puntual, por lo que dio gracias al cielo en su
corazón.
Anhelante esperó, esperó y
esperó, mirando en todas las direcciones. El Señor no aparecía por ninguna
parte.
Por fin descubrió, sobre
una roca, algo escrito. Leyó:
- Dispénsame, estoy
ocupado ayudando a los que sofocan el incendio”.
Entonces comprendió dónde
debía encontrarse con Dios.
Vidal Ayala
“¿Cuál es el mandamiento principal, Jesús?”
¿Amar, aun a riesgo de perder,
o ser amado, buscando mi egoísmo?
¿Amar, queriendo lo del otro
o buscar un amor a la carta,
con contraprestaciones
y con diversos colores de placer?
¿Cuál es el mandamiento principal, Jesús?
Tengo tanto miedo, de que no sea el tuyo...;
de no amar a Dios como Tú lo amas...;
de no servirle como Tú lo haces...;
de no buscarle por los caminos
por lo que Tú me invitas a seguirte...
Digo amar a Dios….y me amo a mí mismo;
digo entregarme a Dios…y me busco a mí mismo;
digo soñar con Dios….y pienso en mi propio paraíso.
¿Cuál es el mandamiento principal, Jesús?
Ayúdame, Señor, a descubrirlo:
a que lo único y trascendente sea brindar a Dios
mi existencia y mi adoración, mis ilusiones y mis esperanzas,
mi compromiso y mis anhelos de fraternidad.
Ayúdame, Señor, a que tus mandamientos sean los míos:
que no sean sólo ley, sino convencimiento;
que no sean letra impresa, sino corazón abierto;
que te ame no por obligación y sí por necesidad de Ti.
Y ahora, Señor, respóndeme lo que de antemano ya sé:
el amor a Dios empuja a darse al hermano,
y, en el hermano, es donde puedo también alcanzar
el amor divino que sale a mi encuentro.
¡Gracias, Señor!
Javier Leoz
“¿César o Dios?”
El profeta señala la
acción de Dios en el mundo, a través de Ciro, el rey que decide la historia de
ese momento; por eso, le llama su «ungido» (Isaías 45,1. 4-6).
El salmista nos
invita: “Aclamad la gloria y el poder del Señor” (Sal 95,1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a
y c)
En
el “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Jesús propone
la libertad, pero no la separación del mundo civil y el religioso. El cristiano
ha de vivir, tanto sus deberes cívicos -"al César lo que es del
César"- como sus obligaciones religiosas -"a Dios lo que es de
Dios"-, porque, (como dice el Concilio Vaticano II) el hecho de que el
cristiano "busque la ciudad futura", no le excusa del más fiel
cumplimiento de sus presentes deberes terrenos (Mateo 22,15-21).
La proclamación del Evangelio no se puede
hacer sólo a base de palabras, sino con la fuerza del Espíritu y convicción profunda. Así la fe será activa, el
amor, operante y esforzado, y la esperanza, perseverante (Tesalonicenses
1,1-5b).
“Al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
Aunque su
intención no es buena, describen perfectamente a Jesús. Con la pregunta, no buscan claridad de
conciencia, sino quitárselo de en medio porque pone en peligro sus intereses.
Es una pregunta-trampa. Si responde que es lícito pagar el tributo al césar,
justifica la ocupación romana y se enfrenta con la fe de Israel que no admitía
más soberanía que la de Yahvé. Si responde que no es lícito, se enfrenta al
poder político como un agitador y podrán denunciarle ante la autoridad
imperial.
Ante los fingidos elogios, pone en
evidencia las malas intenciones de quienes le preguntan, desvelando su
hipocresía. Las palabras de Jesús los desenmascara. Comienza a llamarlos
hipócritas y continuará haciéndolo, con valentía y coherencia.
¿Qué imagen de Dios mostramos y
anunciamos con nuestras palabras y nuestras obras? Con frecuencia usamos la
expresión “es la viva imagen de su padre/madre”. ¿Muestro a quienes me rodean
la viva imagen de mi Padre/Madre?
Los adversarios de Jesús hablan de
pagar. Jesús habla de devolver. Nos invita a devolver al césar lo que es propio
del césar: el poder del dinero, todo lo que esclaviza y oprime. La invitación a
dar a Dios lo que le pertenece la añade Jesús sin haber sido preguntado. Dar a
Dios lo que es de Dios es trabajar por devolver la dignidad a todas las
personas, promover sus posibilidades y crecimiento, lograr la plena igualdad,
eliminando todo tipo de esclavitudes y dependencias. Hay que elegir: o hago el
juego a la sociedad del consumo, el poder, el dinero y la explotación de los
demás; o me pongo al servicio de Dios, único Señor. La respuesta de Jesús es
una llamada a la plena liberación.
“El
Heredero”
Erase una vez un rey bueno que no
tenía hijos. Mandó pregonar que el joven que amara a Dios y al prójimo podría
aspirar a ser sucesor al trono.
En una aldea muy lejana, un joven quiso conocer a tan santo
rey. Pero era tan pobre, que no podía hacer el camino ni tenía vestido digno
para presentarse ante el santo monarca.
Mas estaba dispuesto a superar cualquier obstáculo.
Trabajó, ahorró, vendió sus pertenencias, y emprendió el viaje.
Un día, se le acercó un pobre mendigo, implorando:
- Estoy hambriento y tengo
frío, por favor ayúdeme...
El joven le dio de sus ropas y siguió su camino. En la
ciudad, una mujer con dos niñas le suplicó:
- ¡Mis niñas tienen
hambre, ¡ayúdenos, por favor!
El joven le dio su anillo y su cadena. Continuó su marcha
hacia al castillo, vestido con harapos y sin provisiones.
En el castillo, el joven se inclinó ante el monarca, y al
alzar los ojos se encontró con los del Rey.
- ¡Usted es el mendigo!,
dijo.
En ese instante, entró en el salón una asistenta y dos
niñas, trayéndole agua al cansado viajero, y exclamó:
- ¡Ustedes son las que
estaban a la puerta de la ciudad!
- Sí, —replicó el
Soberano— yo era ese mendigo, y mi fiel asistenta y sus hijas, las pobres a las
que ayudaste. Necesitaba descubrir las auténticas actitudes de amor a Dios y al
prójimo de los sucesores. Si me acercaba como Rey, podrían fingir. Como mendigo
no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, y eres el único
digno de ser mi heredero. ¡Tú serás mi heredero! —sentenció el Rey— ¡Tú
heredaras mi reino!
Al
rey lo que es del rey, y a Dios-necesitado-lo que es de Dios.
“¿César…..o tú, Señor?”
Cuando
confundo lo divino y lo humano,
y me
quedo sólo con lo segundo;
o,
volcado de lleno en lo superficial,
olvido
que Tú existes
desde los
mismos inicios de mis días
Cuando,
escuchando tu Palabra,
me quedo
con aquellas escritas por el presente...
entonces,
Señor, sólo entonces,
me doy
cuenta…que sirvo demasiado al “césar” de este mundo.
Cuando
pretendo una iglesia desarraigada y no profética,
alejada
de todo compromiso y sin ser sal ni luz.
¿César…..o tú, Señor?
Cuando,
dedicado al intercambio de moneda,
no veo
que, la mayor, riqueza soy yo:
como
persona y como hijo tuyo,
como
llamado a la vida y a la gracia,
a la
santidad, a la sencillez y a la adoración en tu presencia.
Cuando,
pendiente de lo que acontece a mi alrededor,
te regalo
las migajas de unos minutos de oración
o las
prisas de una misa rutinaria.
Cuando,
soñando con ser grande,
doy de
lado el cielo en el que, para entrar, he de ser pequeño.
¿César…..o tú, Señor?
Que no me
olvide, oh Señor, que Tú eres el centro de todo.
Que no me
olvide, Señor, de orientarme desde Ti y contigo.
Que no me
olvide, Señor, que –el cielo y la tierra-
son todo
obra de tu mano.
Que no me
olvide, Señor,
que,
entre los “césares” que intentan manipular mi conciencia,
sólo Tú,
Señor, tienes derecho a entrar en ella.
Javier
Leoz
“Venid a la Boda”
La salvación es un
banquete, ofrecido a todos los pueblos en un monte. No será completa, si no es
universal (Isaías 25,6-10a).
Dios,
Pastor, prepara mesa, unge con perfume, y hace rebosar la copa: “Habitaré en la
casa del Señor, por años sin término” (Sal
22,1-3a. 3b-4. 5. 6).
La
parábola de los invitados a la boda presenta el fin de los privilegios del
pueblo judío, hacia la universalidad indiscriminada. Ya ningún pueblo, cultura
o civilización tendrá derecho a monopolizar la salvación. La Eucaristía es el
banquete de bodas abierto a todos. Exige un traje de fiesta y una actitud de
agradecimiento (Mateo 22,1-14).
San Pablo presenta los principios de la
ascética cristiana: ni la pobreza ni la abundancia son en sí mismas un valor o
un desvalor. Lo serán en función de algo más grande e importante. Hay que estar
preparados para hacer opciones diferentes según los casos (Filipenses
4,12-14.19-20).
“Los
invitados no se la merecían”
Jesús
continúa denunciando a los dirigentes religiosos. Una nueva comunidad sustituye
a la que rechaza la invitación. Jesús dirige una invitación a cambiar de
valores.
Jesús presenta el Reino como un
banquete, como una boda, símbolos de amistad, comunión, amor y felicidad.
Cuando los intereses de Dios no son nuestros intereses, por cualquier excusa,
se le deja de lado. Quien convoca al Banquete no manda, invita. Lo más profundo
de Dios se alcanza y acepta, no se hace por obligación ni por deber, sino por
libre decisión, respuesta a una invitación, a una sugerencia, a una mirada, a un susurro...
Las excusas y rechazos no detienen el
plan de Dios. La invitación se extiende a “todos los que encontréis”. Es
universal. No por nuestros méritos, sino por amor gratuito del Padre. Jesús
derriba todo privilegio y toda barrera: los “buenos y malos”, los “pobres y
lisiados”. ¿Presento el cristianismo como más positivo y gozoso, como fiesta
digna de celebrarse? ¿Lo he convertido en verdades a creer o de normas a
cumplir? ¿Mi vida transmite la fiesta, la ternura, el amor de Dios?
El traje que exige no es algo costoso,
sino una actitud. Cambiar de vestido-conversión, requiere cambiar de
mentalidad, sentir la confianza de hijos y llevar un estilo de vida gozoso.
¿Qué falta a mi traje para ese Banquete?
Las personas que se creen
privilegiadas, mejores que las demás, se autoexcluyen, se cierran la puerta de
la Fiesta. No basta con ser llamados –bautizados-, hay que hacer vida el mensaje
de Jesús con alegría, sin temor, porque, aunque es exigente, como la libertad,
la amistad, el amor... es llamada que conduce a la Fiesta, a la Plenitud y a la
Vida.
“Caridad
y Gratitud”
Hace
mucho tiempo ofreció Dios una fiesta a todas las virtudes, grandes y pequeñas,
humildes y heroicas.
Todas
ellas se reunieron en una sala del cielo espléndidamente decorada, y no
tardaron en disfrutar de la fiesta, porque todas se conocían entre sí, e
incluso algunas de ellas mantenían estrechas relaciones.
De
pronto, Dios reparó en dos hermosas virtudes que no parecían conocerse entre sí
en absoluto y daban la sensación de encontrarse incómodas la una junto a la
otra.
Llamó
a una de ellas y se la presentó formalmente a la otra:
- Te presento a Gratitud. Ésta es
Caridad.
Pero,
en cuanto Dios se dio la vuelta para atender a otros invitados, ellas se
separaron.
Así
es como ha circulado la historia de que ni siquiera Dios puede hacer que haya
Gratitud donde hay Caridad.
Anthony de Mello
Es lamentable que donde haya CARIDAD
de Dios no haya gratitud (los primeros invitados) y donde haya GRATITUD (el invitado sin traje) no haya CARIDAD.
Resulta bochornoso que quien es
capaz de elevar los ojos al “cielo” (Gratitud), le cueste mirar al “suelo”
(Caridad).
“Si me invitas, quiero ir, Señor,”
porque necesito disfrutar y sentir,
aun en medio de tantas dificultades,
un momento de dicha y de fiesta.
Si me invitas, quiero ir, Señor
pero bañado con el traje del amor,
inundado con la fuerza de tu presencia,
calzado con las bienaventuranzas.
Si me invitas, quiero ir, Señor.
¿Me dejarás compartir tu mesa, Señor?
Me falta para ser un perfecto invitado:
amor, y mis obras son un vacío pregón;
justicia, y me busco a mí mismo;
añoro un mundo nuevo, y lo pienso sin Ti;
trabajo por sobrevivir, y no siempre lo hago mirando al cielo.
¿Aún sigues empeñado en invitarme, Señor?
Si me invitas, quiero ir, Señor.
Haz que tu convite llegue al lugar donde yo pueda responder:
a mi corazón, para que sólo sea para Ti;
a mi alma, para que sienta que vives en mí;
a mi caminar, para que no me sienta sólo ni desamparado;
a mi trabajo, para que mis ocupaciones no me alejen de Ti.
Si me invitas, quiero ir, Señor.
Haz que mis palabras suenen a fiesta de fe.
Haz que mis pasos no se alejen de tus caminos.
Haz que mi semblante sea agradecido por la fiesta convocada.
Si me invitas, quiero ir, Señor.
Contigo, aquí en la tierra, y un día… ojalá en el cielo.
Contigo, aquí en el dolor, y un día…en el gozo eterno.
Contigo, aquí en las dudas, y un día…en la verdad.
Contigo, aquí en las sombras, y un día…ante el rostro del Padre.
Javier Leoz
“Un propietario preparó una viña y la arrendó”
El profeta habla del
amor de Dios usando la bella imagen de la viña. El obrero le dedica todos sus
cuidados y la viña no le da el fruto esperado: Es el símbolo de una historia de
amor infiel (Isaías 5,1-7).
El salmista comprende que “La viña del
Señor es la casa de Israel”, y nosotros pensamos: “La viña del Señor somos
nosotros” (Salmo 79, 9 y 12. 13-14. 15-16. 19-20).
La parábola de los viñadores homicidas
presenta la universalidad de la salvación de Dios, no encerrada en ninguna
nacionalidad, raza o cultura. Es más, los elegidos, muchas veces, son más
ingratos, creídos y avariciosos. Por eso, la salvación se abre a aquellos que
sean agradecidos, laboriosos y generosos. ¡Ojo con los elegidos! (Mateo
21,33-43).
San Pablo no es un hombre cerrado a la
sociedad: acepta “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable,
laudable, todo lo que es virtud” y pide que pongan por obra lo que aprendieron,
recibieron, oyeron y vieron en él” (Filipenses 4, 6-9).
“La
viña es la casa de Israel”
Continúa el
enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes religiosos. Ausentarse no es que se
desentienda de su viña, de nosotros, sino que da tiempo para asumir nuestra
responsabilidad.
La viña, en la Biblia, es imagen de lo
que pertenece a Dios. Los verdaderos profetas son siempre “martirizados”, por
quienes actúan como si la viña fuese suya.
Quienes se consideran propietarios de la
viña, y la “explotan” en beneficio propio se sublevan contra el único Dueño,
persiguen a los profetas, arrojan fuera al Hijo, prescinden de Él y ocupan su lugar.
Jesús pregunta a quienes dirige la
parábola y espera respuesta. Siempre da una nueva oportunidad para cambiar de
actitud. ¿Qué respondo a las preguntas de Jesús?
No se habla de la destrucción de la
viña sino de entregarla a otros labradores: sustituyen a los que no producen
frutos. La obra de Dios sigue. Quienes no forman la comunidad de Jesús son
quienes quieren apropiarse de la viña. Siempre habrá trabajadores que compartan
su pan, su tiempo, sus alegrías, sus penas... formando la nueva comunidad, la
que produce, a tiempo, los frutos que el mundo necesita.
El proyecto de Dios no fracasa. Su Hijo,
el desechado, es la piedra clave de la humanidad. ¿Es actual el aviso de Jesús:
será retirado el Reino a los improductivos, y se le dará a quienes den mejores
frutos? Esto hará Dios a quienes defraudan sus expectativas. Para tener claro
cuáles son los frutos que Dios espera de su viña, podemos volver a leer a
Isaías (primera lectura): “esperaba derecho, y le damos violencia; justicia, y
no hay más que lamentos”. Los frutos, por tanto, están en la línea de la
caridad y de la justicia.
“El
baúl”
Había una vez un viejecito enfermo.
Tenía cuatro hijos, y de ninguno de ellos recibía la mínima atención.
Vivía en una gran pobreza. Apenas conseguía sobrevivir. En
su pequeñísima granja, deambulaban unas cuantas gallinas flacas, que existían
casi de milagro, y al menos, no dejaban de poner un par de huevos diariamente.
El resto de la dieta que el viejecito consumía eran unas cuantas frutas
silvestres que cada día le costaba mucho esfuerzo recoger.
Un día, entre sus escasas pertenencias, encontró dos
monedas de plata y se le ocurrió una genial idea: las cambió por un viejo baúl
que trasladó a su casa. Por casualidad uno de sus hijos lo visitó e intrigado
le preguntó:
- ¿Qué guardas ahí?
- Un secreto -le
contestó-, que sólo conoceréis tú y tus hermanos el día en que me muera, porque
aquí está toda mi herencia.
A partir de entonces, los cuatro hijos comenzaron a
visitarle. Le traían leche y miel, y mantenían su cabaña limpia.
Un día el viejo murió. Inmediatamente los hijos
aparecieron no tanto para velarlo, cuanto por ver su herencia.
Su sorpresa fue mayúscula cuando, abierto el cofre, lo
único que encontraron fue un trozo de papel que decía:
- Hijos míos: el auténtico
amor no espera, se entrega generosamente sin esperar recompensa. Mi única herencia
es que aprendáis a querer. Hubiera deseado dejaros más, pero mi único legado es
daros las gracias por lo que me habéis dado.
Los cuatro hermanos, en profunda reflexión y con lágrimas
en los ojos, le dieron digna sepultura, y uno de ellos, cuando echó el último
puñado de tierra, lo despidió diciendo:
- Te prometo amar sin
esperar nada a cambio. Amén.
“¡Mándame, Señor!”
A tu viña, que es tu pueblo.
A tu viña, que son los hombres, Señor,
y los frutos de sus palabras
sean la verdad y la sinceridad.
A tu viña, que son las mujeres, Señor,
y la consecuencia de sus actitudes
sean la esperanza y la confianza en Ti.
A tu viña, que son los jóvenes, Señor,
y, así,
sus ideales y sueños no sean obstáculo
para que te acojan, esperen y crean en Ti.
A tu viña, que son los niños, Señor,
para que, cuando buscan y crecen,
sonríen y juegan,
duermen o se entretienen,
aprendan amarte y rezarte con todo su corazón.
A tu viña, que son los ancianos, Señor
y los frutos de su experiencia
sean una acción de gracias:
por lo mucho que les has dado
por la fuerza que, en la prueba, les ofreciste
por la sabiduría que, en su existencia,
hiciste nacer en sus decisiones y trabajos.
“¡Mándame,
Señor!
A tu viña, aunque me sienta sólo.
A tu viña, aun a riesgo de ser apedreado.
A tu viña, a pesar de no ser comprendido.
A tu viña, aunque no me acompañe el éxito.
A tu viña, aunque sea rechazado.
“¡Mándame,
Señor!
Porque, entre otras cosas y muchas más,
sé que Tú me acompañas y vienes conmigo. Amén
Javier Leoz
“Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera”
El profeta dice que
cada uno es protagonista en el rumbo de su vida: uno, desde la perdición, elige
la vida; y otro, desde la justicia, elige la muerte (Ezequiel 18,25-28).
En la parábola de los dos hijos a los que
el Padre manda a la viña, vemos que, a veces, los aparentemente más dóciles al
Evangelio y a la Iglesia traicionan su fe. Por el contrario, los «contestatarios» comprenden y viven el
compromiso de su fe (Mateo 21,28-32).
“No os encerréis en vuestros intereses,
sino buscad todos el interés de los demás”, como Jesús, que se despoja de su
rango; comparte su vida; y llega, en su entrega, hasta la muerte y muerte
ignominiosa de cruz (Filipenses 2,1-11).
“Por sus obras los conoceréis” (Jesús).
Nuestro refranero: “obras son amores, y no buenas razones”; “el amor y la fe,
en las obras se ven”; “no es lo mismo predicar que dar trigo”; “obrar mucho, y
hablar poco, que lo demás es de loco”.
Conociéndonos, es mejor suplicar a Dios:
“Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna” (Sal 24,4bc-5. 6-7. 8-9).
“Un
hombre tenía `dos hijos´”
El texto
sitúa a Jesús en Jerusalén, en sus últimos días. En ellos, sigue denunciando la
actitud de los dirigentes religiosos ante Él y su mensaje.
Frente al Dios de Jesús bueno y
compasivo, que cuida, acoge, libera y dignifica a las personas, los dirigentes
religiosos presentan un Dios del Templo y de los sacrificios, que oprime con
cargas pesadas, que castiga y excluye a los pecadores y empobrecidos. Y
nosotros ¿en qué Dios creemos? ¿Qué imagen de Dios mostramos?
La parábola es una exhortación a
cumplir la voluntad del Padre. Las teorías y las palabras, por muy bonitas y
conmovedoras que sean, no dejan de ser palabras. Lo interesante son los hechos.
El ideal no es decir "no" y luego “sí”, menos decir "sí" y
luego “no”. El ideal es decir "sí" con convicción y compromiso y ser
consecuentes y coherentes.
Los publicanos y las prostitutas son
personas descalificadas en lo religioso y en lo moral. Ellos estarán por
delante de los sacerdotes y fariseos en el Reino. Jesús no rechaza a nadie.
Quienes se creen en posesión de la verdad y no necesitan acoger ni perdonar, se
autoexcluyen.
Jesús no alaba a las personas por su
pecado, sino por estar mejor dispuestas a convertirse, a seguirle, a acoger la
Buena Noticia. Jesús es amigo de los pecadores y pecadoras oficiales, come con
ellos. Nunca evita el contacto con personas consideradas impuras, lo que le
convierte en impuro. Toca leprosos y los cura. Se acerca a las personas más
discriminadas. Con insistencia provocadora repite que los “últimos serán los
primeros”. La actuación de Jesús sigue resultando escandalosa y sorprendente. ¿Nos
caracterizamos sus seguidores y seguidoras por actuar como Él?
4 de octubre: san Francisco de Asís
Nacido en una familia acomodada,
renuncia a sus bienes y se entrega, como hermano y menor, a Dios, siguiendo la
pobreza y humildad de Cristo.
Hermano de todos y todas las criaturas, compone el Canto
de las Criaturas, himno de alabanza a Dios.
Es el santo más parecido a Jesús: el “alter Christus”.
Quiso en todo imitarle, hasta el punto de concederle el Señor el don de las
llagas.
“Las avecillas que alimentó y la que pereció por voraz”
(2 Celano, 47)
Estando un día el bienaventurado
Francisco sentado a la mesa con los hermanos, aparecen dos avecillas, que, por
sus crías, recogen de la mesa unas migajas. El Santo las acaricia y les da de
comer.
Un buen día, presentan sus pajarillos a los hermanos, y,
confiándoselos, desaparecen. Los pajarillos se hacen a los hermanos, se posan
en sus manos...
El Santo invita a los hermanos a alegrarse:
- «Ved lo que han hecho
nuestros hermanos petirrojos, como si nos hubieran dicho: "Mirad,
hermanos, os dejamos nuestros hijuelos que se han alimentado de vuestras
migas"».
Así, los pajarillos se familiarizan y comen con ellos.
Pero la voracidad deshace la unión cuando la altanería de
uno mayor persigue a los más pequeños. Comiendo él por placer hasta hartarse,
impide que los demás coman.
- «Mirad -dice el Padre- a
ese glotón; no puede ver que los hermanos coman. Con muerte bien triste va a
desaparecer».
En efecto, el perturbador de los hermanos se posa, para beber,
sobre una vasija, y, cayendo de improviso en el agua, perece ahogado; y ni gato
ni bestia alguna osó tocar el ave.
“Cántico
de las criaturas”
Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre
de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa a su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
Adaptación del Canto de las Criaturas, de san
Francisco de Asís
“¿O es que sientes envidia
de que Yo sea bueno”
La llamada del
profeta a conversión ha de contar con la actitud del hombre, que se encuentra,
mentalmente, a distancia infinita de Dios: a ras de tierra en miras y
proyectos: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis
caminos” (Isaías 55,6-9).
Pero,
por parte de Dios, su cercanía a nosotros: “Cerca está el Señor de los que lo
invocan” (Sal 144,2-3. 8-9. 17-18).
La
parábola de los viñadores contratados a diferentes horas, que cobran todos lo
mismo, subraya que la combinación de la justicia y el amor consigue la mejor
justicia (Mateo 20,1-16).
San Pablo no piensa sólo en él (“deseo
partir para estar con Cristo”), sino también en el bien de los que sirve
(“quedarme en esta vida, veo que es más necesario para vosotros”) (Filipenses
1,20c-24.27a).
Dios es bueno con todos. Aunque creamos
que la actuación de Dios es injusta, Él va más allá de una aparente justicia.
Deberíamos alegrarnos de que Dios sea así.
“Los
últimos serán los primeros”
La parábola
muestra la situación de los judíos que se consideraban con todos los derechos,
y “titulares” de la promesa.
El dueño de la viña tiene trabajo para
todos y a todas horas, sin privilegios, diferencias ni excepción.
Cada persona tiene su hora, su día, su
edad..., de ver y aceptar su encuentro con Jesús. El dueño no paga por trabajo
realizado, ni por horas, sino por la acogida a su invitación.
Las personas que protestan no se quejan
de haber padecido una injusticia, pues recibieron el denario acordado. Sienten
envidia de que todos sean tratados igual. Es la actitud de quienes se creen
justos, con méritos y derechos ante Dios y se relacionan con Él, intentando
comprar SU salvación.
La parábola va al corazón del mensaje
de Jesús: el amor libre y gratuito del Padre y la forma de actuar de las
personas que se creen justas ante Él. Sobresale el valor de la justicia –se
paga el salario acordado- y el de la generosidad –se da más de lo esperado-.
¿Están presentes esos valores en mi vida y en mi relación con los demás? No es
invitación a "llegar tarde" o a trabajar menos, sino a evitar la
tentación de proyectar sobre Dios nuestros cálculos y nuestras medidas. Los
caminos y los planes de Dios son distintos de los nuestros (Primera lectura).
La bondad de Dios supera y desborda la
justicia. Dios es bondad, gratuidad, más allá de todo interés, de toda ley. No
actúa según nuestros méritos, sino según su bondad. ¿Pongo barreras a la
generosidad y bondad de Dios? ¿Pienso que merezco más premio y recompensa que
los demás?
“Los últimos y los primeros” nos puede
dar una pista de la diferencia entre nuestra manera de juzgar y la de Dios.
¿Qué hago para que los últimos sean los primeros?
“La
cebolla”
Había una vez una vieja muy mala que
murió.
La
mujer no había realizado en su vida ni una sola acción buena y la echaron en el
lago de fuego. Pero el ángel de la
guarda que estaba allí pensó:
- ¿Qué buena acción podría recordar
para decírselo a Dios?
Entonces
recordó algo y se lo manifestó:
- Una vez arrancó de su huertecillo
una cebolla y se la dio a un pobre.
Dios
le respondió complacido:
- Toma tú mismo esa cebolla y échasela
al lago de forma que pueda agarrarse a ella. Si puedes lograr sacarla del
fuego, irá al paraíso, pero si la cebolla se rompe tendrá que quedarse donde
está.
El
ángel corrió hasta donde estaba la mujer y le alargó la cebolla:
- Toma, mujer, agárrate fuerte, vamos
a ver si te puedo sacar.
Y
comenzó a tirar con cuidado. Cuando ya casi la había sacado del todo, los demás
pecadores que estaban en el lago de fuego se dieron cuenta y empezaron todos a
agarrarse a ella para poder también salir de allí.
Pero
la mujer era mala, muy mala, y les daba patadas diciendo:
- Me van a sacar sólo a mí, no a
vosotros: es mi cebolla, no la vuestra.
Pero
apenas había pronunciado estas palabras, cuando la cebolla se rompió en dos y
la mujer volvió a caer en el lago de fuego. Allí está hasta el día de hoy.
El
ángel se echó a llorar y se fue”.
F. Dostoievski
“¡No
olvides, Señor!,”
enviarme a sembrar ilusiones,
a llevar esperanza, donde no la hay.
“¡No
olvides, Señor!,”
y, si no te escucho,
manda el aliento de tu Santo Espíritu,
para que, ajustándome con salario divino,
-ser feliz haciendo lo que yo hago-,
nunca me canse de trabajar con el arado de mis manos.
“¡No me
olvides, Señor!”
Si me destinas a formar una familia,
que sea responsable en su crecimiento humano y espiritual;
si a proclamar tu Palabra, que lo haga nítida y sensatamente;
si a ejercer la caridad, que no me fije en lo que doy.
“¡No me
olvides, Señor!”
¡Tengo tanto miedo de no ser tu asalariado!
¡Tengo tanto temor de que no cuentes conmigo!
¡Tengo tantas dudas de si estoy trabajando tu viña
o si, por el contrario, estoy trabajando mi terreno!
“¡No me
olvides, Señor!”
Si me ves reticente, empújame con el auxilio de tu Gracia;
sorpréndeme con nuevos proyectos e ilusiones;
levántame cuando no produzca el fruto deseado.
“¡No me
olvides, Señor!”
Y, si no acierto a la hora de podar tu viña, perdóname.
Y, si exijo algo que no es mío; que recupere la paz.
Y, si las tormentas se desatan; dame un poco de calma.
“¡No me
olvides, Señor!”
Que, hoy más que nunca, quiero ir a tu viña,
porque trabajar para Ti es el mejor salario que he recibido.
A lo dicho, Señor… No pases de largo… Quiero trabajar contigo.
Javier Leoz
“¿Si tú no perdonas,
cómo te atreves a pedir perdón?”
La justicia del “ojo
por ojo” tuvo correctivo en el mandamiento del perdón (Lv 19,17-18). «¿Cómo
puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?.»
(Eclesiástico 27,33-28,9).
Miremos a Dios: El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102,1-2. 3-4. 9-10.
11-12).
El Evangelio es el pregón de perdón total
y de liberación completa. El antiguo deudor perdonado no puede convertirse en
opresor. La Eucaristía es reconciliación y la exige entre los hermanos (Mateo
18,21-35). “El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo” (Colosenses
3,13a)
El cristiano sólo admite a un único
Señor, tanto en vida como en muerte. Por eso, se niega rotundamente a
inclinarse ante cualquiera que pretenda actuar como «Señor» y no como servidor
de todos (Romanos 14,7-9).
Es muy evangélico, saludable y bello
pedir perdón y otorgarlo -¡y olvidar!: ¡qué peso se nos quita y qué paz nos
produce!
“No siete, sino setenta
veces siete”
Pedro
plantea a Jesús el perdón. Creía proponer el colmo de la generosidad: siete es
muchas veces. El tope era cuatro. ¿Perdono con facilidad? ¿Tiendo a sentirme
ofendido? ¿Trato de no ofender?
Jesús corrige a Pedro: la cuestión no
es perdonar muchas veces, sino siempre. El perdón es la consecuencia del amor y
el amor no tiene límite. Jesús pasa del legalismo generoso al perdón
incondicional, gratuito, sin medida... de Dios. No hay nada más liberador y más
exigente que el amor-perdón gratuito y sin límite hacia todo y hacia todos.
En Jesús el perdón está presente no
sólo en sus palabras sino, sobre todo en sus obras: perdona constantemente y
hace del perdón uno de los temas básicos de su predicación y de su actuación.
No es cuestión de números, sino de cambio de mentalidad. No hay que llevar
cuenta de las ofensas que nos hacen, o que creemos que nos hacen. El perdón a
los demás no es la condición para que Dios nos perdone, sino la consecuencia de
sentir y disfrutar el amor y el perdón de Dios.
El perdón nace de la experiencia de
sentirse querido y perdonado. Quien siente la misericordia y el perdón del
Padre no puede andar calculando los
límites del perdón. Quien no reconoce y olvida lo mucho que se le perdona, se
vuelve duro de corazón consigo mismo y con los demás.
No se trata de que Dios se porta como
nosotros nos hayamos portado: se trata de que nosotros hemos de portarnos con
los demás como Dios se porta con nosotros: Dios es Amor. El amor es lo que
caracteriza a los seguidores y seguidoras de Jesús: "En esto conocerán que
sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros". Y uno de los aspectos
más expresivos del amor es el perdón.
“¿Apariciones?”
Un
cura estaba harto de una beata que todos los días le venía a contarle
revelaciones que Dios personalmente le hacía.
Semana tras semana, la buena señora
entraba en comunicación directa con el cielo y recibía mensaje tras mensaje.
Y el cura, queriendo desenmascarar
de una vez lo que de superchería había en tales comunicaciones, dijo a la
mujer:
-
Mira, la próxima vez que veas a Dios dile que, para que yo me convenza de que
es Él quien te habla, te diga cuáles son mis pecados, ésos que yo solo conozco.
Con esto pensó el cura que la mujer
se callaría para siempre. Pero a los poco días regresó la beata.
-
¿Hablaste con Dios?.
-
Sí.
-
¿Y te dijo mis pecados?.
-
Me dijo que no me los podía decir porque los ha olvidado.
Con lo que el cura no supo si las
apariciones aquellas eran verdaderas. Pero supo que la teología de aquella
mujer era buena y profunda: porque la verdad es que Dios no sólo perdona los
pecados de los hombres, sino que una vez perdonados, los olvida. Es decir, los
perdona del todo.
Aprendamos a perdonar, ¡¡¡de
verdad!!!
“¡Cuánto cuesta,
Señor,!”
ofrecer el perdón,
cuando se recibe el silencio o la mofa;
comprobar que la misericordia
la derramo con cuenta gotas:
a quien quiero, a quien más quiero y cuando yo quiero.
Qué difícil es perdonar y cuánto cuesta, Señor,
sabiendo que mi corazón no es tan grande como el tuyo,
siempre dispuesto a comenzar de nuevo.
“¡Cuánto
cuesta, Señor,!”
ser siervo del perdón y no del orgullo;
arrodillarme ante el que me injuria
o cerrar los ojos ante el que me denigra;
decir “lo intentaré de nuevo”, a pesar de la traición,
o disculpar los golpes recibidos.
“¡Cuánto
cuesta, Señor,!”
abrazar tu evangelio sabiendo que el perdón,
sin límites y sin farsa, sin miedos ni fronteras,
es el resumen de tu paso entre nosotros,
de tu vida en medio de la nuestra,
más allá de teorías y de discursos
“¡Cuánto
cuesta, Señor,!”
vivir sin sentirse perdonado
y vivir con la conciencia de no haber disculpado;
romper con las historias pasadas para iniciar un nuevo rumbo,
sin pensar en vencedores ni derrotados.
“¡Cuánto
cuesta, Señor,!”
ser generoso, ofreciendo semillas de reconciliación;
decir “lo siento” o “te perdono”; aun a sabiendas
que la llave del cielo es perdonar siempre.
Dime, Señor, cómo hacerlo.
Javier
Leoz
“Si miras por tu
hermano,
habrás
salvado su vida y la tuya”
El profeta debe denunciar el mal y al malvado para
que pueda convertirse (Ezequiel 33,7-9).
Jesús
establece un proceso en la corrección fraterna: primero el diálogo, después los
testigos, finalmente llevar el caso a la comunidad. No sirve lo de “decirle
cuatro palabritas” o “cantar las cuarenta”. No debe ser hacerse porque irrita,
ni por ser “martillo de herejes”. Como hermanos, somos responsables unos de
otros. Nos debería doler, como en carne propia, el mal camino del hermano, y
desear, porque le queremos, su bien. Por eso, nos acercamos a él y le ayudamos
para que enmiende su camino, porque deseamos su felicidad. ¡Qué gran don y
signo de amor es la corrección fraterna! (Mateo 18,15-20).
Porque
todos los mandamientos, han de estar impulsados por el amor al prójimo (Romanos
13,8-10).
Así
que, atentos a la voz de Dios y del hermano: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No
endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94,1-2. 6-7. 8-9).
“todo lo que desatéis en la tierra quedará
desatado en el cielo”
La
corrección fraterna supone mirada limpia y profunda, encuentro fraterno, y opción por el prójimo.
El Evangelio muestra la actitud que
debe existir en la comunidad: misericordia como la del Padre. La comunidad es
grupo de hermanos en el que las murallas de clases sociales, prejuicios,
privilegios, se han de derribar para que nazca la comunidad.
Jesús nos anima a ayudarnos mutuamente
a ser mejores. Es una invitación a reflexionar sobre nuestras relaciones con
los demás. ¿Estamos más habituados al lenguaje de la responsabilidad y la culpa
que al del amor y la gratuidad?
La comunidad de Jesús no está formada
por “buenos y malos”, “perdonados y perdonadores”, “jueces y reos”, sino por
hermanos que se quieren y se ayudan. ¿Los grupos, las parroquias, son la
comunidad que Jesús pensaba y quería?
Jesús habla de “atar o desatar”. De
nosotros depende. Jesús apostó por “atar” su vida a las personas empobrecidas,
enfermas, víctimas de la corrupción y de la injusticia, “desatándolas” de todo
tipo de exclusión y opresión. Su vida es signo de acogida, liberación y perdón.
Modelo y ejemplo para la nuestra.
El encuentro fraterno, siendo
plenamente humano (“ponerse de acuerdo”), es signo eficaz de la presencia
liberadora de Jesús. En la oración y por la oración aprendemos a vivir en
confianza incondicional. Nos convertimos en cauce de la presencia, acogida,
solidaridad, ternura... de Jesús, los unos para los otros. Nuestra tarea es
ayudarnos mutuamente a ser personas más humanas, más libres y más felices,
caminando juntos hacia la fraternidad universal.
“La corrección”
Una leyenda cuenta que el emperador
estaba de caza: al ir a buscar un ave que había caído en un maizal, quedó
admirado del cultivo; se olvidó de la presa y se dedicó a recoger las
magníficas mazorcas.
De
pronto, aparece el dueño y se sorprende al ver al mismísimo emperador frente a
él. En tono grave lo interpela:
- ¡Yo no sabía que el emperador
robase!
El
soberano sin argumentos le respondió:
- Tienes razón al decirme esto; te
devuelvo las mazorcas.
Pero
el campesino, con una sonrisa, le dice:
- Majestad, es una broma. No tiene que
devolverme nada. Es un honor que se lleve los frutos de mi trabajo.
El
emperador insistía en devolverlas y el súbdito que se las quedase. Finalmente
el emperador dijo:
- Está bien: yo recibo tus mazorcas
como un regalo, pero tú tendrás que aceptar un obsequio de mi parte. Te doy mi
capa. El campesino aceptó la
prenda. El monarca, apenas llega al palacio, convoca a su corte y con rostro
afligido les dice:
- Hoy ha ocurrido algo terrible: al
internarme en un maizal, salió a mi encuentro un hombre y me robó la capa.
Todos
exclamaron:
- ¡Es reo de muerte!
- ¡Vayan a buscarlo!, dijo el emperador.
Al
rato aparece el acusado, temblando de pánico.
El
emperador, entonces, se dirige a sus ministros:
- ¿Veis a este hombre? Él
vale más que todos vosotros. Porque hasta ahora nadie se atrevió a corregirme,
a decirme la verdad sobre mi conducta. Él lo hizo. Por eso, a partir de ahora,
quiero que esté siempre a mi lado y siga corrigiéndome.
“Hazlo...., pero con
amor”
Si los defectos dificultan mi camino,
ayúdame a superarlos, pero con amor.
Si avanzo en la dirección equivocada,
indícame el camino…., pero con amor.
Si algo de mí no te gusta y te hiere,
házmelo saber….pero con amor.
Si mi vida se dispara hacia un túnel sin salida
adviértemelo…., pero con amor.
Si soy egoísta o vanidoso, si la envidia no me deja ser feliz,
si tengo mil vicios o caídas, dímelo…., pero con amor.
Si no soy como tengo que ser, no quieras que sea como tú,
pero si tú vives en la verdad y yo en la mentira,
dime cómo se sale de ella…., pero con amor.
Si me falta corazón y caridad,
reza por mí….., pero hazlo con amor.
Si estoy mal conmigo mismo y con los demás,
si me encuentro agarrotado por la soberbia,
si hace tiempo que perdí el norte de mi existir,
mírame a los ojos…., pero hazlo con amor.
Si pensamos de forma diferente,
si crees que podemos caminar juntos, si todavía confías en mí,
lo intentaremos de nuevo….., pero con amor.
Una cosa te digo:
Si piensas que sólo soy yo el que fallo;
si crees que sólo soy yo el falto de caridad;
si crees que tú eres el santo, el bueno y el sabio,
no me digas entonces nada…
Porque entonces es cuando me daré cuenta
que tú tampoco dejas actuar a Dios.
Dime lo que quieras…, pero eso sí…hazlo con amor. Amén.
Javier Leoz
“¿De qué le sirve a un
hombre ganar el mundo entero,
si
malogra su vida?”
El profeta, seducido
por Dios, acoge su misión, que le introduce en un camino de oprobio y desprecio,
de dolor. Por más que intenta contenerla, no puede, la palabra en sus entrañas
es fuego ardiente (Jeremías 20,7-9).
Pedro, nombrado antes jefe por Jesús, por
su confesión, pretende ahorrarse la persecución. Por eso, es llamado «Satanás».
Y es que, sólo gracias a esta muerte, tan escandalosa siempre, es posible la
resurrección. La muerte implica negarse a malograr la vida, buscando una forma
de vivir paradójica, donde perder es ganar, y morir, resucitar (Mateo
16,21-27).
Pablo nos pide que no nos ajustemos a
«este mundo», sino a los valores del Reino, y presentemos nuestros cuerpos como
un sacrificio santo, agradable a Dios (Romanos 12,1-2).
Ésa es la agonía del cristiano: que no
podemos vivir sin Dios (“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío: Sal 62,2.
3-4. 5-6. 8-9) y que, con Él, sabemos que nos espera la entrega, que implica
negación y la cruz, en la esperanza de la resurrección.
“Tú piensas como los
hombres, no como Dios”
La fe cristiana no es “pensar correctamente
sobre Jesús”, sino vivir como vivió Él.
Tras
la confesión de Pedro, Jesús explica las consecuencias de su Mesianismo. La
muerte es inevitable. Pero no porque Dios quiera que muera, ni porque Jesús ame
la cruz, ni la quiera para sus seguidores. Es Dios del Amor, de la Vida, de la
Alegría. La muerte de Jesús en la cruz es la consecuencia del fanatismo, el
miedo y la oposición de los líderes. Tras la muerte, la resurrección. ¿Vivo los
acontecimientos a la luz de la resurrección?
Pedro
no acepta las palabras de Jesús. No es capaz de encajar el fracaso. Tiene que
aprender a ser discípulo. Pedro, como nosotros, está entre la confianza y la
duda, la confesión y el miedo. No quiere el sufrimiento de Jesús ni el suyo.
Jesús
dice a Pedro –y a nosotros- que no se ponga delante como obstáculo, sino
detrás, como discípulo. Es una invitación a caminar por la senda que Él va
marcando. El discípulo está llamado a seguir a Jesús cada día, dejando que Él
programe su presente y su futuro.
Todos
corremos el riesgo de "pensar como los hombres" y no "como
Dios": afán de riquezas, honores, privilegios, poder y no austeridad,
solidaridad, compasión, compromiso...
El
seguir a Jesús no significa dejar algo, sino haber encontrado a Alguien. Jesús
no nos invita a sufrir, nos invita a amar. Quien le siga acabará “triunfando”.
Renunciar a sí mismo, cargar con la cruz, no es renunciar a la vida plena y
feliz, sino optar por una felicidad más profunda: la felicidad que nace de la
práctica del amor compartido. Así, toda “renuncia” es fuente de alegría y de
paz.
“La fuerza de la Cruz”
En Barga, Italia, recrudecía la
guerra. Una mujer del pueblo se prodigaba en obras de caridad. Le hicieron
notar que podía caer en las garras de los alemanes. No obstante, continuó con
su obra.
Los partidarios de Hitler la capturaron y la llevaron a
Lucca. La metieron en la cárcel, la maltrataron y torturaron.
- ¿Es cierto que albergaba
a muchas personas en su casa?
- Sí
- ¿Eran ingleses enemigos?
- Eran todos hermanos
míos.
- ¿Hermanos? ¿Que uniforme
llevaban?
- Andrajos, ropas hechas
jirones.
- Díganos la verdad
-prosiguieron, apuntándole con el fusil en las sienes-, ¿eran partisanos?
- Sí, también partisanos
-respondió tranquila la mujer. Pero si queréis fusilar al responsable de lo que
he hecho en favor de tantos hambrientos, heridos, moribundos, no tenéis que
matarme a mí, sino al que es el único culpable.
- ¿Quien es? Díganos
inmediatamente quién es, cómo se llama, dónde se encuentra. Enseguida, ¡ahora!
¿Quién es?
Entonces, la mujer sacó reverentemente del bolsillo un
crucifijo, lo levantó delante de los fusiles de aquellos soldados y dijo:
- ¡Aquí lo tenéis,
fusiladlo!
Los ojos de esos hombres se humedecieron y bajaron sus
fusiles.
Si uno
quiere salvar su vida, la perderá;
pero
el que la pierda por mí, la encontrará.
“Cogeré tu cruz, Señor,”
Pues su madera es escalera
que conduce a la Resurrección.
Cogeré tu cruz, Señor,
pues su altura es altura de miras
para los que, cansándose,
saben compartir y repartir.
¡Cogeré tu cruz, Señor¡
pues sus clavos pasan la carne, pero no matan la fe.
Es la fe quien a la cruz le da otro brillo y hasta otro color:
ni es tan cruel ni es definitiva.
Después de la cruz, vendrá la vida.
¡Dame tu cruz, Señor!
Merece la pena arriesgarse por Ti;
merece la pena sembrar en tu campo;
merece le pena sufrir contratiempos;
merece la pena adentrarse en tus caminos,
sabiendo que Tú los recorriste primero.
¡Cogeré tu cruz, Señor!
Enséñame dónde y cómo, indícame hacia dónde;
háblame cuando, por su peso,
caiga en el duro asfalto.
Quiero coger tu cruz, Señor,
porque ideales como los tuyos
tienen y se pagan por un alto precio.
Quiero coger tu cruz, Señor,
porque es preferible,
en el horizonte de los montes,
ver tu cruz
que el vacío del hombre errante.
Amén.
Javier Leoz
“Y tú,
¿Quién
dices que soy yo?”
La elección de un
nuevo mayordomo real da pie al profeta para hablar del Dios que guía la
historia. El ritual (llamada, vestición, poder, paternidad sobre el pueblo) con
su poder de abrir y cerrar se repite en Jesús al elegir a Pedro, como piedra
sobre la que edificará su Iglesia (Isaías 22,19-23).
La autoridad concedida a Pedro es una
consecuencia de la profesión de fe, ante la pregunta de Jesús: “¿quién decís
que soy yo?”. Esa profesión de fe, no triunfalista, sino humilde («no decir que
Él era el Mesías»), que otorga el servicio de la autoridad, se ha de dar con
los labios, con el corazón y con el testimonio elocuente de la vida (Mateo 16,13-20).
La fe no es el resultado de
investigación, de búsqueda racional, sino la respuesta a una interpelación de
Dios, cuya elección y misión nos hace ver lo insondable de sus decisiones y lo
irrastreable sus caminos (Romanos 11,33-36).
Ante esto digamos: “Señor, tu
misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos” (Sal 137,1-2a.
2bc-3. 6 y 8bc).
“¿Quién decís que soy
yo?”
Todo sucede “por el camino”, en la
vida diaria: ahí se juega todo. Cuando Jesús sube a Jerusalén, quiere saber lo
que la gente piensa y siente.
Mientras exponen la opinión de los demás, los discípulos
van expresando lo que piensan ellos. Le asocian a personajes del pasado. No han
captado la originalidad y novedad de su Persona y su Mensaje.
Pero en un momento, la pregunta se dirige a ellos: ¿Y
vosotros……? Es la pregunta concreta, trascendental, personal y definitiva. La
respuesta no puede ser teórica, sino práctica y vital. Ya no se trata de saber
cosas acerca de Él, sino de saber quién es Él. ¿Es Jesús para mí una doctrina o
una Persona que vive, me interpela y da sentido a mi vida? ¿Es mi Camino, mi
Verdad y mi Vida? Yo ¿qué digo de Jesús? ¿Qué dice la gente de lo que decimos
los cristianos de Jesús?
Pedro, como portavoz, responde con una profesión de fe:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. ¡Ojo!, creer no es una teoría, es
una forma de vivir y de dar sabor a la vida.
Cuando confesamos nuestra fe en Jesús, Él nos cambia el
nombre y la vida. La “piedra” de nuestra fe es el servicio y compromiso. Pedro,
a su vez, llamará a todos los cristianos «piedras vivas» (I P 2,4-10), porque todos forman la
comunidad de Jesús, asentada sobre un fundamento sólido: la fe. La
bienaventuranza, la tarea, la misión, el encargo de Jesús es para todos los que
nos consideramos cristianos.
Lo que convence no son las palabras, sino los hechos, la
vida. Se trata de que, personal y comunitariamente, nuestro estilo de vida,
nuestra actuación, nuestra organización y nuestras estructuras hagan visible al
Jesús del Evangelio.
“Un monaguillo dice
quién es Dios”
Los domingos
por la tarde, el sacerdote y su monaguillo repartían hojitas sobre Dios. Un domingo
hizo mucho frío y llovía. El sacerdote dijo que no saldrían. El monaguillo, no
obstante, y a escondidas, salió. Repartió todas las hojas, y le quedaba una:
fue a la primera casa que vio, tocó el timbre y esperó; volvió a tocar y
esperó. Así, varias veces y cada vez más insistentemente. Por fin, salió una
señora con mirada triste y le preguntó:
-
¿Qué puedo hacer por ti, hijo?
Con ojos radiantes y sonrisa amplia, el
niño dijo,:
-
Señora, lo siento si la he molestado, pero sólo quiero decirle que DIOS
REALMENTE LA AMA-, y le entregó la hojita.
-
GRACIAS, HIJO, y que Dios te bendiga.'
El siguiente domingo, en la misa, el
sacerdote preguntó si había alguien que tuviese un testimonio que quisiera
compartir. Una señora, con mirada radiante, se puso de pie.
-
Nadie en esta iglesia me conoce. Nunca he estado aquí. Mi esposo murió
dejándome sola. El domingo pasado fue un día frío y lluvioso, y también lo fue
en mi corazón, ya que no tenía esperanza alguna, ni ganas de vivir. Entonces,
tomé una silla y una soga, me subí a la silla y puse la soga alrededor de mi
cuello. Estaba a punto de tirarme, cuando de repente escuché el sonido del
timbre de la puerta. Esperé, pero el timbre de la puerta cada vez era más
insistente. Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta. Cuando abrí, vi
al más radiante y angelical niño, que dijo con voz de querubín: 'Señora, sólo
quiero decirle que DIOS realmente la ama´. Eso me impactó profundamente. Como
ven, ahora soy una feliz hija de Dios.
Todos lloraban en la iglesia. El
sacerdote abrazó al monaguillo, llorando desconsoladamente.
“Te confieso que no lo
sé, Señor.”
Digo amarte,
cuando media hora en tu presencia
me parece demasiado.
Presumo de conocerte
y, ¡cuántas veces el Espíritu
me pilla fuera de juego!
Te sigo, escucho y miro, una y otra vez,
y voy hacia senderos distantes de Ti.
Te confieso, Señor,
que no sé demasiado de Ti;
que tu nombre me resulta complicado
pronunciarlo y defenderlo en ciertos
ambientes;
que tu señorío lo pongo con frecuencia
debajo de otros señores, ante los cuales doblo
mi rodilla.
Te confieso, Señor,
que mi voz no es
lo suficientemente recia ni fuerte,
como lo es para las del mundo.
Te confieso, Señor,
que mis pies
caminan más deprisa por los derroteros
que el placer, las prisas, los encantos o el
dinero me marcan.
Te confieso, Señor,
que, a pesar de todo,
sigo pensando, creyendo y confesando
que eres el Hijo de Dios.
Haz, Señor, que allá por donde yo camine,
lleve conmigo la pancarta de “soy tu amigo”;
haz, Señor, que allá donde yo hable,
se escuche una gran melodía: “Jesús es el
Señor”;
haz, Señor, que allá donde yo trabaje,
con mis manos o con mi mente,
construya un lugar más habitable,
en el que Tú puedas formar parte. Amén.
Javier Leoz
“Que todos los pueblos
te alaben”
La comunidad nacida del exilio consolida
las bases de su nueva existencia: el templo, el culto, la ley. Entre sus notas
está el universalismo, aunque en lenguaje proselitista. El templo de Jerusalén
es «casa de oración» para todos los pueblos (Isaías 56,1. 6-7).
Jesús sabe que su misión
«personal» se reduce a los judíos. Pero la urgencia del amor, hoy concretado en
la cananea (”¡qué grande es tu fe!”), obliga a hacer la excepción. Ya hoy no hay extranjeros: todos somos conciudadanos en el banquete
de los hijos de Dios (Mateo 15,21-28).
Pablo espera que el pueblo de
la Alianza y las promesas pueda volver a la salvación que Dios le ofreció primero.
Ni antes los judíos ni ahora los paganos pueden creerse privilegiados. Dios no
está obligado a ningún pueblo, a ninguna civilización, a ninguna dinastía
(Romanos 11,13-15.29-32).
Abramos,
pues, la mente y el corazón, y digamos con el salmista: “Oh Dios, que te alaben
los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66,23. 5. 6 y 8).
“Mi casa es casa de
oración
y
así la llamarán todos los pueblos”
Dios ha
tenido un plan de salvación, que inició con el pueblo de Israel. A través de
ese pueblo, ha ido realizando su designio salvífico. Ello ha hecho que, en
ocasiones, se sintiesen, no sólo elegidos, sino también privilegiados frente
los otros pueblos. Con el tiempo, han ido abriendo las puertas a cualquier
persona que, como prosélito, cumpla las leyes del pueblo. Esta situación es la
que se recoge hoy en la primera lectura.
En ese pueblo y de ese pueblo Dios ha
elegido a una virgen de la que nació su Hijo.
Jesús es consciente de que su misión
personal acaba en las ovejas descarriadas de Israel. Además, encomienda a sus
discípulos que comiencen el anuncio de la Buena Nueva por Jerusalén. Pero
también, ciertos gestos, como con la cananea del Evangelio, como la centralidad
de la Galilea de los gentiles, como las palabras de la consagración (“por
vosotros y por todos los hombres”), y muchos otros, van dando a conocer que
Dios quiere que su salvación llegue a todos los pueblos.
La primera comunidad va a sufrir
ciertas tensiones, hasta que se va imponiendo la idea de la universalidad de la
salvación, de la que Pablo es adalid. Pero, al ser prosélito, sigue sintiendo
amor y dolor por el pueblo de la Alianza y las promesas, sentimiento que se
plasman en la segunda lectura.
La Iglesia es consciente de ello, y,
aunque con otra actitud, ora con el salmista: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.
Ya
“no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer; porque todos
sois uno en Cristo Jesús”. Nadie puede creerse con el monopolio de la
salvación. Dios no es mi Dios, ni tu Dios, ni nuestro Dios: es el Dios de todos
los pueblos.
“Lo que se pueda”
Un hombre dormía en su cabaña cuando
de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios. El Señor le dijo que
tenía un trabajo para él y le mostró una gran roca frente a la cabaña. Le
explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo
que el Señor le pidió, empujaba la piedra... y ésta no se movía. Todas las
noches el hombre regresaba cansado y sintiendo que sus esfuerzos eran en vano.
Satanás decidió entrar en el juego, trayendo pensamientos a su mente: "Has
estado empujando esa roca por mucho tiempo y no se ha movido". Hizo creer
al hombre que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar
y que él era un fracaso”. Y le dijo:
- "¿Por qué
esforzarte todo el día en esta tarea imposible? Sólo haz un mínimo esfuerzo y
será suficiente".
El hombre pensó en ponerlo en práctica pero antes decidió
orar al Señor y confesarle sus sentimientos:
- "Señor, he empleado
toda mi fuerza en conseguir lo que me pediste, pero aun así, no he podido mover
la roca ni un milímetro. ¿Porqué he fracasado?".
El Señor le respondió con compasión:
- "Querido hijo:
Cuando te di el trabajo, te dije que la tarea era empujar la roca con todas tus
fuerzas. Nunca dije que esperaba que la movieras. Ahora vienes a mí, sin
fuerzas, a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste? Mírate:
ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tus manos callosas y resistentes.
Has ejercitado la Fe, la perseverancia y la constancia. Tal vez no has movido
la roca, pero lo que se te pidió lo has hecho. Ahora, querido amigo, juntos
moveremos la roca".
“¿Me lo concedes,
Señor?”
Un deseo para mi vida:
creer sin desfallecer;
un deseo para mi gente:
que te quieran como yo te quiero;
un deseo para mis enemigos:
que podamos darnos la mano.
¿Me lo concedes, Señor?
Un deseo para mi cuerpo:
que sea fuerte y, con mi voz, y mi garganta,
con mi corazón y mis manos,
con mis pies y todo mi ser…,
te pueda seguir dando gloria.
¿Me lo concedes, Señor?
Un deseo para mi alma:
que el maligno no habite en ella;
un deseo para mis días:
que no busque lo que no me corresponda;
un deseo para mi Iglesia:
que nunca se canse de mirar hacia Ti;
un deseo para mis ojos:
que sepan descubrirte en todo y sobre todo.
¿Me lo concedes, Señor?
Un deseo para mi pobre oración:
que sea sincera y no interesada;
un deseo para mi caridad:
que sea gratuita y para todos;
un deseo para mi esperanza:
que siempre espere y nunca te deje de lado.
Me lo concedes, Señor-
Amén.
Javier
Leoz
“¡Qué poca fe!”
Elías, en crisis,
vuelve a los orígenes: el monte santo, donde Dios se manifestó a Moisés. Yahvé
presenta una nueva faz: no se le revela en los grandes fenómenos naturales,
sino en el silencio y el susurro (1º Reyes 19,9a. 11-13a).
Las dificultades también acosan a los
discípulos en ausencia de Jesús: la barca es sacudida por las olas, porque el
viento es contrario. La presencia de Jesús sobre las aguas es manifestación del
poder de Dios. Pedro desea tener esa fuerza del maestro, pero aún le falta fe,
y zozobra (Mateo 14,22-33).
Pablo, antes judío, aunque se ve
perseguido por ellos, no adopta una actitud de desprecio: está dispuesto a
darlo todo por aquellos hermanos (Romanos 9,1-5).
En la dificultad, sea con el susurro o
con grandes manifestaciones, Dios está cercano y es fuerza para sus fieles que
recurren confiadamente a Él: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación” (Sal 84,9ab-10. 11-12. 13-14).
“¿Por qué dudas”
La Palabra presenta hoy las actitudes del
creyente ante la dificultad.
Elías,
acostumbrado a la actuación portentosa de Dios, ahora se ve perseguido, cansado
y derrotado. Está en momentos bajos, en tiempo de crisis. Le molesta todo, se
cree con derecho a todo. El ángel del Señor le comunica que el Señor va a
pasar, y él aguarda su llegada. Quiere y desearía que Dios se manifestase
fuerte frente a sus perseguidores. Sin embargo, Dios no se muestra en grandes y
maravillosas teofanías: tras el viento huracanado, terremoto, fuego, signos de
la imagen que el profeta tiene de Yahvé, el simple susurro es el signo de su
presencia. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro.
El
grupo de los discípulos, en ausencia de Jesús, se siente amenazado por el
viento y las olas del mar de Galilea, signo del mal que acosa. La presencia de
Jesús, andando sobre las aguas, disipa sus temores y se centran en la
maravillosa teofanía, olvidándose de sus miedos. Pedro, siempre a la cabeza del
grupo, enardecido por su presencia, intenta emular al maestro y le pide andar
como Él sobre las aguas. Mientras mantiene su mirada en el maestro, se mantiene
a flote, pero, cuando mira al fondo, siente miedo, le falta confianza, es
hombre de poca fe, y necesita la mano salvadora del maestro.
Pablo
está en dura lucha con sus hermanos de antaño, los judíos, que tienden
continuos obstáculos a su labor. Cuando todo podría conducir a pensar que
arremetiese contra ellos, Pablo siente dolor y amor y, por el bien de mis
hermanos, los de su raza y sangre, quisiera incluso ser un proscrito
lejos de Cristo.
Ante cualquier
dificultad, recurramos confiados a Dios: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y
danos tu salvación”.
“El Alpinista”
Un alpinista se preparó para
conquistar el Aconcagua. Su deseo era tal que inició su travesía sin
compañeros, en busca de la gloria sólo para él.
Empezó a subir y se fue haciendo tarde pero decidió seguir
para llegar a la cima ese mismo día. La noche cayó. La luna y las estrellas
estaban cubiertas por las nubes.
A unos cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó
por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, tenía la terrible sensación de
ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo...y en esos angustiantes
momentos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su
vida. De repente sintió un tirón
muy fuerte que casi lo parte en dos... Como todo alpinista experimentado, había
clavado estacas de seguridad y se quedó amarrado de la cintura. En esos momentos
de quietud, suspendido por los aires sin ver absolutamente nada, no le quedó
más que gritar:
- "¡Ayúdame Dios mío,
ayúdame Dios mío!".
Una voz grave y profunda le contestó desde de los cielos:
- "¿Qué quieres que
haga?"
- "Sálvame, Dios
mío".
- "¿Realmente crees
que te puedo salvar?"
- "Por supuesto, Dios
mío", respondió.
- "Entonces, corta la
cuerda que te sostiene".
Siguió un momento de silencio y quietud. El hombre se
aferró más a la cuerda...
Al día siguiente, el equipo de rescate lo encontró muerto,
congelado, agarrado con fuerza, con las dos manos a la cuerda, colgado a SÓLO
DOS METROS DEL SUELO...
El alpinista no fue capaz de confiar en Dios.
“¡Señor, sálvame!,”
cuando, como Pedro,
quiera igualarme a Ti,
en la victoria sobre la dificultad,
en el poder sobre el mal.
¡Señor, sálvame!,
cuando, animado por Ti, rete a las mareas y al viento,
creyendo que yo solo puedo vencer los obstáculos.
¡Señor, sálvame!,
cuando me sienta orgulloso y soberbio
ante los retos y desafíos que me presenta la vida.
¡Señor, dame valentía!
para confiar en que contigo
la victoria está asegurada.
¡Señor, dame confianza!
para emprender nuevos caminos,
bien sea sobre la seguridad de la tierra,
bien, sobre la incertidumbre del mar con el viento y sus olas.
Si Tú estás conmigo,
sé que no tendré miedo;
sé que nunca zozobraré ni me hundiré;
sé que jamás fracasaré.
Si Tú estás conmigo,
no temo
el viento, ni las olas ni la tempestad,
porque Tú me quieres y me proteges,
porque me tiendes la mano y me alcanzas,
porque Tú me coges con fuerza y me aprietas junto a Ti.
Si Tú estás conmigo,
no me ahogaré en mis debilidades;
no tendré miedo en las dificultades,
porque no miraré al fondo del mar, del mal,
sino al horizonte de la luz, de la victoria.
Javier Leoz
“El Señor reina
altísimo sobre toda la tierra”
El Mesías recibe del Anciano, poder, honor y
reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirven (Daniel, 7,9-10. 13-14).
El
cristiano, tras haber contemplado la visión de Daniel repite con el salmista:
“El Señor reina altísimo sobre toda la tierra” (Sal 96, 1-2. 5-6. 9)
La Transfiguración es el anticipo del
final de Jesús en la forma deslumbrante: su Resurrección. Pero, también, la
presencia de los representantes de la ley, Moisés, y los profetas, Elías,
anuncian un triunfo que pasa por la pasión y la muerte. El creyente que acepta la
voz del Padre, luego, se encontrará con Jesús solo: sin aureolas, sin
providencialismos ingenuos, sin milagrerías (Mateo 17,1-9).
A
Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena: “Esta voz traída del cielo
la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada” (2 Pedro 1,16-19.
“Abres tu mano, Señor”
En la
Transfiguración, el Padre declara solemnemente en la montaña, ante Pedro,
Santiago y Juan que Cristo es el Hijo Unigénito, a quien deben escuchar y
seguir. Tras el anuncio de la Pasión, los apóstoles han quedado perplejos y
hundidos. Cristo, en su cuidada pedagogía, quiere que los apóstoles vislumbren
que, tras la inevitable Pasión, se encuentra el glorioso final de la
Resurrección. Por eso, suben (con todo el significado que tiene la subida, la
ascensión) a la montaña para que, alejándose de lo “terreno”, se acerquen a
Dios y vivan una experiencia única de encuentro con Dios. El resplandor del
rostro de Jesús, la blancura de sus vestidos, la presencia de Moisés y Elías,
hacen que se oiga la palabra expresiva y espontánea de Pedro: “Señor, ¡qué
hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías”. Después, seguirán los signos: la nube y la voz del
Padre.
Los
apóstoles pueden contemplar con sus propios ojos la gloria de la futura
resurrección y son testigos de ello. A Pedro se le ha quedado grabado
hondamente este momento: la voz del Padre «Esta voz traída del cielo la oímos
nosotros estando con él en la montaña sagrada».
Cristo ha recibido del Padre el poder y la gloria. Digamos gozosos:
“El Señor reina altísimo sobre toda la tierra”.
La Transfiguración nos recuerda que los creyentes somos imagen de
Cristo, que quizá tengamos que pasar por la inevitable Pasión (la Pasión es el
camino de la Resurrección), pero que esperamos su misma gloria, la Resurrección.
Mientras tanto oigamos la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo.
“La
cita de la estrella”
Dos monjes vivían en lo alto de la
montaña: mayor uno, joven el otro. El viejo era alto, seco, muy austero. Antes
de rayar el alba, ya estaba en oración. ¡Cómo resplandecía su rostro cuando
iluminaba el sol la cumbre!
El monje joven, era todo ojos, todo oídos, para escuchar
cuanto hacía y decía el Maestro. Sentía verdadera veneración.
La cumbre era ideal para la oración. El inconveniente era
hacer las compras en el valle y subir, cargados de alimentos.
A mitad de la pendiente bullía una fuente. El viejo monje
se acercaba a la fuente, ofrecía su sed a Dios... y pasaba de largo. Y Dios se
lo agradecía cada noche, haciendo brillar una estrella. Era como la sonrisa de
Dios, aceptando su renuncia.
Pero, un día, el anciano dudaba. No es que él necesitara
beber, pero aquel novicio... sudoroso, fatigado, los labios resecos, cargado
con el pesado saco de alimentos.
- ¿Qué hago? Si bebo, Dios
no me sonreirá esta noche con la estrella; pero si no bebo, tampoco beberá él y
desfallecerá. Beberé, antes es el amor. Dios mismo lo ha dicho.
Y lo hizo. También el joven novicio bebió largamente.
Cuando se hubo saciado, le dijo, sonriente, al Maestro:
- Gracias... ya no podía
más: me estaba muriendo de sed.
Reanudaron la marcha. Pero el viejo empezó a dudar:
- No debía haber bebido...
Treinta años privándome de beber... ¡Esta noche no se me aparecerá Dios en la
estrella amiga!
Por la noche, sus ojos no se atrevían a mirar al cielo.
Aquella noche no acudiría Dios a la cita en la estrella amiga. De reojo, miró y
gritó. Sus ojos no veían una estrella: veían dos.
Su viejo corazón de
ermitaño se desbordaba:
- Gracias por la
lección.... ¡Gracias, Señor!
(Prudencio
López)
“Cámbiame,
Señor.”
Para que,
mi rostro
al igual
que el tuyo,
sea
irradiación del Dios
que vive
en mí y tanto quiero.
Y,
descubriéndolo
como mi
todo y mi vida,
hable de
tal manera con El
que, en
el monte de mi existencia,
pueda
exclamar: ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Cámbiame, Señor.
Y que,
sintiéndome tocado por tu gracia,
no acalle
ni limite la voz que pregone tu poder,
la voz
que cante tus hazañas,
la voz
que alabe tu santidad y tu grandeza.
Cámbiame, Señor.
Que,
cuando la prueba me asalte en el camino,
sepa que
tu presencia me acompaña,
me guía,
me consuela y me empuja a seguir adelante.
Que,
cuando mire al cielo, como Tú miraste,
crea,
escuche y me embargue
la
presencia de un Dios que se fía de mí,
que
confía en mí y que espera tanto de mí.
Cámbiame, Señor.
Siendo
testigo de tu reino
de que
otro mundo todavía es posible,
porque
Tú, Jesús, eres el enviado,
el
Ungido, el preferido, el amado;
Aquel que
es capaz, por su obediencia,
de cambiar a toda la humanidad.
Javier
Leoz
“Donde está tu tesoro,
allí
estará tu corazón”
Salomón no pide
bienes personales, sino sabiduría y buen juicio para gobernar con rectitud al
pueblo. Ello agrada sobremanera al Señor (1º Reyes 3, 5. 7-12).
Dios y su Reino, cuando son descubiertos
con claridad, llenan de alegría, y se convierten, para el buscador de tesoros,
en el mayor tesoro y en la perla del mayor valor. Por Él se vende todo lo que
se posee y el hallazgo imbuye toda la vida y valores de la persona. El que hace
suyo el mandamiento del amor ha descubierto el «tesoro escondido» (Mateo
13,4¢52).
El amor a Dios, manifestado en la
elección, llamada, justificación y glorificación hace al creyente un optimista
ingenuo. Con esos dones y esa actitud comprende que todo, tanto lo malo como lo
bueno, es para bien (Romanos 8,28-30).
Lo que Dios quiere, su voluntad,
expresada en sus palabras, preceptos y mandatos hacen las delicias del
salmista: “Cuánto amo tu voluntad, Señor” (Sal 118, 57 y 72. 76-77. 127-128).
“Tu tesoro”
Jesús habla de la gran suerte que tiene quien encuentra un tesoro.
Lo importante no es a lo que renuncia, sino la inmensa alegría que supone
buscar y encontrar el Reino y optar por él como el mejor tesoro. Ese tesoro
está escondido en el campo de la vida diaria. La satisfacción y el premio es
seguir buscando, mientras caminamos y lo vamos construyendo. ¿He descubierto el
mayor Tesoro? ¿Qué necesito vender para conseguirlo?
Encontrar la mejor perla invita
a tomar una decisión, sitúa ante una nueva escala de valores.
Jesús nos invita a ser sus colaboradores. Hacer Reino de Dios es
colaborar con lo que Dios quiere: la felicidad de las personas, que no le falte pan ni sonrisa a nadie, que
seamos samaritanas para quien esté en la cuneta.
Jesús nos invita a arrojar la red y dejarle a Él todo lo
demás. Y avisa del peligro de dominar los procesos, los “cómos” y los ritmos de
Dios; tratar de adelantar el día del juicio, considerándose de los mejores
peces, con derecho a censurar, juzgar y condenar a los demás.
Jesús nos invita a aprender a convivir
hasta el final de la historia. La verdadera comunidad de los hijos e hijas de
Dios se manifestará al final, cuando estemos definitivamente libres de toda
clases de esclavitudes, mentiras, injusticias y muerte. Jesús pregunta si le
entendemos y espera respuesta.
Nosotros también hemos encontrado un
tesoro. Podremos vivir en alegría si lo desempolvamos, y hacemos que ese tesoro
se actualice continuamente. Jesús es plena y radical novedad. ¿Hago nuevo el
mensaje del Evangelio en mi entorno?
“Lo importante”
Un profesor, delante de sus alumnos de
filosofía, cogió un bote y procedió a llenarlo con pelotas de golf. Preguntó a
los estudiantes si el bote estaba lleno. Los estudiantes le respondieron que
sí.
El profesor cogió una caja de perdigones y los vació
dentro del bote. Estos llenaron los espacios vacíos que quedaban entre las
pelotas de golf. El profesor volvió a preguntar de nuevo a los estudiantes si
el bote estaba lleno, y ellos volvieron a contestar que sí.
Después el profesor cogió arena y la echó dentro. La arena
llenó todos los espacios vacíos y el profesor volvió a preguntar de nuevo si el
bote estaba lleno. En esta ocasión los estudiantes le respondieron con un sí
unánime.
El profesor, rápidamente añadió dos cervezas al bote. El
líquido llenó todos los espacios vacíos. Los estudiantes reían. Cuando la risa
se fue apagando, el profesor les dijo:
- "Este bote
representa la vida. Las pelotas de golf son las cosas importantes como la
familia, los hijos, los amigos, el amor, cosas que te apasionan. Aunque
perdiéramos el resto, vuestras vidas estarían llenas. Los perdigones son las
otras cosas que nos importan, como el trabajo, la casa, el coche..... La arena
es el resto de las pequeñas cosas.
Si primero pusiéramos la arena, no cabrían los perdigones,
ni las pelotas de golf. Lo mismo sucede con la vida. Si utilizáramos toda
nuestra energía en las cosas pequeñas, no tendríamos lugar para las cosas
importantes. Poned atención a las cosas que son cruciales para vuestra
felicidad.
Ocúpate primero de las pelotas de
golf, de las cosas que realmente importan. Establece tus prioridades, el resto
sólo es arena.
“¿Dónde estás, Señor?”
Me dicen
que te sembraron en mí …
y no te
encuentro.
Pregonan
que en el cielo te hallas,
y al
levantar la vista no te alcanzo.
Dicen que
en los destrozos apareces,
y…..no
llego a percibir tu presencia.
¡Dónde estás,
Señor!
¿Qué
tengo que vender para poder comprarte?
¿Qué
tengo que dejar para poder conseguirte?
¿Qué
parte de mi hacienda he de regalar,
para que,
Tú seas la definitiva riqueza y valor a mi vida?
¡No me
contestes, Señor!
Mis ojos
no te ven, porque andan distraídos;
mis manos
disfrutan más cuando acarician
el oro
del bienestar, de lo que cuenta y vale en la sociedad;
del
prestigio o del dinero, del buen nombre y buena vida…
sin el
más mínimo esfuerzo.
¡No me
contestes, Señor!
¡Bien sé
dónde se encuentra tu tesoro!
En el
silencio, que tanto hiere porque tanto me dice;
en la
humildad, donde la pequeñez tanto me asusta;
en la
sinceridad, que me convierte en diana de tantos dardos;
Ayúdame,
oh Cristo, a no perder el campo de tu tesoro:
La fe es
llave para poder amarte y descubrirte;
el amor
es bono seguro que cotiza en el cielo;
mi
perfección, para no convertirme en algo vulgar y solitario.
¡No me
contestes, Señor!
Soy yo
quien hoy necesito buscarte por mí mismo
y ponerte
en el lugar que te corresponde:
¡EN EL
CENTRO DE MI TODO! Amén
Javier Leoz
“Dejadlos crecer juntos hasta
la siega”
El sabio medita el pasado y ve que el poder de Dios
se manifiesta en la justicia y la misericordia, en la compasión y el perdón. El
justo, como el Señor, ha de ser “humano”
(Sabiduría 12,13. 16-19).
El Reino
de Dios no es únicamente plenitud de la felicidad humana, sino también una
historia, en la que se tendrá que entablar un combate constante entre el trigo
y la cizaña. Querer superar el combate antes del final de la historia es un
grave pecado de impaciencia. No estamos en el mundo para condenarlo,
sino para salvarlo (Mateo 13,24-43).
Conscientes
de la propia debilidad y limitación, de que no sabemos pedir lo que nos
conviene, hemos de impetrar la venida del Espíritu, para que venga en ayuda de
nuestra debilidad (Romanos 8,26-27).
La confesión que más ensancha el corazón
del ser humano es poder decir: “Tú, Señor, eres bueno y clemente” (Sal 85,5-6.
9-10. 15-16a)
“Tu poder es misericordia”
Las
parábolas revelan una imagen nueva de Dios: no es un triunfador, ni su obra es
esplendorosa, sino modesta (mostaza), no se realiza sin dificultades, sino
entre ellas (cizaña). Él es misericordioso y paciente.
La
parábola de la cizaña tiene actualidad. Hay defensores del pensamiento
único: nadie piense de manera distinta de quienes han decidido qué es trigo y
qué es cizaña. Se creen en posesión de la verdad, deciden sobre el bien y el
mal, y acabar con lo declarado malo. Es la pretensión de todos los fanatismos.
Mientras crecen, es difícil distinguir el trigo y la cizaña. El juicio de Dios
es paciencia, compasión e indulgencia, y respeta el ritmo de cada uno. Nada de
levantar muros, separar, arrancar, excomulgar.. ¿Soy paciente, compasivo y
misericordioso conmigo mismo? ¿Y con los demás?
Jesús
compara el Reino con el grano de mostaza: no es el cedro, lo poderoso,
sino la mostaza, algo débil, insignificante y pequeño. La parábola rompía todos
los esquemas: ¿cómo el poder de Dios va a salir de una semilla tan pequeña? ¿Y
el Dios grande y poderoso? Es una invitación a trabajar por el Reino, con
ilusión y esperanza, evitando el triunfalismo.
La
levadura es buen modelo para los cristianos: representa la acción
invisible, lo que no vemos. Fermenta en sí misma, e influye en todo lo que la
rodea. Lo inerte se hace vivo, lo insípido adquiere sabor. Es tener la
capacidad y la sencillez para transformar la convivencia humana desde dentro y
desde el fondo, sin hacer ruido, desapareciendo en la masa.
Nos
basta saber que la misericordia, la paciencia, la justicia, la compasión, el
amor, tienen nombre propio, Jesús. Lo nuestro es sembrar, cuidar el campo y
regar, para que la cosecha del Reino sea lo más fecunda posible.
“Mal que produce bien”
Dijo
un día el Maestro:
- “No estaréis preparados para
combatir el mal, mientras no seáis capaces de ver el bien que produce”.
Aquello
supuso para los discípulos una enorme confusión que el Maestro no intentó
siquiera disipar.
Al
día siguiente, les enseñó una oración que había aparecido garabateada en un
trozo de papel de estraza hallado en el campo de concentración de Ravensburg:
“Acuérdate, Señor,
no sólo de los hombres y mujeres
de buena voluntad,
sino también
de los de mala voluntad.
No recuerdes tan sólo el sufrimiento
que nos han causado.
Recuerda también los frutos
que hemos dado,
gracias a ese sufrimiento:
la camaradería, la lealtad,
la humildad, el valor,
la generosidad y la grandeza de ánimo
que todo ello ha conseguido inspirar.
Y, cuando los llames a juicio,
haz que todos esos frutos que hemos
dado
sirvan para su recompensa y su
perdón”.
Anthony de Mello
“¿Cómo se hace, Señor?”
Convivir con lo que no me deja vivir;
sembrar la bondad ante el mal;
animar al que me corta mis ilusiones;
levantar al que desea mi ocaso...
¿Cómo se hace, Señor?
Dejar que te acompañe el que piensa de
distinta manera;
defender el bien, cuando tan de moda está
el mal;
callar cuando mis labios me piden hablar;
hablar, cuando el evangelio me exige
callar...
¿Cómo se hace, Señor?
Mirar al mundo con un poco de optimismo;
volcarse en el mundo, brindando
esperanza;
andar por el mundo sin juicios ni
prevenciones...
¿Cómo se hace, Señor?
Apartar de mí, la parte de cizaña,
que hace que mi pensamiento esté
confundido;
apartar de mis pies la cizaña del
inmovilismo
de una fe fácil, sin trascendencia y
conformista;
apartar de mi lengua la cizaña de mis
malas palabras
que hieren, cortan, distancian, ofenden y
…
dicen ser yo menos malo y los demás menos
buenos.
¿Cómo se hace, Señor?
Alcanzar paciencia ante tanto que queda y
aguarda por hacer;
alcanzar paciencia, cuando ves que la
cizaña del mal
brota y se agiganta más rápidamente que
las semillas del bien.
¿Cómo se consigue todo eso, Señor?
Dame valor en la lucha, perseverancia en
mis obras,
ilusión en mi siembra, comprensión hacia
mis adversarios,
caridad en mis juicios, seguridad en mis
caminos,
esperanza en lo que hago, digo, y medito.
Amén
Javier Leoz
“Salió el sembrador a sembrar”
La
lluvia que fertiliza y la tierra que da frutos sirven al profeta para hacer
sentir a sus oyentes la potencia creadora de la palabra de Dios, que no vuelve
a su procedencia, sin haber cumplido su encargo (Isaías 55,10-11)
Con la
parábola del sembrador, Jesús anuncia que es preciso preparar esa tierra,
nuestro surco, para que Dios pueda sembrar su Palabra, que se ha hecho carne y
habita entre nosotros. Comulguémosla, para que transforme nuestro interior y
demos frutos de vida eterna (Mateo 13,1-23).
La
visión cristiana del mundo es optimista: aun lo trágico y doloroso es
considerado como dolores de parto, como tierra donde se pudre la semilla,
germina la Palabra, ya que sólo así puede dar fruto, en orden a alumbrar un
mundo mejor que éste (Romanos 8,18-23).
Por eso,
decimos con confianza: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto” (Sal
64,10abcd. 10e-11. 12-13. 14).
“Y la semilla dio fruto”
Jesús
habla desde el ambiente de los que escuchan. Utiliza parábolas para hacer
comprender su mensaje de ánimo, fe y esperanza. Convierte en buena noticia los
acontecimientos de cada día. ¿Tengo yo ese don?
El sembrador es Jesús y nos invita a confiar en Él y en su
Palabra. Nos recomienda recibir y ofrecer cada día semillas del Reino:
palabras, miradas, encuentros, silencios, armonía, fraternidad, amabilidad,
bondad, ayudas, … ¿Lo hago?
Lo fundamental son las distintas actitudes con que se
acoge el Evangelio: qué pájaros, dificultades, zarzas -¿la rutina, la
mentira, la superficialidad, el egoísmo, la prepotencia..?-, ahogan e impiden
el crecimiento de la Palabra de Dios en mi vida. ¿Ahogo la Palabra? ¿La
cultivo? ¿La hago vida?
La buena tierra son las personas que reciben el Reino y la
hacen germinar, en forma de alegría, paz, fraternidad, compasión... Por esas
características, ¿soy buena tierra
La Palabra es semilla que nos interpela personalmente, si la
dejamos enraizar. Nos ilumina, nos ayuda a discernir, nos estimula, nos
compromete. Es decisión libre y personal acoger o rechazar la Persona y su
Palabra. ¿Aprecio su Palabra?
En los que cierran los ojos, los oídos y el corazón, se
cumple la profecía de Isaías. Hay que tener los oídos, los ojos y el corazón
limpios y despiertos. ¿Mis palabras, mi vida, presentan el mensaje Jesús?
La explicación de la parábola es una invitación a que el
Evangelio no sea ahogado por las dificultades de la vida: egoísmo,
insolidaridad, desinterés, apatía..., que son los “demonios” que hacen el
corazón duro, cerrado, egocéntrico... El peor de ellos es negarlo con la vida.
¿Cuál es mi caso?
“La anciana y las semillas”
Un
hombre subía cada día al autobús para ir al trabajo. Una parada después, lo
hacía una anciana, quien abría una bolsa y, durante todo el trayecto, iba
tirando algo por la ventana, Un día, intrigado, el hombre le preguntó qué tiraba.
- ¡Son semillas! - le dijo
la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de
qué?
- De flores. Es que miro
afuera y está todo tan vacío... Me gustaría poder viajar viendo flores ¿Verdad
que sería bonito?
- Pero las semillas caen
en el asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros... ¿Cree que
sus semillas germinarán?
- Aunque algunas se
pierdan, siempre habrá una que brote.
- Pero...tardarán en
crecer, necesitan agua ...
- Yo hago lo que puedo
hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
El hombre pensó que la mujer había perdido la cabeza. Meses después, al mirar por la ventana,
el hombre vio todo el camino lleno de flores. Se acordó de la anciana, y
preguntó por la anciana al conductor. Éste le respondió:
- Hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
«Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le ha servido su trabajo? No ha
podido ver su obra». De repente, oyó la risa de una niña, quien señalaba
entusiasmada las flores...
- ¡Mira, papá! ¡Mira cuántas flores!
La anciana había hecho su trabajo, y dejó su herencia a todos los que la pudieran
recibir, a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices.
Dicen que el hombre, desde aquel día, hace el viaje de
casa al trabajo con una bolsa de semillas que va arrojando por la ventana.
“Siembra en mí, oh Señor,”
Tu Palabra en mi
corazón
para que nunca
los pájaros
impidan lo que
tienes para mí.
Tu Palabra en mis
labios
y que, por donde
yo avance,
sea pregonero de
tu Reino y de tu justicia,
de tu bondad, de
tu gracia y de tu poder.
Siembra
en mí, oh Señor,
Tu Palabra en mi
mente,
para que, cuando
el maligno me tiente,
sepa responder
con claridad y fortaleza
a todo lo que
pretende alejarme de Ti;
a todo aquello
que me confunde y me mata;
a todo aquello
que, presentándose como noble,
no es sino
confusión, abrojo, espina y zancadilla.
Siembra
en mí, oh Señor,
Tu Palabra en mis
pies:
Donde yo vaya,
deje huella de tu presencia.
Donde yo caiga,
tu mano siempre me alcance.
Donde yo
ascienda, sepa encontrarte.
Donde yo descienda,
sepa que Tú me esperas.
Siembra
en mí, oh Señor,
Profundidad
frente a la superficialidad.
Frutos de
eternidad frente a lo efímero.
Confianza, frente
a la desesperanza.
Animo frente al
pesimismo.
Siembra en mí,
aunque yo me resista;
aunque me vaya
por terrenos pedregosos;
aunque prefiera
ser contaminado
por el mal
sembrador que todo lo arruina. Amén.
Javier Leoz
“Aprended de mí,
que soy manso y humilde de
corazón,
y encontraréis vuestro
descanso”
Los últimos profetas siguen expresando su esperanza
en el descendiente de David, pero ya despojado del atuendo guerrero y
triunfante. Viene humilde y pacífico. Pero sigue siendo portador de la misma
justicia, paz universal, reinado de Dios en el mundo del hombre (Zacarías
9,9-10).
Jesús da
gracias al Padre por los sencillos y humildes a quienes se han revelado los
grandes misterios del Reino. A ellos les llama a acudir a Él para que remedien
su cansancio y su agobio (Mateo 11,25-30).
«Espíritu»
y «carne» siempre están trabando una lucha sin cuartel. Solo quien se deje
guiar por el Espíritu, participará de la resurrección gloriosa de Cristo
(Romanos 8,9.11-13).
El Reino
tiene un solo Rey, Dios, a quien el salmista se dirige: “Te ensalzaré, Dios
mío, mi rey, bendeciré tu nombre por siempre jamás” (Sal 144,1-2. 8-9. 10-11.
13cd-14).
“Te doy gracias, Padre”
El Evangelio dice que Jesús oraba y el
contenido de su oración era de alabanza y bendición. ¿Mi oración es también
agradecimiento y alabanza, no sólo petición?
Su oración denuncia a los sabios y prudentes, los que se han
apoderado de la “llave de la ciencia” y se preocupan más de las normas que de
las personas, descuidando así lo fundamental: la justicia y la misericordia. No
entran ni dejan entrar en el Reino. Mi actitud vital, mi oración ¿es legalista?
Su oración alaba al Padre por los sencillos. Ellos se dejan
inundar por la Buena Noticia, están abiertos a su novedad y se dejan llenar de
su felicidad. Tienen profunda sabiduría, fe estimulante y encuentran descanso y
sosiego en Jesús. Necesitan a Dios, saben escuchar, y se sorprenden de sus
obras en la vida de cada día. ¿Soy sencillo de corazón?
Jesús nos muestra su íntima relación con el Padre. Nos
ofrece el retrato de Dios, perdonando, curando, salvando, liberando, acogiendo,
sintonizando con quienes sufren, ilusionando, mostrando predilección por los
despreciados y mal vistos por la
sociedad. Vivir como Él vivió es la fuente de auténtica felicidad. ¿Vivo
ilusionado y contagiando ilusión?
La invitación a venir a Él a todos los que están cansados y
agobiados es invitación a los pequeños, los empobrecidos, los oprimidos, los que sufren injusticia,
rechazo, marginación... Es mensaje de ánimo, liberación y esperanza. ¿Me siento
así?
Cargar con el yugo de Jesús es aprender de Él. El yugo de
Jesús es lo contrario de los fardos pesados de los fariseos; su propuesta es fuente a alegría, brota del
amor, libera. Jesús nos invita a cambiar el yugo de la ley por el suave, ligero
y liberador yugo de la Buena Noticia. Mi yugo ¿pesado o ligero?
“El último monje”
Nuestra Señora, con el Niño
Jesús en sus brazos, decidió bajar a la Tierra y visitar un monasterio. Orgullosos, todos los monjes formaron
una gran fila y cada uno llegaba ante la Virgen para rendirle su homenaje. Uno
declamó bellos poemas, otro mostró sus ilustraciones para la Biblia, un tercero
dijo el nombre de todos los santos. Y así, monje tras monje, todos fueron
homenajeando a Nuestra Señora y al Niño Jesús.
En el último lugar de la fila había un
monje, el más humilde del convento, que nunca había aprendido los sabios textos
de la época. Sus padres eran personas sencillas, que trabajaban en un viejo
circo de los alrededores, y todo lo que le habían enseñado era a arrojar bolas
al aire y hacer algunos malabarismos.
Cuando le llegó el turno, los otros monjes
querían poner fin a los homenajes, porque el sencillo monje no tenía nada
importante que decir y podía deslucir la imagen del convento. Sin embargo, en
el fondo de su corazón, también él sentía una inmensa necesidad de ofrecer
alguna cosa de sí a Jesús y a la Virgen.
Avergonzado, sintiendo las miradas
reprobadoras de sus hermanos, sacó del bolsillo unas naranjas y empezó a
lanzarlas al aire, haciendo malabarismos, que era lo único que sabía hacer.
Fue en este instante cuando el Niño
Jesús sonrió y comenzó a batir palmas desde los brazos de Nuestra Señora. Y fue
para este monje para quien la Virgen extendió los brazos, dejando que el monje
sostuviese un rato en los suyos al divino Niño.
“Quítame peso,
Señor,”
del yugo de mis
preocupaciones, para que así,
pueda también
pensar en Ti;
del madero de mis
ambiciones,
para que,
mirándote a Ti,
me sienta
afortunado
y lleno de tu
presencia.
Quítame peso,
Señor,
del yugo de mis
prisas, para que, caminando contigo,
me detenga ante
lo importante y esencial de la vida
y pase de largo
de aquello que no me deja vivir en paz;
del yugo de mis
cansancios, para que, apoyándome en Ti,
avance seguro y
firme por los senderos de tu verdad.
Quítame peso,
Señor,
de las ansiedades
que producen el tener y el aparentar,
y, disfrutando de
lo que poseo,
te dé gracias por
ser mi compañero, amigo y confidente.
Quítame peso,
Señor,
del yugo de mis
decepciones y de mis expectativas,
de mis egoísmos y
vanidades,
para que,
fijándome en Ti,
crea firmemente
que, entre todo lo bueno, eres lo mejor:
Dame pecho en el
que poder arrimarme para escucharte,
hombro en el que
apoyarme para progresar,
corazón en el que
poder asomarme para amar,
oasis en el que
poder sentarme para descansar.
¡QUITAME, DEL
YUGO DE MI VIDA,
ALGO DE PESO, SEÑOR.
Javier Leoz
“El
que os recibe a vosotros,
me
recibe a mí”
Unos padres
encuentran salvación en un hijo, como gratitud a la hospitalidad del profeta
Eliseo (2º Reyes 4,8-11. 14-16ª).
El salmista reconoce las bondad del Señor
en los dones que reparte a todos: “Cantaré
eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88,2-3. 16-17. 18-19).
Ser
discípulo de Cristo es admitir que sólo Cristo es el Señor: a Él hay que
subordinárselo todo. Pero no hay miedo a que esta subordinación deshumanice al
hombre; al contrario, purificará sus amores más íntimos y legítimos. Por la
comunión con Cristo entendemos la serie de renuncias que nos pueden llevar
incluso hasta la aceptación total de la cruz. Por la comunión con Cristo nos
comprometemos a acoger siempre a todo hombre, que es nuestro hermano (Mateo
10,37-42)
La mística cristiana
tiene ciertamente una relación íntima con la muerte de Cristo, pero esta muerte
no se queda en sí misma, sino que se abre a la resurrección. Una mística
puramente masoquista no es, pues, cristiana (Romanos 6,3-4.8-11).
“El
que pierda su vida por mí la encontrará”
“Este estilo de vida nos salvará, nos dará alegría y nos hará
fecundos, porque este camino de renegarse a sí mismo es para dar vida, es
contra el camino del egoísmo, de estar apegado a todos los bienes solo para
mí...
Este camino es abierto a los otros, porque ese camino que ha hecho
Jesús, de anula miento, ese camino ha sido para dar vida.
El estilo cristiano es precisamente este estilo de humildad, de
dulzura, de mansedumbre. Quien quiere salvar la propia vida, la perderá.
Y esto hay que vivirlo con alegría porque la alegría nos la da Él
mismo.
Seguir a Jesús es alegría, pero seguir a Jesús con el estilo de
Jesús, no con el estilo del mundo.
Seguir el estilo cristiano significa recorrer el camino del Señor,
cada uno como puede, para dar vida a los otros, no para darse vida a sí mismo.
Es el espíritu de la generosidad.
Además, nuestro egoísmo nos
empuja a querer aparecer importantes delante de los otros. Sin embargo, el
libro de Imitación de Cristo nos da un consejo bellísimo: «Ama no ser conocido
y ser juzgado como nada».
Es la humildad cristiana, lo que ha hecho Jesús antes. Esta es
nuestra alegría, y esta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no
son fecundas; solamente piensan - como dice el Señor - en ganar el mundo
entero, pero al final pierde y estropea la vida. (Cf Homilía de S.S. Francisco,
6 de marzo de 2014, en Santa Marta).
“El
Flautista”
Un día apareció un hombre que tocaba
la flauta de manera tan exquisita que encantaba a todo ser animado que
escuchaba el dulce acento de sus melodías.
A escucharlo acudían todo tipo de personas y animales, y
se agolpaban en la plaza para escuchar, el divino y sonoro, pero oculto mensaje
de la música del flautista.
Un día un joven, que conocía a un anciano del pueblo que
era sordo y que pedía limosna en las afueras del pueblo, quedó sorprendido de
que día a día, aquel anciano acudiera a la plaza para ‘oír’ al flautista. No
aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas al pordiosero:
- ¿Qué vienes a hacer si
tú no puedes escuchar?
- ¿Qué te extasía tanto si
tú no puedes apreciar lo que él toca?
Aquel pordiosero, con dificultad en el hablar contestó:
- Mira el centro de la
plaza, alza la vista, ¿qué ves?
- Una cruz, respondió el
joven.
Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la
vieja Iglesia, me extasía no escuchar nada y soñar que algún día, la música de
la verdad crucificada, fascine y cautive a los hombres.
Cuando se reúnen en la plaza, sueño que venzan su sordera
espiritual y su ceguera, y que la música del mundo no los encante como
serpientes y sean capaces de dejarse conquistar por la música del cielo.
Sordo no es el que no percibe sonidos, sino el que no es
capaz de percibir y soportar la música del amor y la verdad. Ustedes oyen, los
que oyen utilizan el tímpano; yo escucho, los que escuchamos utilizamos el
corazón».
“Cogeré
tu cruz, Señor,”
Pues
su madera, bien lo sé, Jesús,
es
escalera que conduce a la Resurrección.
Cogeré
tu cruz, Señor,
pues
su altura, es altura de miras
para
los que creen en otro mundo;
para
los que esperan en Dios;
para
los que, cansándose o desangrándose,
saben
compartir y repartir en los demás.
Cogeré
tu cruz, Señor,
pues
sus clavos pasan la carne, pero no matan la fe.
Es
la fe, quien a la cruz, le da otro brillo y hasta otro color:
ni
es tan cruel ni es definitiva.
Después
de la cruz, vendrá la vida.
¡Dame
tu cruz, Señor!
Merece
la pena arriesgarse por Ti
Merece
la pena sembrar en tu campo
Merece
le pena sufrir contratiempos
Merece
la pena adentrarse en tus caminos
sabiendo
que, Tú, los recorriste primero.
¡Cogeré
tu cruz, Señor!
Enséñame
dónde y cómo, índícame hacia dónde
Háblame
cuando, por su peso, caiga en el duro asfalto.
Quiero
coger tu cruz, Señor, porque bien lo sé,
-hace
tiempo que lo aprendí- que ideales como los tuyos
tienen
y se pagan por un alto precio
Quiero
coger tu cruz, Señor, porque es preferible
en
el horizonte de los montes
ver
tu cruz
que
el vacío del hombre errante.
Amén.
Javier Leoz
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